Decir que Maracaibo es un desastre es una redundancia.
La ciudad vive su peor momento en la historia. Tan malo que, en estas circunstancias, cualquier pasado fue mejor, aunque haya rayones pretéritos vergonzosos.
Y vaya que la ciudad ha tenido malos gobernantes. En el mejor de los casos, algún maquillador mediocre.
La parroquia Coquivacoa, emblemática colmena humana de la ciudad, es un asco de huecos y charcos de cloacas desbordadas.
Toda Maracaibo es un caos sin gobierno. La ciudad carece de todo. No hay semáforos buenos ni señalización ni transporte colectivo ni seguridad.
Incluso, frente a esos símbolos rimbombantes del consumismo que son los centros comerciales, hay unas troneras donde caemos a diario todos, los cacharritos de siempre y numerosos autos de lujo.
Pero lo más extremoso, tampoco hay oposición.
Nadie se duele de esta ciudad. Somos tan farfullos y embelequeros, como arbolarios y atolondraos.
El extranjerismo espiritual nos destroza la autoestima. Los sectores más influyentes en lo económico y la opinión, padecen de un síndrome mortal que les crea adicción cerebral al dólar y les sustituye el corazón por un boleto aéreo a Miami.
Muchos pata en el suelo se han contagiado de esta fiebre.
El transporte colectivo retrocedió a niveles de los años 50, con el agravante que la población se ha multiplicado por 50. Los liceos simbólicos de aquellos años son ruinas físicas y morales.
La juventud de la ciudad se pierde en el perreo, la droga, el alcohol y la vorágine consumista.
La academia brilla en el vacío de una ausencia inducida neoliberalmente.
La Maracaibo de Baralt –patriota insigne, intelectual profundo y primer teórico del Socialismo en Venezuela- ha sido reducida a cenizas vulgares y lúgubres.
Somos conscientes que hay reservas de dignidad dispuestas a resistir.
La lucha para lograr cambios serios requiere una dedicación titánica.
También enfrentar mañas añejas y la intriga de quienes pretenden seguir pululando en su reino de estiércol.
Hablo de la intriga de los contrarios y los disfrazados de comunes.
Ambos son peligrosos, aunque los segundos son más asquerosos.
El deber, sin embargo, llama desde muy adentro del alma maracaibera.
Agrupar a los espíritus dispuestos es la primera tarea.
La segunda organizar las ideas. Tener un plan de ciudad.
La tercera, prepararnos para las acciones concretas.
Pongamos día, hora y lugar para esa cita. No perdamos un día más. Maracaibo lo merece y necesita.
Otra Maracaibo es posible. De nosotros depende. Hay que rescatar la ciudad.
Es tiempo de empezar.
Yldefonso Finol
Constituyente de 1999
Presidente de la Comisión Nacional de Refugiados