“Que el verso sea como una llave
que abra mil puertas”
Vicente Huidobro (Chile, 1893-1948)
Cuando Eduardo Galeano entró al Palacio Legislativo de Montevideo el domingo 17 de mayo de 2009 para despedirse de su entrañable amigo Mario Benedetti, cuando era velado en el Salón de los Pasos Perdidos, así declaró a los reporteros presentes: “La muerte de Mario es una liberación, él construía puentes de alegría”. Benedetti había vivido 88 años fecundos, como habitante trashumante de Europa y América, y había dejado una respetable obra conformada por 80 libros.
Mario era un hombre diminuto, con una sempiterna sonrisa, había nacido el 14 de septiembre de 1920 en el vado isabelino de Paso de los Toros. Por fin liberado de sus dolencias y padecimientos, sin necesidad de su marcapaso, ni las interminables píldoras, ni de aspirar la bombita para mitigar su asma. Se hizo alma presente en los cuadernos escolares, en los claustros universitarios, en las bancas de los parques acompañando a los pretendientes, un viajero en los trenes repletos de lectores en tránsito:
“Fueron jóvenes los viejos
pero la vida se ha ido
desgranando en el espejo
serán viejos los jóvenes
pero no lo divulgaremos
que hasta las paredes oyen”
Mario Benedetti es el poeta predilecto de los jóvenes latinoamericanos, cosa que se comprueba al revisar los blogs, redes sociales y las publicaciones de estudiantes universitarios. Uno puede cerciorarse cómo lo valoran, lo veneran y hacen suyos sus versos. El pasado 14 de septiembre cuando se cumplieron 94 años de su natalicio, los mensajes de texto, reseñas en medios digitales y los trinos en la red, se hicieron “trending topic”, es decir: una tendencia en las redes sociales, con “hashtags” o etiquetas alusivas, formando cadenas interminables en los medios electrónicos.
Eso está en contraposición con algunos catedráticos que lo ven como un autor de canciones populares, restándole importancia a su obra inmensa. Afortunadamente, el escritor chileno Antonio Skármeta en “Ardiente paciencia” una novela corta publicada en 1985 sobre Pablo Neruda y su cartero cómplice, escribió: “La poesía es de quien la necesita”. Esa obra fue llevada al cine con éxito, filme titulado “Il postino” en 1994, protagonizada por el actor francés Philippe Noiret encarnando a Neruda y el italiano Massimo Troisi como el cartero confidente, ambientada en una isla mediterránea.
Estoy convencido que de literatura el que más conoce es el lector, el ciudadano que entra a una librería y paga por un libro que luego devora en su noche, lo relee en la soledad y lo comparte con alguien de sus afectos. Por tanto, la grandeza de Benedetti como poeta no está en discusión. De no ser así, la literatura sería un concierto de sordos, el baile de náufragos resentidos. Si algún autor sólo es leído por los críticos, estaría perdido, como lo describió Jorge Luis Borges: “Habría cantado bajo la regadera”.
Al revisar la larga vida de Benedetti, surgen hechos que lo caracterizan como un ser especial, de múltiples particularidades, comenzando por sus cinco nombres: Mario, Orlando, Hardy, Hamlet, Brenno. Luego sus dos apellidos: Benedetti por su padre boticario y Farrugia por su madre modista. Estudió en el Colegio Alemán, allí aprendió la lengua teutona y eso le permitió a sus oídos entender y hablar con facilidad varias lenguas: italiano, francés, inglés, portugués, y ganarse la vida como traductor y taquígrafo. En el filme de Eliseo Subiela “El lado obscuro del corazón” de 1992, hay una escena donde el poeta uruguayo aparece trajeado de Almirante de la Marina, recitando un poema en alemán a una meretriz posada en la barra del bar.
Benedetti logró mantener una vida conyugal de 60 años, una inextinguible unión con Luz, una relación de felicidad continua. Con Luz López Alegre se casó el 23 de marzo de 1946 y desde entonces, nada logró separarlos, a pesar de que durante una década Mario vivió en España el forzoso exilio a causa de la persecución política de la dictadura en su país; y ella se quedó en Montevideo cuidando de su madre y su suegra. Luz murió en el año 2006, luego de padecer Alzheimer; Mario pidió a su albacea ser sepultado a su lado en el Cementerio del Museo, y así se cumplió su dictamen, en el frío mayo de 2009, en el preámbulo del invierno austral.
