“Señor recibe a esta muchacha
conocida en toda la tierra como Marilyn Monroe
aunque ese no era su verdadero nombre
pero tú conoces su verdadero nombre,
el de la huerfanita violada a los 9 años,
el de la empleadita de tienda que a los
16 se había querido matar.
Y que hoy se presenta ante ti
sin ningún maquillaje, sin su agente de prensa,
sin fotógrafos, sin firmar autógrafos
sola como un astronauta ante la noche espacial”
Ernesto Cardenal (Nicaragua, 1925)
La primera vez que vi una imagen de Marilyn Monroe fue en una barbería de Santa Cruz de Mara, era un poster en blanco y negro que la mostraba con su sonrisa sensual, su mirada casi cerrada, gesto que se traducía en una provocación erótica, como si ella estuviera sintiendo el máximo placer. Era un afiche de alguna revista extranjera para promover su film “Niágara” (1953). Desde entonces la imagen de esa mujer; mitad ángel, mitad dama; tuvo especial aceptación en mi visual, en mi gusto.
Se cumplieron 50 años de su muerte, hecho aún no esclarecido del todo, se cumplió medio siglo de esa mañana fatal cuando su cuerpo desnudo sobre su cama, fue presa para las cámaras de los forenses en la ciudad de Los Ángeles, aún se veía hermosa a pesar de no tener vida, con la mano estirada hacia el teléfono parecía dormir, rodeada de frascos de barbitúricos entre sábanas desordenadas. Fue el 5 de agosto de 1962 cuando esa catedral del deseo se convertía en un cadáver, que horas después sería depositado en la cava número 33 de la morgue de Los Ángeles, y finalmente sepultada el 8 de agosto en el Westwood Memorial Cementery.
Según el escritor argentino Tomás Eloy Martínez, ella no soportó la tortura de verse envejecer sola, ver llegar las arrugas a su rostro sin tener una familia. De hecho ella nunca tuvo un hogar, fue violada a los 9 años, estuvo en orfanatos mientras su madre era ingresada al psiquiátrico, al igual que su abuela unos años antes. Su padre un eterno ausente en su vida, su padrastro por igual un ser inexistente.
Para muchos reporteros de la época su muerte fue inducida por el servicio secreto de Washington, producto de su amorío con los hermanos Kennedy: John y Robert. Ese tema que fue vetado, silenciado por décadas.
Unos meses antes, ella le había cantado el cumpleaños al presidente John Fitzgerald Kennedy en el Madison Square Garden levantando un polvorín de especulaciones, una noche que estuvo muy sensual y borracha ante las cámaras de la televisión nacional, con el vestido abierto en la espalda, mientras algunos desde los camerinos gritaban “¡qué culo!”. Ella sonrió y luego salió del escenario tambaleándose, con adicción desbocada a las píldoras y el alcohol.
El periodista francés Francois Forestier en su libro “Marilyn y JFK” (Aguilar, 2010) documenta muy bien ese amorío: “El romance entre Marilyn y John F. Kennedy se prolongó por una década. Diez años de encuentros marcados por el deseo, por la locura, por las orgías y por el escándalo en los que los amantes nunca estaban solos. Cada conversación, cada caricia, cada gesto era seguido por la mirada atenta del FBI, de la CIA, de la KGB y de la mafia norteamericana.”
James Ellroy en su obra “América” relata: “Los Federales le habían intervenido el teléfono a Marilyn. Durante las dos últimas semanas se había llevado a la cama al discjockey Alan Fredd, a Billy Eckstine, a Freddy Otash, al entrenador de Rin Tin Tin, a Jon Hall Ramar de la Jungla, al limpia-piscinas de su casa, a dos repartidores de pizzas, al presentador Tom Duggan y al marido de su doncella”.
Su infinita necesidad de afecto se traducía en una búsqueda insaciable de sexo, hundiéndose cada día en un mundo de promiscuidad fuera de todo control.
