ROQUE DALTON: EL UNICORNIO AMERICANO

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“El sufrimiento es el intervalo

entre dos felicidades.”

Vinicius de Moraes (Brasil, 1913-1980).

Nació en el mes de mayo y murió en mayo; en medio de los torrenciales aguaceros centroamericanos lo parió María García, una enfermera que había conocido a un misterioso viajero gringo de apellido elegante, que hacía recordar a las bandas de asaltantes del sur estadounidense, ese territorio árido y sin ley. Ese hombre que nunca asumió su rol de padre, fue Winnal Dalton. Al niño lo bautizaron Roque, que significa “fuerte como una roca”, Antonio fue su segundo nombre.

Hasta que culminó la educación secundaria, Roque solo utilizó el apellido criollo de su madre, García. Comenzó a estudiar con los padres jesuitas en el Externado de San José (fundado en 1921), y uno de los sacerdotes que veía en el muchacho habilidades notables para la oratoria y la poesía, decidió hablar con su padre, Míster Winnal, quien estaba residenciado en los Estados Unidos; le pidió que autorizara a su hijo salvadoreño la utilización de su apellido, puesto que poseía talentos de tribuno y de poeta. Desde entonces, aunque padre e hijo nunca se vieron, Winnal le envió dinero para pagar sus estudios con regularidad.

Roque Dalton recitaba en los actos de la escuela, también en el Externado de los jesuitas, se esmeraba en los poemas dedicados por igual a su madre y la Virgen, la Patrona de la Paz. Él solía decir: “para mí, ellas son una sola”.

En 1956 aparecen publicados sus primeros poemas, y su padre lo envía a estudiar a la Universidad Católica de Chile, donde conoce a importantes poetas, entre otros a Neruda, Vallejo y Nicanor Parra. Es famosa la anécdota con el célebre muralista Diego Rivera, a quien quería entrevistar en su paso por esa nación; antes de comenzar la sesión de preguntas, Rivera le preguntó a Roque: “Y tú quién eres”, Dalton le respondió “Soy un cristiano-social”. Diego Rivera le preguntó: “Has leído a Marx” y Roque respondió un “no” rotundo. El pintor mexicano, ya era una figura titánica de cultura mundial, lo maldijo, se dio la vuelta y abandonó molesto el lugar, sin brindarle la entrevista. Ese desplante motivó a Roque a comenzar a leer a Carlos Marx, sus obras junto a Engels, y se formara como cristiano-marxista.

En 1954 regresó a El Salvador y se incorporó a la Facultad de Derecho a estudiar; comenzó a militar en movimientos marxistas. Se casó con Aída Cañas, una simpática paisana. Siguió escribiendo profusamente, poemas, ensayos; ganó un sólido prestigio como periodista y poeta. En 1957 viajó a la URSS, y recorrió su inmensa geografía en tren, allí coincidió con intelectuales inspiradores como Juan Gelman, Grahan Green, el poeta turco Nazín Hikmet y Miguel Ángel Asturias, quien ganaría el Premio Nobel de Literatura en 1967. Comenzó a ganar concursos literarios, pero también llegaron los días de cárcel por su enfiebrada actividad política revolucionaria.

En los años 60 se produjeron poderosos terremotos en San Salvador, uno de ellos, agrietó las paredes de la cárcel donde estaba recluido Dalton y se pudo fugar. Sus amigos del barrio San Miguelito lo escondieron en una finca ubicada en las faldas del volcán San Vicente. De allí salió al exilio con su esposa Aída, viviría exiliado en Guatemala, Cuba, en Checoslovaquia en su capital Praga, por tres años, donde vio nevar por primera vez. También estuvo en Corea y en Vietnam por breve tiempo.

Mientras vivía su destierro, su poesía iba creciendo, madurando, escribía con fervor:

“El día en que te mueras te enterraré desnuda
para que limpio sea tu reparto en la tierra,
para poder besarte la piel en los caminos,
trenzarte en cada río los cabellos dispersos.”

En 1961 llegó a México, comenzó a estudiar antropología, a esa nación dedicó complejos poemas. Luego en Cuba trabajó en Radio Habana, rememorando sus días en el Externado de San José como orador y declamador estelar. Colaboró con Casa las Américas, desde allí enviaba textos para Europa.

En 1964 regresó a El Salvador de forma clandestina, había orden de captura por ser considerado subversivo. Su poesía tocaba el flanco social, golpeaba el status quo, lastimaba a los militares opresores:

“Los que ampliaron el Canal de Panamá
(y fueron clasificados como “silver roll” y no como “gold roll”),
los que repararon la flota del Pacífico
en las bases de California,
los que se pudrieron en las cárceles de Guatemala,
México, Honduras, Nicaragua,
por ladrones, por contrabandistas, por estafadores,
por hambrientos,
los siempre sospechosos de todo.”

