“El exilio es parte de mí.
Cuando vivo en el exilio
llevo mi tierra conmigo.”
Mahmud Darwish (Galilea, 1941-2008)
Me resulta inexplicable el hecho de que grandes escritores y célebres artistas, hayan decidido morir lejos de su patria, de la tierra a la que dedicaron lo mejor de su obra, a la que amaron con sobradas pruebas y testimonios vivenciales. Algunos de estos creadores, que gozan de la admiración y el respeto de buena parte del mundo, vivieron gran parte de su tiempo en su terruño natal, pero cuando intuyeron que llegaba el final de su ciclo vital, eligieron su última morada en otra nación, otra tierra, en otro continente, distante, distinto culturalmente, alejado de sus raíces. Cuatro de estos importantes creadores, eligieron el exilio como destino final:
- Jorge Luis Borges:
Nació en Buenos Aires en 1899, fue un bonarense de librito, un ciudadano austral con halo europeo. Él decía que odiaba el tango mientras lloraba al recordar sus versos de arrabal. Es el escritor nacido en América Latina más respetado y ponderado por los actuales escritores del mundo. Y aunque de adolescente estudió en Ginebra, la capital de la relojería fina, en Suiza, la nación multilenguas; el grueso de su obra está ambientada en la Argentina:
“A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
La juzgo tan eterna como el agua y el aire”.
Cuando Jorge Luis tenía 85 años de edad, luego de recorrer el mundo con sus conferencias y entrevistas, y de haber pasado una vida esperando el Premio Nobel que nunca llegó, fue diagnosticado de cáncer en el hígado. Sus últimos días los pasó en la ciudad de sus estudios de adolescente, Ginebra: entonces nombrada la capital de la paz, aunque sin poder verla sino a través de los sueños. Allí fue sepultado en el Cementerio de los Reyes. Su viuda y albacea María Kodama se ha negado a repatriar sus restos, ella afirma que eso contradice la última voluntad del escritor. ¿Por qué Borges fue a parar a otra nación, a una tierra que no siente ningún orgullo por tenerlo en sus entrañas? ¿Realmente él quería ese abandono, ese reino de distancia y olvido? ¿Acaso lo merecía?
- Jesús Soto:
El gran artista plástico, pintor y escultor pionero del cinetismo, nacido en el sur selvático de Venezuela en 1923, quien encantó a Europa y América con su original obra, y se ganó el respeto mundial con sus penetrables; esculturas inclusivas que rememoraban los aguaceros diluviales a orillas del río Orinoco. Soto recreó las gotas que se colaban entre los gigantescos árboles en el suelo ferroso. Sobre su obra novedosa y su gran aporte, él confesó:
“La gente no creía que era arte, creía que era decoración.
Poco a poco descubrieron que tenía una razón de ser
y que era parte de un momento histórico”.
Jesús Soto realizó su última exposición en Maracaibo, ciudad en la que vivió un año como director de su escuela de arte, ya padecía una enfermedad letal que llevó con mucha dignidad hasta el 14 de enero de 2005, cuando exhaló su último aliento en París, en su hogar, rodeado de su familia. Había decidido que su tumba estaría en esa capital del arte, en el cementerio Montparnasse, lejos de los caudalosos ríos que lo vieron nacer y que le dieron su carácter de artista, y donde aprendió los primeros acordes de guitarra, su fiel compañera en los bulevares parisinos, donde se ganó la vida como payador y dejó su recuerdo inextinguible.
- Julio Cortázar:
El hijo de una maestra de idiomas y un diplomático, argentinos ambos. Nació en 1914 en la Embajada de Argentina en Bruselas, con una tormenta de obuses en el cielo por la invasión del káiser y sus tropas, comenzaba la Primera Guerra Mundial. Fue bilingüe natural, con una imaginación considerada superior, casi pasmosa por sus colegas escritores contemporáneos. Fue un apasionado de la vida bonarense, de sus barrios Banfield y Rawson donde creció y se formó. Fue un enamorado del sentir latinoamericano y sus luchas políticas, militante leal de la izquierda progresista. En 1951 decidió irse a París y allí se sembró:
“Todo ha quedado allá, las botellas, el barco,
no sé si me querían y si esperaban verme”.
