“Dura menos un hombre que una vela,
pero la tierra prefiere su lumbre
para seguir el paso de los astros”
Eugenio Montejo
(Caracas 1938-2008)
La Torre de Leandro, con su imponente faro, está situada en medio de la pequeña isla rocosa, abrazada por las aguas del Bósforo. Se erige en el estrecho que une el Mar Negro con el Mediterráneo y es uno de los mayores símbolos de la Estambul milenaria. Recuerda el mito del amor del esforzado joven Leandro por la bella Hera, la hija de Afrodita, quien cada noche encendía su antorcha para que su osado amante cruzara a nado las aguas encrespadas del Bósforo. Hasta que en una noche de tormenta, el viento apagó su lámpara y se quedó sin guía en medio de la marea cruzada. Las aguas se tragaron a Leandro y la muerte lo sembró en lo profundo del mar.
Esa torre es una creación del siglo XII, que ha sido modificada en varias ocasiones, pero su aspecto actual data del siglo XIX. De paredes blanquecinas, con la bandera roja de la media luna y la estrella solitaria flameando en lo más alto, alertando a los navegantes que llegan a esa capital mítica, de dos mundos antípodas.
Esa torre milenaria me recuerda a mi hermano Leandro Lenin Montiel, el animador, el gaitero que nació en Maracaibo el 6 de junio de 1963. Hijo de Luis Nemesio Montiel y Olga Josefina; quien fue mi compañero de luchas en la gaita y en la vida. Mi padre que era chofer de tráfico, enamorado de la música y la historia que leía como su mejor divertimiento, le colocó su primer nombre en homenaje al barco donde navegó Francisco de Miranda desde Londres hasta Coro en 1806; y el segundo, por su admiración al líder bolchevique Vladimir Lenin.
Desde niños comenzamos a militar en el canto. Primero en la escuela Gabriela Mistral, inserta en el barrio Amparo, con sus paredes azules, con el rostro mustio de la poeta chilena en su frontispicio y la orientación amable, casi maternal de la maestra Carmen de Mora; mujer bogotana de un inmenso amor por los libros y el arte. Luego en el conjunto de gaitas de la Cruz Roja que dirigía don Luis García Nebot, donde compartimos viajes por toda Venezuela con excelentes amigos, como el merenguero Roberto Antonio, Carlos Brito, Amílcar del Villar, Hendrick Fernández y el maestro Anguito Soto, siempre demostrando un gran carisma, una cercanía natural con la gente, que hacía sentir que era casi un hermano para el recién conocido.
Después comenzaron los días en el Colegio Gonzaga, las excursiones con el padre Javier Duplá, Paco Percaz, Miguel Matos y Pechín. La amistad con Marisela Árraga, Aidé Devis, Evaristo Pérez, Madelis Rodríguez, quien sería su esposa y madre de sus hijos mayores: Diego Leandro, y las mellizas: Damelis y Damilé. Conformamos el Grupo Compa y logramos actuar en la Canción Bolivariana organizada por Alí Primera en 1983 en el estadio Luis Aparicio. Logramos ganar varios festivales gaiteros intercolegiales bajo la égida del profesor Néstor Chourio, un exintegrante de Los Azulejos.
En el decenio de los años ochenta comenzó su carrera profesional como cantante y animador con lo Zagales del Padre Vílchez, donde sembró una profunda amistad con las hermanas Guerra, con los hermanos Quiroz y Daniel Méndez en San Francisco. Formó parte de Gaiteros de Pillopo, Estrellas del 2000, Gosugaita. En paralelo Leandro hizo radio, como la habíamos aprendido de Pedro Colina al oírlo junto a nuestro padre, participativa, carismática, con contenido social y peso cultural.
Coincidimos en Radio Calendario donde animaba el programa de salsa junto a Samuel Portillo, con asesoría de Rafael Valladares; en Sabor 106.5 FM, donde demostró su solvencia para animar en la legendaria Fonoplatea. Y en las tarimas de feria, en los “poliedrazos gaiteros” junto a Ozías Acosta y Adolfo Ochoa. Leandro brilló y cultivó el amor fraterno de sus compañeros de divisa musical.
Solo vivió 43 años. La muerte le sorprendió el 21 de enero del 2007, le destrozó el corazón en ese mediodía, después de haber serenateado la noche anterior con su Rondalla al lado de Huáscar Pacheco, Pedro Rossell y Ender Fuenmayor. Junto a su hija menor Leandra, nuestra madre Olga Josefina, sus hermanos, los amigos de la gaita, lo despedimos la tarde del 22 de enero entonando las notas de sus gaitas preferidas. Lo sembramos en los jardines del sur, junto a la tumba de nuestro padre Luis Nemesio. Un momento terrible, doloroso, inédito. Ahora en la distancia lo vemos como una hermosa despedida entre lágrimas y cantos para alguien que le dio luz a esta tierra, y sembró el amor a su paso.
Una vez más, un Leandro cae entre las aguas de la lucha, de la turbulenta vida, tratando de cruzar el estrecho de las vivencias, para encontrase con su amada, su Hero maracaibera, su gaita.
Leandro Lenin Montiel con Las Estrellas del 2000 cantando “La regadera”
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