La vocación es el llamado interno a seguir un camino, una carrera o algún sendero espiritual. Ese llamado lo sintió un niño llamado Gualberto José a los cinco años de edad, y sin más, emprendió su camino musical: aprendió los primeros acordes en el cuatro con mucha facilidad quizá porque era hijo de una ejecutante del armonio, Miguelina Barrios y de un cuatrista solvente; Cruz Ibarreto. Además, era el nieto consentido de una poetisa y virtuosa de la música. Y de un fino lutier, el que daba una sonoridad especial a los violines, mandolas y cuatros que en su taller construía.
Ese niño nacido el 12 de julio de 1947 en El Pilar, pueblito del estado Sucre, se convertiría en un gran cantante, buen cuatrista y mandolinista. Con su talento recorrería toda su patria interpretando los galerones y malagueñas de su terruño, los valses y merengues que le harían ganar el reconocimiento, con su impecable timbre de barítono. Por ello sería nombrado: “El cantor de la voz de pueblo, Gualberto Ibarreto”.
En 1954 se traslada a la población El Tigre, en el vecino estado Anzoátegui, y comienza sus estudios primarios. Allí participó en estudiantinas, en actos culturales junto a los adolescentes de esa región. En 1968 llegó a Mérida para cursar la carrera de economía en la Universidad de los Andes. En la ciudad de las cumbres nevadas, comienza su despliegue como serenatero, se alimenta de su ambiente cultural, del ambiente bohemio de esa capital, todo nucleado alrededor de su prestigiosa casa de estudios superiores ULA. Participa en las tertulias con grandes escritores y trovadores de la urbe andina. Allí conoce a cantantes de gran valía como Iván Pérez Rossi y Jesús Terán “Chavín”, de los que se hace amigo para siempre.
En la década de los 70 comienza a ganar prestigio como vocalista, en 1973 gana el “Festival de la voz estudiantil” y comienza un periplo por las universidades del país: cantaba temas protestas en Caracas, en el Aula Magna de la UCV; en la Universidad de Oriente; en Barquisimeto, en la Universidad Lisandro Alvarado. De esos conciertos, surgió un cassette con sus interpretaciones que llegó a las manos de un productor discográfico, eso propició su primer álbum titulado “Gualberto Ibarreto” en 1975, con el respaldo del sello Promus. De esa producción sonaron casi todos sus temas, pero se hicieron clásicos de la canta criolla: “María Antonia”, “Cerecita”, “La guácara”;
“Guácara me dan por nombre
mi forma es de caracol
vivo en la humead tranquila
huyo de los rayos del sol”.
Grabó un total de 15 álbumes en solitario y varias colaboraciones con artistas de la talla de Serenata Guayanesa, C4Trío, Cecilia Todd, Quinto Criollo, Huáscar Barradas, son el legado que ha logrado Gualberto, con su apariencia sencilla coronada por un sombrero de cogollo y franelas a rayas, que le dan un aspecto de pescador.
En 1984 Gualberto vuelve a transitar la senda de la música romántica, con un álbum producido por Enrique Hidalgo, de una gran orquestación. Su tema “El ladrón de tu amor” fue la canción motivo de la telenovela “Leonela” protagonizada por la bella actriz Mayra Alejandra junto Carlos Olivier, la cual tuvo repercusión en 80 países, especialmente en Italia y en los EEUU:
“Aquella noche un vagabundo
cambió tu risa en amargura
y sin permiso entró en tu mundo
para robarte la ternura
y desde entonces me condeno
a que no vuelvas a ser mía
a estar perdida entre mis sueños
a que me niegues cada día”.
Gualberto cambió su pantalón de caqui por un flux y siguió escalando peldaños, el éxito le sonreía en varios países del continente americano, volvieron las celebraciones y parrandas, los sancochos a la oriental. Tuvo un sonado amorío con la talentosa periodista Isa Dobles, viajaron juntos a varios países, hicieron recitales y programas televisivos memorables. “El pichón” como le decían en su pueblo, fue reconocido como un gran intérprete por el mismo Alfredo Sadel, con quien alternó. Pero esa avalancha de éxitos, los falsos amigos lo empujaron al alcoholismo. En 1989 se declaró cautivo de “ese potro salvaje” como lo definiera Octavio Paz. Tuvo un gran bajón vital y profesional. Ese período estuvo marcado por rupturas, agresiones y deslealtades que lo lastimaron en lo profundo de su alma. Quizás eso fue lo más difícil de esa etapa de vida para el cantista oriental.
En la década de los 90 logró superar su adicción al alcohol, y comenzó una apretada agenda de conciertos. Participó en la gira nacional “Lo nuestro es lo mejor” patrocinada por Empresas-Polar y dirigida por el guitarrista Miguel Delgado Estévez. En ese evento, yo fui el animador y pude conocerlo, interactuar con mi ídolo: Gualberto. Lo hice reír cuando le conté que su amigo Danelo Badel, con quien él había actuado en Panamá en 1976, había comprado dos loros copete amarillo, y los bautizó a uno Gualberto, y al otro Ibarreto. Reía a caracajadas.
La gente disfrutó de nuevo su voz de bajos profundos, su estampa sencilla de hombre de mar entre peñeros. Escuchó de nuevo sus anécdotas cargadas de humor. Ahora suele llevar en sus bolsillos dulces, y se jacta de decir a sus compañeros de camerinos y bastidores: “cambié la botella por estos caramelos”.
Ilan Chester recién ha declarado: “La canción más hermosa que he interpretado es “Anhelante”. En cualquier idioma, esa es una auténtica joya”. Fue creada por el caraqueño José Pollo Sifontes para la voz baritonal de Gualberto. El Pollo es otro de los compositores fetiches del cantor oriental, junto a Enrique Hidalgo, Simón Díaz y Luis Mariano Rivera. Son ellos sus cuatro pilares creativos, los que le ayudaron a construir su universo musical gualbertiano:
“Me conformo con verte
aunque sea un instante
me conformo con mirarte
un momento nada más
para llevarme lejos
el matiz y el contraste
que dan tus ojos bellos
junto a la inmensidad”.
(Sifontes, 1975)
Los jóvenes músicos de Venezuela sienten una fascinación por su canto, así lo demuestran las producciones y conciertos realizados junto a C4Trío, con el flautista Huáscar Barradas. También las producciones en su homenaje que produjo La Guataca, y su participación con el Barrio Obrero de Cabimas en su álbum 60 aniversario.
Luego de celebrar siete décadas de vida, Gualberto lucha por superar dolencias y achaques. Su hija Elena Ibarreto dejó sin aliento al país cuando manifestó que su padre padece la enfermedad de Parkison. Sin embargo, él sigue recibiendo el cariño de la comunidad artística y los aplausos del público que se niega a abandonarlo en la adversidad. Aunque ya no puede ejecutar el cuatro que toda su vida lo acompañó, Gualberto resiste, pervive.
Sin duda, Gualberto Ibarreto es el mejor cantista del oriente venezolano, heredero de una bella tradición folclórica, hijo de artesanos que moldearon la música para acompañar su voz profunda: su voz de pueblo.
León Magno Montiel
@leonmagnom
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