La popularidad de Benedetti se agigantó con los conciertos y grabaciones realizados al lado de su paisano Daniel Viglietti y con el catalán Joan Manuel Serrat, con quien produjo el memorable álbum “El sur también existe” en 1986:
“Pero aquí abajo
cerca de las raíces
es donde la memoria
ningún recuerdo omite”
También grabaron canciones con su poesía Pablo Milanés y la venezolana Soledad Bravo.
En el Colegio Gonzaga, en los años 70, el padre jesuita José María Aguirre sj “Chorrote” nos leía sin pausas los cuentos benedettianos en sus clases, con sus temáticas de oficinas. Allí nació mi interés por su obra, por su libro de nostalgias y añoranzas “La casa y el ladrillo” publicado por la Editorial Siglo XXI en 1977, un volumen con exquisitas ilustraciones, que comienza con el epígrafe del alemán Bertold Brecht: “Me parezco al que siempre llevaba el ladrillo consigo para mostrar al mundo como era su casa”.
Por su posición política de izquierda, estuvo amenazado por las satrapías uruguayas y sureñas, eso lo llevó a vivir el exilio en Buenos Aires, Lima, La Habana, Madrid; a ser el poeta de la nostalgia por la patria, ansioso de regresar a su mundo montevideano, el que delineó en su destierro. En una entrevista en los años 90 llegó a afirmar: “Uruguay es la única oficina en el mundo que alcanzó la categoría de república”.
Cuando conocí la ciudad de Montevideo en el año 2004, luego de hacer la travesía por el Río de la Plata en el formidable buque-bus, zarpando desde la dársena norte en Puerto Madero, me impresionó la sencillez de la urbe, su estructura clásica, modesta, el perfecto ordenamiento de sus edificios marmóreos frente al estuario ferroso, algunos de ellos abandonados. En sus cafeterías vendiendo “chivitos”, los típicos sánduches de carne, acompañados con vino tinto, con mate caliente en su rambla interminable, en una atmósfera alegre, escuchando las canciones del maestro del candombe Rubén Rada. Era notorio el empeño de la guía en el ómnibus turístico por indicar dónde estaba la casa del poeta nacional Benedetti, un apellido de origen italiano cuyo significado es “bendecido”. Nos señaló el bar Las Misiones que él solía frecuentar, la Plaza Matriz y la calle Sarandí que recorrió tantas veces, sitios que aparecen descritos en sus páginas.
Su novela “La Tregua” publicada en 1960, relata la vida sórdida de la clase media sureña, muestra a un empleado público viudo, a punto de jubilarse en medio de su laberinto urbano, enamorado de una mujer 30 años menor que él. Esta obra fue llevada al cine con éxito, protagonizada por el argentino Héctor Alteiro en 1974. Ese año Argentina logró su primera nominación al Premio Oscar, en la categoría “Mejor película extranjera”.
Los libros de Benedetti se venden por miles en toda Iberoamérica y Europa, algunos han sido traducidos a 20 idiomas. Él tiene la popularidad y la aceptación de un súper-astro, con una sonrisa que refleja eterna juventud plasmada en sus fotografías. Lo vemos en postales, grafitis, afiches, declamado en introitos de canciones, citado en películas; todo eso se traduce en su trascendencia como creador.
Cuando Mario cumplió 87 años, recibió una importante distinción en su domicilio de Montevideo, de manos del Ministro de Educación de Venezuela, Francisco Sesto, y el Viceministro de Cultura, Iván Padilla. El galardón, correspondió al rubro literario de la primera edición del Premio ALBA: “Reconociendo la trayectoria de uno de los principales exponentes de la literatura iberoamericana”. Consistió en un cuadro de plata contentivo del veredicto del jurado, una suma de 75 mil dólares y una estatuilla hermosa. Benedetti también recibió el Premio Internacional “Méndez Pelayo” en 2005, el Premio “Reina Sofía” de Poesía Iberoamericana en 1999 y el Premio “José Martí” en 2001.
Los suramericanos contamos con un vigoroso clásico de las letras: Mario Benedetti, un hito planetario de la narrativa y poesía hispana, un autor de la más pura sustancia montevideana, un oriental que se hizo universal:
“Mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé como
ni sé con qué pretexto
por fin me necesites”
Mario, el heredero de María, el bendecido: un poeta constructor de puentes, que abrió mil puertas con sus versos y logró levantar un universo ficcional, tiene absoluta vigencia, sigue respaldado por un poderoso ejército de lectores leales.