En la intimidad del hogar, con sus tres hijos y su mujer, Roque Dalton era jovial, alegre, celebraba la vida, la creación. Conformó una hermosa familia de tres varones: Roque Antonio, Juan José, Jorge Vladimir (los Dalton Cañas). Su mujer Aída le fue muy leal, solidaria, a ambos les gustaba bailar, tomar cervezas, disfrutar las largas tertulias con comidas típicas: el “consomé de garrobo” y el “salpicón de res”. Jugaban al fútbol o disfrutaban viéndolo juntos. Juan José se hizo periodista y Jorge Vladimir cineasta; ambos recuerdan estar aprendiendo las tablas de multiplicar mientras su padre tecleaba en su máquina Remington y a fogonazos los interpelaba.

En 1969 ganó el Premio Casa de las Américas por su poemario “Taberna y otros lugares”:

“Un ángel solitario en la punta del alfiler

oye que alguien orina.”

Eso lo consagró en todo el continente, fraguó una sólida amistad con Julio Cortázar, quien después grabó sus poemas y dio testimonio de su admiración y afecto por el salvadoreño:

“Dalton fue un hombre en quien la capacidad literaria, la capacidad poética se dan desde muy joven mezcladas o conjuntamente con un profundo sentimiento de connaturalidad con su propio pueblo” (Cortázar, 1969).

Conoció al entonces joven trovador Silvio Rodríguez, en La Habana, se reunieron en el hogar del poeta ubicado en el barrio El Vedado. Años después Silvio grabó en su homenaje la canción “Unicornio” en 1982, incluida en su quinto álbum, muy exitoso:

“El unicornio azul ayer se me perdió,
pastando lo dejé y desapareció.
Cualquier información bien la voy a pagar,
las flores que dejó
no me han querido hablar.”

Sobre la génesis de ese tema, su leitmotiv, Silvio expresó:

“Lo dediqué a un amigo muy querido, al salvadoreño Roque Dalton, quien además de haber sido un magnífico poeta, fue un gran revolucionario, compromiso que le hizo perder la vida cuando era combatiente clandestino en su país” (Rodríguez, 1990).

Roque Antonio Dalton García fue militante del Partido Comunista, pero en 1967 lo abandonó por diferencias con los stalinistas; aunque nunca renegó de su condición de militante de la izquierda. Fue acusado de ser un doble agente, de trabajar para la CIA y para el Gobierno Cubano en simultáneo, lo que jamás pudieron probar, no pasó de ser una infamia.

En 1973 regresó a El Salvador y ya nunca más saldría, pues también llegaría a hurtadillas la traición y la vileza. Roque hizo vida clandestina, se unió a la lucha armada con el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) a pesar de ser un hombre de paz, en esencia, opuesto a las armas. Ya había publicado importantes ensayos dedicados a la obra de César Vallejo, a los pueblos Centroamericanos, a su historia.

El 10 de mayo de 1975, sus propios compañeros de armas lo asesinan, al parecer por sospechar de su carácter de infiltrado. La tesis que cobra mayor veracidad, es la de que fue golpeado y luego le dispararon en la nuca. Su cuerpo fue arrojado en la zona árida conocida como El Playón de Quezaltepeque, allí lo devoraron los animales salvajes. Aún no se han podido reconocer sus huesos, es un acto de justicia pendiente que sus seguidores y sus familiares; claman se haga.

El poeta y narrador uruguayo Mario Benedetti escribió unos versos para rendirle tributo, para honrar la hermosa obra daltoniana:

“Pero sobre todo llegaste temprano
demasiado temprano
a una muerte que no era la tuya
y que a esta altura no sabrá qué hacer
con tanta vida.”

Seguro estoy que Roque no descansa en esa zona de sacrificios humanos donde fue arrojado su cuerpo inerte, El Playón, ese cementerio a campo abierto y sin lápidas, el santuario de sacrificios de los cuarteleros. Roque descansa en la memoria de sus lectores, en el alma del pueblo salvadoreño, en su poesía esencial:

“Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre porque se detendría la muerte y el reposo. Tu voz que es la campana de los cinco sentidos sería el tenue faro buscado por mi niebla”.

El 14 de mayo, día del nacimiento de Dalton, fue decretado en El Salvador “Día Nacional de la Poesía” para homenajearlo, para recordarlo en todos los confines de su patria. En esa nación centroamericana, podemos ver cantidad de grafitis en las calles que lo recuerdan, todos con su rostro y sus frases más icónicas.

Podríamos afirmar que Roque Dalton fue un hombre feliz, vivió sus intervalos de dicha con intensidad. Tal como nos enseñó el maestro cantor Vinicius de Moraes, la felicidad no es una dicha plena y continuada, sino es el período de alegría que surge entre los momentos de sufrimiento. Así sucedió en la apasionada existencia del poeta centroamericano, la que comenzó en un mes de mayo, y terminó en un mayo de lágrimas.

Pasadas las cuatro década de su muerte, Roque Dalton es el unicornio que se extravió en la franja volcánica de la América Central, y a pesar del pacto de silencio de sus verdugos, de los radicales que truncaron su vida fecunda a los 40 años; creo que él siempre habitará en las praderas de nuestra esperanza, en la vibración de sus palabras, en esa forma de vida que llamamos poesía: su poesía.

León Magno Montiel – @leonmagnom

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