Paraguaná: Conuco del mar

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Un día de agosto en que
la más ilustre de las abuelas pobres
que tocaron la guitarra y cantaron por la radio
se murió sin pedirle permiso a nadie
sin avisarle a uno ni decirle a uno me muero chao
y entonces acostarse así como así en su lecho de flores”
Blas Perozo Naveda (Paraguaná, 1943)

La mujer de la tierra del viento, camina inmutable sobre la arena seca que entró al mar, ella es la musa de Alí Primera, la misma a la que llamó “Paraguanera” y la guardó para siempre en su álbum “Cuando nombro la poesía”.

Una mañana ella despertó con la noticia que la muerte estuvo rondando por las orillas de su cabo, por los linderos de Amuay, y la desgracia entró a las casas con su estruendo; una madrugada de extraño resplandor en el complejo refinador, el parque industrial inmenso fundado en 1950, considerado el mayor del mundo; ardió en llamas pavorosas cuando nueve de sus tanques explotaron a causa de una fuga de gas: soldados y casas desaparecieron hechos polvo, los vehículos parecían latas viejas estrujadas. Ante este hecho tan doloroso, elevé mi homenaje a las familias falconianas, a sus mujeres forjadoras, a las que el maestro cantor Alí Rafael dibujó:

”Llena tus labios de colorete
y de ansiedad el alma se llena
todas las tardes la carretera

recibe el beso de mirar”

(Primera, 1979)

Los 3.400 kilómetros cuadrados de extensión de esa península árida, donde el viento hace llorar a las piedras violetas de Las Cumaraguas, están llenos de canciones, de gaitas de los Meneses y del maestro compositor Elías Hernández, con su “Barrio de andanzas” a cuestas. De las crónicas de Alí Brett y del místico recuerdo de la “Marcha de los claveles”. Allí se respiran los poemas a la “muchacha de tacones altos” de Blas Perozo Naveda, el célebre catedrático nativo de San Pedro. Esa tierra de creadores amaneció bajo el dolor y la pena, el 25 de agosto, ese día fue un territorio habitado por el llanto y la polvareda:

“El barro de las casas
es ahora cemento y fuego.
Nada de lo que vendrá
puede recuperar lo perdido”
(Petit, 2003)

Recordé el verso de Alí Primera, casi como una súplica, dedicado a ese personaje fundamentalde la falconía; Alí Brett, hijo destacado de la familia carirubanera:

“Tocayo no se muera
no se muera tocayo
que están cantando los gallos
para ese pueblo que espera
vamos a darle una flor
Aquella Paraguanera”

Alí Brett Mendoza, fue un hombre de la palabra, un intelectual que nació el 28 de noviembre de 1922, el cronista de “El Porteñazo en 1962”. Él dedicó su vida al periodismo y a la preservación de la memoria de la península y de sus cultores. Su libro más relevante es “Aquella Paraguaná” publicado en 1971. Tío de nuestro apreciado poeta Hugo Figueroa Brett, quien lo describe como: “un soñador, un apasionado por la historia de su tierra”.

Brett Martínez fue corresponsal del diario El Nacional, colaboró con varias revistas nacionales y llegó a publicar cuatro libros. Militó en el Partido Comunista de Venezuela y logró establecer una conexión especial con Héctor Mujica y Miguel Otero Silva. Alí Brett murió en Caracas el 14 de junio de 1979. En sus exequias el profesor Isaac López lo catalogó como: “Un hombre mundial, salido del vientre de Falcón con la noble fuerza de quien no tiene fronteras”.

Siento una profunda solidaridad con la gente de Paraguaná, a la que el poeta Simón Petit ha cantado en sus libros: sus obreros y pescadores, ancianos y niños jugando entre reptiles y cardonales. Simón, un paraguanero raigal, ha realizado el retrato lírico de esos hombres del aceite y los andamios:

“Un golpe de sol
bien arriba
nos elige ardiendo en esta piedra
que es Paraguaná”

(Petit, 2003).

En la hora más difícil, esa hora aciaga cuando despidieron a muchos coterráneos luego del incidente en Amuay, la mujer del viento y la tierra seca se quedó sola, en el desamparo más absoluto, entonces elevé mi oración poderosa y canté los versos de Alí; sonaron casi como un salmo, uniendo el corazón de los zulianos con el de los falconianos en esa mañana de despedidas; aurora cuando los navíos no izaron velas:

“Flor cantarina negra, amarilla
que ya las tunas están en cinta.
Paraguanera tu luna llena
Paraguanera tu queso e´cabra
Paraguanera tu playa inmensa
Paraguanera como esperanza”

Paraguaná, el terruño querido de los indios caquetíos, ellos la nombraron “Conuco del mar” en su fundación más remota. Península, cuna con alma de piedra, desafío del sol, reino de la aridez. Es uno de esos insólitos territorios donde la muerte y la vida, son por igual inspiradores, como lo ha expresado en sus canciones Israel Colina: uno de sus hijos predilectos.

Muchos años después del voraz incendio que se registró la madrugada del 13 de diciembre de 1985, la querida península caquetía fue estremecida de nuevo por la fatalidad. Pero se levantó airosa y llena de esperanza, firme, rodeada por sus hijos más leales. Entonces, regresó la sensualidad a sus playas magníficas, las canciones de marinos viajaron en su brisa perenne, y el amor fue abundante como la sal.

Paraguaná es como una gran matrona, que después de un mal sueño, avanza indetenible, de cara al infinito viento, dándole sus hijos al mundo.

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