Entre amores y desamores transcurrieron sus 36 años de vida. Tuvo un matrimonio a los 16 años con James Dougherty, el 19 de Junio de 1942 fue la boda, que devino en un rotundo fracaso, él se enteró de su affaire con el fotógrafo David Conover, un militar que trabajaba con el joven Ronald Reagan, mientras el esposo James estaba en el servicio militar.
En enero de 1954 se casó con el expelotero de ascendencia italiana Joe Di Maggio “El Yankee Clipper” considerado uno de los mejores de todos los tiempos en esa disciplina. Joe era reticente a la farándula y muy inculto de cara al teatro y el cine. Ese matrimonio minado por los celos del ortodoxo exjugador, solo duró 286 días, sin embargo Di Maggio fue su fiel adorador hasta el momento de su muerte en 1999, él asumió los gastos de sus exequias y durante veinte años de su vida le envió flores cada semana a su tumba en el cementerio Westwood Memorial.
En 1956 se casó con el dramaturgo neoyorkino de origen judío Arthur Miller, con él incrementó su gusto por la buena literatura. Ha quedado evidenciada su pasión por la lectura, la que la llevó a realizar un curso en la UCLA sobre los clásicos de la narrativa. Poco antes de morir se divorció del maestro Miller, quien la había convertido al judaísmo antes de su boda. Según algunos cronistas, la diva veía en el maestro del teatro, la figura paterna, un tutor ideal, su guía más preciado.
Tony Curtis en su biografía revela que Marilyn perdió un bebé suyo y asegura que fueron amantes por ocho años luego de rodar la película más exitosa de la diva, la comedia “Some like it hot” (1959) dirigida por el austríaco Billy Wilder, ganador del Oscar por “El apartamento” en 1960. Realmente la química entre los dos protagonistas del film, pareciera corroborar tal romance. De hecho, una de las escenas más genuinamente sensuales en la historia del séptimo arte, es la que rodaron Monroe y Curtis en un sofá, con besos apasionados en medio de una noche de copas, durante la travesía en tren con la orquesta de féminas, cinta donde Curtis y Jack Lemmon van vestidos de mujer, huyendo del acoso de los gánsteres, por haber presenciado la matanza de San Valentín en Chicago de 1929. En esa cinta Marilyn demostró su talento para cantar y actuar, por ello obtuvo el Globo De Oro como mejor actriz.
En mi recuerdo viven las palabras de Ernesto Cardenal, cuando en 1979 vino a Maracaibo y en el Teatro Baralt ruinoso, declamó su poema “Oración por Marilyn Monroe”.
“Sus romances fueron un beso con los ojos cerrados
que cuando se abren los ojos
se descubre que fue bajo reflectores
y se apagan los reflectores
y se desmotan las dos paredes del aposento,
era un set cinematográfico, mientras que el director
se aleja con su libreta porque la escena ya fue tomada”. (1965)
Ella en medio de su bache emocional afirmó: “En Hollywood te pueden pagar 1.000 dólares por un beso y 50 centavos por tu alma”. El 8 de junio de 1962 recibió la carta de despido de los estudios 20th Century Fox, ese día se apagó su carrera, lo que fue casi una muerte para la Monroe. Se quedó sola, sin rumbo en medio de su desierto afectivo.
A cincuenta años de su muerte, sus posters siguen luminosos, su imagen nos habla. Como lo hizo el poeta y sacerdote trapense Cardenal, seguimos ordenándole a Dios “Contesta tú el teléfono”. No sabemos a quién intentó llamar Marilyn esa madrugada del 4 de agosto de 1962, cuando la policía decretó “presunto suicidio por ingesta de somníferos”. Pocos creemos que haya sido la causa real de su temprana muerte.
Ni la depresión ni el desamor pudieron socavar su belleza, tampoco su sensualidad radiante, tal como lo plasmó Bert Stern en sus fotografías, en la sesión que le realizó a la actriz solo unos días antes de morir; este medio siglo de eterno exilio no ha podido silenciar su nombre, ni los latidos que encendió su talento. Su imagen sigue cortejando de forma directa, instantánea, sin necesidad de maniobras de aproximación a esa vedette que en algún momento se llamó Norma Jeane.
Twitter: @leonmagnom