“Hay algunos que se van porque tienen un amor allá lejos,
o porque le gusta una calle, una biblioteca,
un laboratorio, en algún punto de la tierra”
Pablo Neruda
(Chile 1904-1973)
He frecuentado con bastante asiduidad los espacios de la Biblioteca Pública del Zulia desde su inauguración en el año 2008. He disfrutado del confort y la camaradería que allí uno encuentra. En estas recurrentes mañanas de lluvia, he entrado a sus espacios con el pretexto de esperar que pase el chubasco y evitar el aguazal en las calles, y me refugio por horas en sus amigables mesones, en salas silenciosos, repletas de libros.
En la sala principal “María Calcaño”, veo muy cerca a la pared de cristal que colinda con el patio central, el retrato de nuestra bella poeta, que nació en esta ciudad el 12 de diciembre de 1906. Observo su imagen, corresponde a una mujer con ojos de almendra clara, pelo castaño en rulos y nívea tez. Parece una dama del norte de Europa, más que una maracaibera, como la describió Rincón González en su célebre danza. La presencia de María en ese icono resulta hermosa y misteriosa a la vez, es un enigma atrayente y grato.
La sociedad marabina de entonces señaló a la poeta María, la asedió, la quiso hacer invisible con la censura solapada. A tal punto llegó la cizaña en su contra, que debió irse de la ciudad a Caracas.
Me contó la periodista e investigadora Marlene Nava en una tarde de cafés, que a los seis hijos de la Calcaño no les querían dar cupos en los colegios, por ser la descendencia de una mujer sin moral, casi, una meretriz sin recato. Treinta años después, comienza la comunidad de lectores a darle el sitial merecido, a reconocer su estatura de creadora, el aporte artístico de una mujer auténtica, por encima de los prejuicios morales.
El profesor Cósimo Mandrillo afirma: “Los venezolanos sabíamos poco o nada de María Calcaño hasta hace unos veinte años. Su obra fue silenciada por casi medio siglo” (Monte Ávila, 2008)
Su principal veta de inspiración fue el erotismo, esa sacudida que transita del corazón a la carne fue la carta de presentación de la poeta Calcaño, por ello la condenaron:
Ábreme la vena, abundante
que la tengo estrecha
déjame una brecha
que me dure el goce del hombre delante
(Alas Fatales, 1935)
La primera vez que entré a la imponente sede de la BPZ en la avenida El Milagro, fue por una invitación de su presidenta Gisela Nones, junto a quien disfruté de una visita guiada por el monumental edificio de mármol, acero y granito, diseñado por sus hermanos, brillantes arquitectos zulianos. En otra oportunidad asistí a la presentación del libro “Los Imposibles II” del poeta, miembro fundacional del Grupo Guaire, Leonardo Padrón. Esa noche escuché sus anécdotas y gocé con la jocosidad de Goya Sumoza como animadora de la velada.
Con el transcurrir de los años he descubierto las numerosas actividades que allí desarrollan con gran organización, planes dirigidos a la comunidad para empoderarla con las TIC, conciertos de orquestas y clases magistrales dictadas por catedráticos de la Universidad del Zulia en su patio central.
Dentro de las actividades que desarrolla sistemáticamente, valoro especialmente el Programa de Alfabetización Tecnológica. Hasta la presente fecha (2011) este programa, implementado desde el año 2008, ha atendido un total de 7.718 personas, entre jóvenes, adultos medios y adultos mayores. Según el bibliotecólogo José Gregorio Fernández, durante el período enero 2008 a noviembre-2011, la Biblioteca ha atendido 1.146.490 usuarios de diversos grupos etarios. Ojala en un futuro cercano se establezcan alianzas con el Ministerio de la Cultura, y se cuente con una Librería del Sur en sus áreas.
Una de sus salas laterales rinde homenaje permanente al poeta Hesnor Rivera. Allí asistí a la presentación del libro “Cadáver Exquisito” de Norberto José Olivar (Alfaguara, 2010) Excelente obra, un híbrido entre narrativa y biografía, que linda con la ficción. Son 181 páginas sobre Hesnor, su vida y obra. La presentó su autor junto al escritor Valmore Muñoz en medio de una gran concurrencia de amigos, intelectuales y estudiantes. Esa novela resultó finalista del Premio “Rómulo Gallegos”, edición 2011.
El café al aire libre de la BPZ es un sitio de encuentro, propicia la tertulia reposada, debajo del techo traslúcido de la nave central.
Disfrutemos de esta hermosa obra de la cultura, con sus salas de lectura y de conferencias, centro cibernético y acervo histórico, dotados de gran confort, del preciado silencio y la atención cálida de su personal profesional, espacios que deberían llevar por epónimo el nombre de nuestra gran poeta zuliana María Calcaño.
Creo justo y necesario quitarle en veto de medio siglo a nuestra sustancial poeta, y darle su nombre con orgullo acentuado: “Biblioteca Pública del Zulia María Calcaño”. Hasta la cieba-kapok que milagrosamente trasplantaron en su entrada, lo celebraría reverdecida y altiva.
Esta Biblioteca Pública del Zulia tiene sus raíces en el decreto del General Venancio Pulgar del 15 de julio de 1873, firmado en la antigua Casa Consistorial. Ahora será la soñada “casa de auroras” de María, será más luminosa para recibirnos a todos. Así mantendríamos encendido el yesquero que impactó al bardo Andrés Eloy Blanco hace 75 años, cuando prologó el poemario “Alas Fatales”. Con él alumbraremos los 138 años de tradición de biblos, de memorias de papiros, grabados, silencios, libros cosidos y anaqueles, las reminiscencias de la Alejandría madre.
Mis niñas de 12, 14 y 16 años
Ellas, tributo de aquel júbilo de muchacha
que se echaba a los campos
porque ya no cabía en la casa…
María Calcaño murió prematuramente el 23 de diciembre de 1956 en Maracaibo, a donde había retornado. La venció un cáncer de colon, del que tuvo manifestaciones muy tempranas y la molestó por años. Fue sepultada en el Cementerio El Cuadrado, el más antiguo de la ciudad, fundado en 1879.
Calcaño nos dejó tres poemarios: “Alas Fatales” (1935), “Cuentos sin Patria” (1940) y “Canciones que oyeron mis últimas muñecas” (1956). Su cuarto libre se publicó en 1961, “Entre la luna y los hombres” (obra póstuma). En el año 2008, Monte Ávila Editores Latinoamericana editó su “Obra Poética Completa”, prologado por Cósimo Mandrillo, una joya de nuestra lírica que todos debemos atesorar.