“El hombre ha creado el libro,
que es una extensión secular
de su imaginación
y de su memoria”
Jorge Luis Borges (Argentina, 1899-1986)
El diccionario es el libro que jamás culminamos de leer, es el libro del eterno reencuentro para todo lector, y del perenne crecimiento, nunca tiene su versión definitiva. Pasa como con el libro de arena de Jorge Luis Borges, es infinito. En el diccionario escudriñamos sus lomos buscando los significados más diversos, o un puente que nos ayude a conectarnos con los autores y sus ideas, a entrar en los recovecos de su imaginario, a comprender las aristas de los significados velados.
El diccionario nació en la antigua Mesopotamia, en tablas que compilaban palabras importantes, por una orden del Rey Asirio que era amante de los trabalenguas y la poesía del siglo VII antes de Cristo. Luego de esa primera compilación de términos en acadio, apareció la creación del filósofo griego Apolineo, que llamó “Lexicón”. Ocho siglos después, en 1480, William Caxton un inglés nativo de Kent: deslumbró a la sombría Europa con su diccionario para viajeros y comerciantes, con términos del inglés al francés. Caxton se destacó en su tránsito profesional, como buen editor y acucioso comerciante. Sólo habían transcurrido 31 años desde la publicación del misal de Gutenberg en Alemania, cuando irrumpió Sir William Caxton con contundencia en escena editorial mundial.
Johannes Gutenberg se consagró para la historia con la publicación de “La Biblia”, con ese volumen logró patentar su invento, la imprenta de caracteres móviles, quizá el más importante de todos los tiempos en el campo cultural. El que cambió al mundo, cambió la historia y al hombre mismo.
Con el tiempo los diccionarios se hicieron imprescindibles para el estudio, estuvieron presentes en la investigación de los derviches, de los monjes, de los novicios. Era una herramienta necesaria para los poetas que querían entender las vocablos en griego de Homero en su “Iliada” o los versos de Safo. Los alumnos de cualquier grado, y en todas las áreas del saber, se habituaron a consultarlos.
Hicieron diccionarios en piedra, de madera, en antiguos papiros, en pergaminos, en formato de volantes y hasta en panfletos. Su cuerpo impreso, tal como lo conocemos hoy, nació en el siglo XVII gracias al lexicólogo español Sebastián de Covarrubias, quien en 1611 publicó “El tesoro de la lengua castellana o española”, con todas sus palabras en perfecto orden alfabético. Fue un esfuerzo pionero, fundamental y meritorio.
En nuestros días todas las disciplinas científicas tienen su diccionario, todas las artes, todas las carreras universitarias. En ellos consultamos etimologías, términos económicos, nuevas acepciones de la lengua, conceptos de las artes, de las mascotas o de los inventos más disímiles. En el año 2007 apareció un insólito “Diccionario de términos lésbicos”, otro inusitado es el “Diccionario de manías”, acentuando la infinita diversidad de los mismos. Hoy en día tenemos diccionarios de todos los formatos: Impresos, digitales, enciclopédicos, portátiles y hasta de voz comprimida.
Faltaba un diccionario de los términos utilizados por los Orientadores en los distintos niveles de educación. Un diccionario que fuese un instrumento de trabajo para el profesional que coadyuva en el desarrollo gradual del individuo, y especialmente de los estudiantes. Cada día esta rama de la vida, la orientación, exige más agudeza, mejor conexión con los discípulos cursantes en las distintas carreras, para lograr que descubran y desarrollen sus potencialidades. De allí la importancia de este logro de las profesoras Marisela Árraga de Montiel y Marhilde Sánchez, al compilar en una hermosa edición los términos que manejan los profesionales de la Orientación. Es justo agradecer a nuestra alma mater, La Universidad del Zulia, el mecenazgo ejercido para este logro académico en 2010: un diccionario pionero en Latinoamérica.
Quizá nos esté faltando el diccionario de la gaita, un volumen que recoja las voces del género, los vocablos propios de esta forma musical extendida por toda Venezuela y buena parte del Caribe. Así como tenemos el diccionario del jazz, o el de la música en general, debemos contar con un tomo que recoja los vocablos que aparecen en la vasta lírica de la gaita, que nos ayude a entender sus leyendas, sus crónicas, las estampas de un ayer que aunque no vivimos, le cantamos y conocemos a través de la gaita. Me comprometo a trabajar en esta necesidad, para que pronto esté en nuestras escuelas, emisoras y sitios de investigación etnomusical.
El maestro Jorge Luis Borges dijo: “No puedo imaginar un mundo sin libros”. Yo creo que será imposible pensar en un mundo futuro sin los diccionarios.
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