Maracaibo: La ciudad de los faroles y el agua a domicilio

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Nuestra ciudad, Maracaibo, está plagada de anécdotas y hechos singulares que han enriquecido nuestra cultura con matices únicos que, al mismo tiempo, hacen del habitante de este suelo un ser humano con la risa a flor de labios, confianzudo, dicharachero, jovial, amigable y orgulloso de haber nacido en esta tierra donde el Sol nunca se acuesta a dormir.

Pocos saben que para 1744, Maracaibo tenía 1.285 casas y 10.312 habitantes, cifras obtenidas de un Censo que realizó el Clero. A principios del siglo XIX ya existían varios edificios  como la aduana o factoría, el Palacio de Gobierno, la Casa Consistorial o Cabildo, el Colegio Nacional, la cárcel, penitenciaría, teatro, locales para escuelas; un mercado en construcción, seis templos,  oratorio, tres cementerios, un matadero, cuatro hospitales de beneficencia, muelle, anfiteatro, el templo masónico perteneciente a la Logia Regeneradores N° 6, cuatro conventos para religiosos y cuatro para religiosas.

Manuel Matos Romero refiere en su libro “Maracaibo del Pasado” que para 1881, Maracaibo poseía 55 calles con 50 manzanas distribuidas así: 30 de Norte a Sur y 25 de Este a Oeste, con 15 grupos en diferentes direcciones de los suburbios; siete iglesias, siete plazas, 6.490 casas, lla mayor parte cubierta de tejas. Las calles eran completamente arenosas, las aceras de ladrillo, sin  ninguna simetría.

“Fue a principios del siglo XX, durante la presidencia del Gral. Gumersindo Méndez, cuando se ordenó se colocara –por primera vez- piso de ladrillo a la Calle Ciencias, desde la Plaza Bolívar, hasta la esquina de la Calle Páez, con motivo del Centenario de la Independencia de Venezuela”, afirma Matos Romero.

El alumbrado marabino

Los faroles de kerosene fueron protagonistas indiscutibles en el alumbrado de Maracaibo. Ubicados en las esquinas,  se exigía a los dueños de casa, luminaria en las noches, que se colocaban en las puertas  y ventanas. “Por esa razón, la oscuridad se prestaba para cometer travesuras, crímenes y también para los cuentos de aparecidos como el Ánima sola, La Llorona, Mandinga, entre otros, que debido a las creencias y prejuicios eran creídos por la mayoría de las personas de entonces”.

De ese sistema de faroles se originó el nombre de la calle Los Biombos, situada detrás del Templo a San Juan de Dios, en el corazón de El Saladillo. La tarea de encender los faroles estaba a cargo de un hombre, quien utilizaba unos zancos de madera y una vara provista de una mecha encendida. A la mañana siguiente apagaba la iluminación, utilizando para ello una varilla larga.

Acueducto, aljibes y Lago

A finales del siglo XIX, los habitantes de nuestra ciudad recibían el preciado líquido, a través del Acueducto “Guzmán Blanco”, el cual provenía de un lugar conocido entonces como La Hoyada, en Bella Vista. También los pozos artesanales, ubicados en la misma zona, proveían del agua a los pobladores. El preciado líquido se vendía públicamente en un lugar denominado  El Guarico y era transportado en un vagón-cisterna por el Ferrocarril de Bella Vista. También la ciudad contaba con 100 aljibes. Pero, la mayor cantidad de agua se obtenía del Lago de Maracaibo. El agua salobre se utilizaba para el servicio de las casas.

La venta de agua del Lago la realizaban muchachos, hombres y mujeres. Se recuerdan los populares Bartolo y María Boscán. A ellos se refiere la gaita  de 1860 y años posteriores, que montados en burros provistos con árgana, portando botijuelas que fabricaban en el lugar Los Tinajones y el Pozo del Barro, vendían el agua a domicilio, a un cuartillo la botija.

Y nos bañamos con petróleo

Para 1895 entró en funcionamiento la compañía Proveedora de Agua, la cual suministraba un líquido salobre proveniente del Lago por medio de tuberías. Este servicio culminó en 1938, por cuanto muchas veces, al bañarse la persona se embadurnaba con petróleo de la orilla que venía por la tubería. Entonces había que limpiarse con kerosene para quitarse del cuerpo el aceite negro.

Fue durante la administración del Gral. Eleazar López Contreras, en 1937, cuando se construyó un acueducto de agua dulce extraída de los pozos ubicados al Oeste de la ciudad, específicamente en el kilómetro 12 que conduce a Perijá.

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