Mario Vargas Llosa, un tecnófobo frontal

- Publicidad -
- Publicidad -

“El libro electrónico es una transformación radical
de todas las practicas asociadas con la lectura”

Jorge Volpi (México, 1968)

Pronto se cumplirán cuatro años del otorgamiento del Premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa, hecho que levantó los aplausos de sus lectores que lo esperaban desde hacía décadas. Y por otro lado, originó una gigantesca polémica, por lo osado de las críticas políticas del arequipeño, su posición neoliberal sin tregua. Leí decenas de artículos, editoriales, donde le felicitaban o le condenaban por igual, otros donde respaldaban su posición o la adversaban abiertamente.

Personalmente creo que ese premio se lo otorgan a los escritores por su obra artística, no por sus puntos de vista políticos, ni por sus artículos de opinión. Por ello lo han recibido seis latinoamericanos disímiles, de concepciones políticas y filosóficas antagónicas: Gabriela Mistral (1945), maestra ortodoxa, ensimismada y burguesa. Miguel Ángel Asturias (1961), guatemalteco reivindicador de las culturas indígenas americanas. Pablo Neruda (1971), militante comunista, bohemio, apóstol de la revolución de Allende. Gabriel García Márquez (1982), un costeño de prodigiosa imaginación, hombre comprometido con la izquierda, férreo defensor de la revolución cubana. Octavio Paz (1990), el poeta mexicano, exmilitante comunista, intelectual elitesco y remilgado. Y en 2010, lo recibió Mario Vargas Llosa: un liberal, enemigo feroz de los gobiernos de izquierda. Sin embargo, en mi opinión lo merece por su inconmensurable obra literaria, la que tiene asegurado le sobrevivirá, y tendrá presencia y vigencia en la posteridad. Lo único que está presente, como un denominador común en estos seis galardonados de resonancia mundial, son sus obras  literarias respetables, las que tendrán lectores en épocas futuras.

Creo que a la academia sueca le hubiese perseguido una maldición eterna de no otorgarle al peruano Mario Vargas Llosa su premio, como la ha tenido por haber obviado a Jorge Luis Borges: seguirán arrastrando la condena.

De estos creadores universales sus opiniones políticas son efímeras, coyunturales, pero sus obras son eternas, imperecederas. A la vuelta de 20 o 30 años, sus opiniones políticas serán, como escribió Tite Curet Alonso: “Un periódico de ayer, que nadie ya procura leer”. Pero su obra  narrativa o poética permanecerá, será una referencia obligada.

En el caso de Vargas Llosa, sus libros siempre tendrán lectores agradecidos, que los devorarán con admiración, como “La tía Julia y el escribidor” de 1977; “La casa verde” de 1966 (Premio “Rómulo Gallegos”); “Conversaciones en la catedral” de 1969;  “La guerra del fin del mundo” de 1981; “La fiesta del chivo” de 2000; “El sueño del celta”, novela histórica sobre la vida de Roger Casament, editada en 2010; y “El héroe discreto” que apareció en el 2013, cuando el escritor celebraba sus 77 años de edad.

Al igual que millones de latinoamericanos, no creo en la brújula política de Vargas Llosa: no la comparto. Aunque me confieso admirador de su obra literaria, de sus ensayos geniales, como “El viaje a la ficción” (2008), dedicado a Juan Carlos Onetti; o “Historia de un deicidio” (1971), su tesis de doctorado sobre la obra de Gabriel García Márquez. Pero al igual que sucedió en su patria en las elecciones de 1990: Yo no lo elijo como político. El rotundo fracaso que vivió como candidato presidencial, lo dejó plasmado en su libro “El pez en el agua” de 1991.

“Varguitas” como le decía su tía y primera esposa Julia Urquidi, fue irresponsable al opinar sobre el comandante Hugo Chávez, lo hizo con una inquina desmesurada, nunca le reconoció al presidente venezolano logro alguno, no admitió ninguna virtud en él. En cambio no se pronunció en contra del “Nobel de la paz” a Barack Obama, mientras que éste enviaba más tropas a Irak y Afganistán y mantenía el campo de concentración en Guantánamo. No se opuso a que Perú reeligiera como presidente a un probado ladrón, corrupto de talla mayor, como lo es Alan García, que dejó en la ruina al Perú en su primer mandato y lo repitió en su relección. A él no le hizo una oposición mordaz como a Hugo Chávez, casi de forma obsesiva, como reza el bolero “es pasión, delirio”. ¿Por qué no fue así de severo con el guerrerista George Bush hijo o con Álvaro Uribe, condenado por soberbio y pro-paracos por su examigo y cofrade colombiano José Manuel Santos, actual presidente de Colombia?. Héctor Abad Faciolince lo relata en su libro “El olvido que seremos” (Seix Barral, 2007) los inicios de Uribe como político, con una tendencia clara  en pro del paramilitarismo.

El 10 de diciembre de 2010, con motivo de la entrega del Premio Nobel de Literatura a Vargas Llosa, el mundo miró hacia la lengua española, hacia los 500 millones de seres que nos comunicamos en ese universo cervantino, que creamos y amamos en este idioma grandioso. Como bien lo expresó Ludwin Wittgenstein: “Los límites de tu lenguaje, son los límites de tu mundo”. Vargas Llosa ha coadyuvado a ampliar los linderos del idioma español.

Una de la posiciones que ha sostenido el arequipeño más rechazadas, es la de negarse a los avances de las tecnologías en las comunicaciones. Es un hombre cerrado a las redes sociales, a los libros electrónicos y al mundo digital en general. Así lo ha expresado en su libro “La civilización del espectáculo” (Alfaguara, 2012) Confiesa seguir apegado a la consulta de los libracos, a los viejos diccionarios con tapas de piel animal y hojas amarillentas, y se coloca de espaldas a la literatura en internet. Es un tecnófobo frontal, lo que para mí representa colocarse de espaldas a la segunda invención de la imprenta, al cambio más trascendental de la cultura de todos los tiempos, cambio que además es irreversible.

Recordemos la canción de Pablo Milanés. “La historia lleva su carro y a muchos los montará, por encima pasará, de aquel que quiera negarlo”. La Real Academia de la Lengua Española hace años se montó en ese carro del mundo digital, lo utiliza como un vehículo valioso, en combinación con el libro tradicional, su mundo táctil, con su olor a maderas.

Escritores como Arturo Pérez-Reverte, Paul Auster, Jorge Volpi también lo han hecho y participan de ese universo virtual. Creo que Mario Vargas Llosa, ya perdió ese autobús.

- Publicidad -