Cuando conocí la poesía de Adam Zagajewski, la percibí llena de una luz que no pretendía encandilar o cegar con sus imágenes, sino acompañar en la contemplación del mundo. Primero, me pareció una revelación, porque contiene un profundo sentimiento de nostalgia y pesares propios del exilio, pero no llega a insinuar odios ni rencores. Su obra es un gran mural de sentimientos íntimos, relatados en voz baja, sin pretender cobrar venganza por lo sufrido, ni escocer las viejas heridas que dejaron los asedios, las guerras y la rígida censura.
Un profesor de canto coral que vivió en Maracaibo en la década de los 80, el polaco Edward Domanski, destacado oboísta de la Orquesta Sinfónica de Maracaibo [OSM], me decía: “La lengua polaca y el español no tienen ningún vínculo entre sí”. Por ello me sorprendió la admiración de Zagajewski hacia Antonio Machado: el vate valenciano es un referente importante en la obra del poeta nacido de Leópolis, en el junio de 1945.
Como muchos escritores, Adam rehúye al espectáculo banal, es un pensador activo e inquieto, un viandante enamorado de los bulevares, de las caminatas que intentan descifrar las ciudades:
“Cuando te vayas, como las nubes,
se teñirá de bronce tu recuerdo”.
Es un fiel enamorado de la noche y sus secretos, un adorador de los objetos más sencillos y sus nombres. Siempre está buscando los espíritus que pueblan las sombras:
“Estuvimos hablando en la cocina hasta la alta noche;
la lámpara de aceite brillaba con suavidad
y los objetos, alentados por su quietud,
surgieron en medio de la oscuridad para decirnos
sus nombres: silla, jarra, mesa”.
Tuvo una formación académica sólida en la Universidad de Cracovia, en esa ciudad mítica de dragones y sinagogas fue un joven feliz. Urbe con una gran comunidad judía, que fue la sede de la fábrica de esmaltados de Oskar Schindler y su lista milagrosa. Allí Zagajewski cursó la carrera de filosofía y la de psicología, culminó ambas con honores. Conoció a la bella Maja Wodecka, quien sería su amada esposa y leal traductora. Ella trabajó como actriz en los años 60 y 70, luego ejerció como psicoanalista. Desde hace cuatro décadas es su compañera de giras y publicaciones. Sobre su época de estudiante, la poeta uruguaya Ida Vitale, expresa:
“De ahí el refugio que implican las bibliotecas, los museos, las iglesias. Cada uno de ellos, más allá de su propia especialidad, constituye un acervo que no por recibir lo nuevo pierde su fuerte presencia de pasado, su carácter de plataforma nutricia”.(Vitale, 2011)
El debut en la carrera literaria lo hizo en 1972, con su libro de poemas “Comunicado”. Ha escrito novelas y brillantes ensayos. Desde 1982 comenzó su periplo por el mundo como exilado, dictó cátedras en Houston, pasó temporadas largas en París y en Berlín:
“Soy tan sólo un turista en el mundo visible,
una de entre esas miles de sombras que
deambulan por las salas inmensas de los aeropuertos
y detrás de mí como un perro fiel con sus pequeñas ruedas
tengo a mi maleta verde”.
Es un hombre espigado, de barba gris, silencioso, de elegante vestir y gestos serenos. Le gusta pasar desapercibido y disfruta la soledad. Es el máximo representante de la generación del 68 llamada “La nueva ola”. Goza de múltiples traducciones y ha logrado premios de gran trascendencia, entre otros:
- Vilenica (1996)
- Neustadt (2004)
- Princesa de Asturias (2017)
La reciente proclamación del premio español, Princesa de Asturias de las Letras 2017, ha generado una ola de regocijo y una sincera celebración entre sus lectores, casi todos repartidos por Europa y América. Una vez más Zagajewski, estará en la tierra de Antonio Machado, recibiendo el afecto y la admiración de esa nación de grandes escritores, a la que ha cantado con hondura e intimista belleza:
“Santiago es la capital secreta de España
de día y de noche patrullas van hacia ella”.
Como heredero de la hermosa tradición de grandes autores polacos, iniciada por el maestro Ryszard Kapuścińki, el longevo Zigmunt Bauman, su amiga de conferencias y tertulias Wislawa Szymborski, y el misterioso Witold Gombrowicz: Hoy, Adam Zagajewski, es el único puente firme entre la lengua eslava y la lengua de Machado, con sus 500 millones de hispanoparlantes activos:
“Junto a la catedral vi a una mujer
que se había reclinado en su mochila y lloraba.
La peregrinación había acabado
adónde iba a ir ella ahora”.
En 2017 Zagajewski publicó un intenso estudio sobre uno de sus escritores tutoriales, el checo Rainer María Rilke, el poeta que dijo: “La verdadera patria del hombre es la infancia”. El tomo se titula “Releer a Rilke”, se ha convertido en una novedad editorial en Europa. El célebre escritor catalán Enrique Vila-Matas ha expresado sobre ese ensayo editado por Acantilado:
“Sostiene Zagajewski que, tras releer a Rilke y percibir en este su notable resistencia a perder el viejo hilo de antiguos esplendores, uno no puede evitar preguntarse si el misterio que ha anidado siempre en el centro de la poesía y del arte en general se podrá por mucho tiempo mantener a salvo de los asaltos —cada día más intensos— de un omnipresente y charlatán mundo mediático sin espíritu y de una igualmente omnipresente cultura de masas que dificulta la aparición de genuinas obras de arte”. (El País, 2017)
Siento un profundo regocijo por los logros de Zagajewski. En este otoño ibérico, el poeta polaco estará en Oviedo recibiendo otro gran galardón, merecido por demás. Mientras, su obra se sigue traduciendo, y los lectores siguen dándole la mayor prueba de amor que se le pueda dar a algún autor: comprar sus libros y soñar con su autógrafo.
León Magno Montiel – @leonmagnom – leonmagnom@gmail.com