Desde allí viajó por el mundo, fue traductor, conferenciante, autor de cuentos geniales, y de la novela que marcó el inicio del boom latinoamericano de la literatura: “Rayuela” en 1963. El gigante con ojos de cíclope, murió víctima de la leucemia, y de males asociados a las transfusiones que le practicaron con sangre contaminada. Cortázar se fue destrozado sentimentalmente por la muerte de su segunda esposa, la escritora y fotógrafa canadiense Carol Dunlop, con quien escribió a cuatro manos, casi como un libro de novios: “Los autonautas de la cosmopista” en 1982, ese tomo salió publicado luego de la muerte de ella en 1983.
Cortázar decidió terminar su ruta de vida en un cementerio intramuros de París, muy lejos de la Buenos Aires, la megalópolis que lo hizo escritor: hombre sensible y un pensador global. Murió el 12 de febrero de 1984, su tumba está ubicada al lado de la de Carol, ambas muestran ticketes del Metro, rayuelas, flores y algún vaso de vino que dejan como ofrenda sus admiradores.
- Joseph Brodsky:
Nació en 1940 en Leningrado, la ciudad de los inviernos interminables, la cuna de grandes artistas de toda índole. Joseph era de origen judío, de padre marinero y madre secretaria, una escribana amante de la lectura. Fue cuestionado por el gobierno soviético, a tal punto que fue enviado a trabajos forzosos en un campo de concentración. Al salir de esa penuria, viajó a Estados Unidos y allí le otorgaron la ciudadanía norteamericana. Fue catedrático, recibió el Premio Nobel de Literatura a los 47 años de edad. Murió en Nueva York el 28 de enero de 1996 víctima de un infarto, en Brooklyn, condado al que amó. Brodsky nunca dejó de ser un ruso nostálgico:
“En los crepúsculos espiaría desde la ventana
a las hordas de automóviles bramando y pasando
al lado de las esbeltas columnas desnudas
que muestran su peinado dórico, impasibles
desde la blancura del frontispicio del tribunal”
El poeta decidió que sus restos reposarían en Venecia, en un modesto cementerio en la Isla de San Michele. Allí también reposan los restos de su compatriota Ígor Stravisnky, el gran músico. Su tumba muestra su nombre en ruso, entre viejos árboles, sombras y silencios sin pausa.
Otros artistas de grandeza universal han muerto muy lejos de su tierra, pero pidieron que sus cenizas descansaran en su patria; al contrario de los cuatro elegidos que antes expuse, estos volvieron a su querencia:
- Gabriel García Márquez, quien falleció en México y sus cenizas reposan en su amada Cartagena, la ciudad amurallada.
- José Saramago, murió en España y pidió ser sepultado en Lisboa al pie de un olivo, con el epitafio: “Y no subió a las estrellas, porque a la tierra pertenecía”.
- Héctor Lavoe falleció en 1993 en un hospital de Nueva York y su último deseo fue descansar en Puerto Rico, en la ciudad señorial de Ponce, donde había nacido en 1946.
- Igual lo hizo el genio de la guitarra flamenca Paco de Lucía, quien falleció en México donde residía por largas temporadas y sus restos moran en el viejo cementerio de Algeciras, al sur de España.
Los primeros cuatro genios del arte que he nombrado: Borges, Soto, Cortázar y Brodsky, eran dueños de una expresión que logró tocar el espíritu de millones de personas: ¿Por qué decretaron el rompimiento con su origen? ¿Por qué ese desarraigo final? Aun así, cada uno es un referente de grandeza en su nación, todos tienen dimensiones planetarias. Millones de seguidores continuarán llevando flores y cartas a sus tumbas, por muchos años peregrinarán hasta sus lápidas modestas; aunque estén sembrados en tierras extrañas. Cómo lo cantó tan hermosamente Mahmud Darwish, el poeta palestino: “Cuando me muera ¿A dónde llegarán mis cartas?”.
León Magno Montiel – @leonmagnom – leonmagnom@gmail.com