A Luis Ferrer, in memoriam.
A José Morales, porque somos así
Había un zuliano que tenía una canoa por cuna y de techo una palmera. Soñaba versos de oro e hilos de plata sobre un lago hecho con polvo de estrellas. Veía surcos y trillas lacustres donde sembrar canciones y recoger musas para cantarle de nuevo. El marullo eran besos de espuma y sal que se arrimaban a la orilla en adoración a ésta tierra. Hicieron bien Jairo Gil y Luis Ferrer en repartirse los motivos de inspiración y sellar un acuerdo que se irradió como leyenda entre taguaras y esquinas de Maracaibo. No por azar reserva la comunidad gaitera solo a ellos dos el sagrado sustantivo de poeta. De la reina morena el primero; de la acuarela lacustre el que hace treinta años nos dejó y cuya efeméride motiva estas notas.
Con Luis Ferrer se cierra la saga zuliana que cantó al Lago con desbordada pasión, enhebrando notas y letras que alcanzan cotas de un lirismo maravilloso, exuberante, encantador. El paisaje lacustre se confunde en sus gaitas con el universo, comulga con su misterio y belleza cósmicos, o bien es el universo hecho aguas y palmeras con el pescador y el indígena como habitantes naturales y primigenios. El sol nace en el lago y sale de aquí a esparcir su esplendor, es su hijo, aquí se viene a bañar, toma luz del Catatumbo cuando viene a descansar del eterno trajinar de darle vueltas al mundo. Los adjetivos oro y plata, recurrentes en sus letras, agigantan la fuerza telúrica de contenido mineral, casi geológico, que atribuye al charco divino. En el duermen las estrellas y desde el puente, llega a decir en arrebato romántico, parece parte del cielo con mil luces titilantes que juegan a ser luceros. Blake, el poeta inglés, habla en un verso de muchachas de suave plata o de furioso oro. El poeta en cambio, como los amantes, ve en el Lago el oro y la suavidad. Y es que cuando Luis Ferrer, esté donde esté, piensa en la tierra zuliana el Lago se humedece, se moja.
Digo que con él culmina el ciclo de bardos que ensalzaron al Lago como maravilla natural, horizonte inmediato que extasía los sentidos de hombres y mujeres del Coquivacoa. A finales de los años setenta, cuando Astolfo y Renato componen “Viejo Ilustre” ya el lago no es aquel de plata y estrellas. La conciencia del bardo ha dado cuenta de ello y da un giro en su sensibilidad, ha mutado su inspiración en rebeldía y con ello el estado de ánimo general sobre el lago que desde entonces se ha instalado en eso que llaman zulianidad. A partir de ahí el Lago es motivo de protestas y no musa de liras. La contaminación, mundana y secular, desplaza las metáforas de oro y plata, estrellas y besos de enamorados con los que las palmeras zurcían la atarraya del pescador. La luna pasa y se refleja, pero ya no deja quimeras. El universo auriplateado que inunda el espíritu del poeta deviene en espacio gris, físicamente verdoso, más bien descompuesto, que asumimos como fatalidad y canta el gaitero, todavía, entre la resignación y la denuncia. Fue el poeta lacustre el último que loara al pescador arreando en el lago luceros de madrugada. El Lago a finales de los años setenta no podía ya ser cantado sino denunciada su degradante condición.
¿Qué estarán esperando las instituciones regionales de cualquier naturaleza para hacer de Luis Ferrer estandarte de festivales o bienales de arte, letras, música y ciencia de altísimo nivel y contenido, que vierta sobre el Lago lo mejor del pensamiento y de la sensibilidad regional? Tal vez así enarbolemos de nuevo la esperanza de que las generaciones por venir puedan ver, sentir y vivir el universo lacustre que cantó Luis Ferrer y que a nosotros nos fue negado. Del pacto aquel que tenía con Jairo hay que decir que Luis Ferrer no lo respetó, lo quebrantó. Su infidelidad, sin embargo, fue otro regalo al Zulia. De su falta nacieron “Chiquinquireña” y “Tierra Madre”.