“Ese puñado de tierra natal,
las canciones que gustan
traer consigo los inmigrantes”
Juan Carlos Onetti (Uruguay, 1909-1994)
El 23 de abril de 1950, cuando se cumplían 334 años de la muerte de Miguel de Cervantes en Madrid, en la casa verde del Zulia, Machiques, nacía Víctor Hugo Márquez. La fiesta por su llegada duró dos días, se oyeron gaitas perijaneras, décimas y danzas. Los hombres de la familia descorcharon botellas de brandy y asaron carneros. Desde su nacimiento, el niño estuvo signado por la música, los libros, la poesía y el amor por el conocimiento. Su padre fue José Domingo Márquez, un apasionado de la declamación, hombre que se opuso al régimen gomecista, además, un inquieto lector. Como todo perijanero, “Mingo” Márquez trabajaba la tierra, criaba ganado, pero además fue un innovador, un pionero en la zona agropecuaria más importante del país. Aura Gisela García, llamada “Chela” por sus familiares y vecinos, la madre de Víctor, levantó con especial esmero a su retoño, solía cantarle en su regazo. El niño creció en un hogar bucólico, de costumbres austeras, de estilo campesino, con un gran respeto por la naturaleza, sus frutos y sus dones.
Cuando solo faltaban tres años para que naciera Víctor Hugo, 1947, su padre emprendió una gira muy atrevida y arriesgada, un recorrido inédito hacia la ciudad de Detroit en el lago de Michigan, se calcula que el trayecto fue de unos 15.000 kilómetros hasta llegar al noreste de los Estados Unidos. Montados en un vehículo Ford del año 1928, el celebérrimo modelo T, sin doble tracción, ni orugas; así viajaron con la pretensión de conocer al admirado inventor Sir Henry Ford. Para ello, salieron desde la catedral de Machiques el 25 de enero de 1947, atravesaron la espesura de las selvas colombianas y sus caudalosos ríos, vadearon los pantanos panameños, los bosques vírgenes de Costa Rica, las veredas montañosas y los lagos extensos de Nicaragua, Honduras y Guatemala.
Cruzaron el México ancestral de ídolos enterrados, con sus magníficos campos y monumentos aztecas, hasta llegar a la ciudad soñada, la gélida cuna del automóvil: Detroit, nombre de origen francés “Citat d’Etroit” bautizada así por los traficantes de pieles galos, cuyo significado es “Ciudad del estrecho”. Nueve meses duró la arriesgada y extenuante travesía, casi les cuesta la vida: cayeron en ríos profundos, enfrentaron a asaltantes de caminos, abrieron surcos en terrenos vírgenes, hicieron trochas en selvas ignotas. Los tres expedicionarios sobrevivieron a plagas, al tifus y al asedio de los insectos, a la embestida de los animales de los montes; a los aguaceros diluviales. Esos tres aventureros fueron: José Joaquín Rojas, un avezado mecánico; Régulo Díaz “Kuruvinda”, un respetado cronista. Y como jefe de la expedición “Mingo” Márquez.
A la hazaña de estos “Quijotes del volante”, 49 años después, Víctor compuso un homenaje, lo grabó la cantora Lilia Vera, en octubre de 1996:
“De Machiques a Detroit
por la selva tropical
de la América central
en aquel carro Fotingo:
Régulo, Joaquín y Mingo
abrieron ruta inmortal”
(Márquez, 1996)
Cuando llegaron a la ciudad de los motores, octubre anunciaba el frío otoñal, Míster Ford había muerto a los 83 años de edad víctima de una hemorragia cerebral, sólo unos meses antes del arribo de los zulianos. De tal manera que no pudieron cumplir su sueño de conocer al famoso industrial, el multimillonario inventor del Ford T, Henry Ford, quien poco antes de morir, dijo: “Los que renuncian son más numerosos que los que fracasan”. Los quijotes del volante, nunca renunciaron a su sueño.
Cuando Víctor Hugo cumplió los 18 años de edad, se marchó a la ciudad de Caracas para realizar la carrera de Psicología en la Universidad Católica “Andrés Bello”. De esa casa de estudios egresó con honores en 1973, y regresó al Zulia para comenzar la carrera de Derecho en la Universidad del Zulia. La culminó a finales de 1975. Con dos títulos universitarios: psicólogo y abogado, retomó su afición de niño por la poesía, la rima de palabras, el canto. Sus tíos cuentan que a los cuatro años de edad, declamaba poemas infantiles, que aprendía en la escuela para cada efeméride resaltante. A los nueve años escribió su primera obra y desde entonces no paró, siguió creando, cual árbol frondoso, siguió dando frutos líricos y melódicos. El niño se levantó admirando la Sierra de Perijá, su neblina, su espesa arboleda y sus ríos trepidantes. De ella surgió su inspiración, su musa para crear versos, y para vestir con ellos los compases de la gaita y la danza, para adornar la estructura intrincada de la décima criolla.
Se unió en matrimonio Lourdes Barrios, su colega psicóloga, a quien conoció en Caracas. Llegaron sus tres hijos: Lourdes, quien es periodista, reside en España. Víctor Enrique, es músico con doctorado en composición de la Universidad de Missouri; y la hija menor Lara, quien es psicóloga, actual jefe del departamento de Psicología de la Universidad Centroccidental “Lisandro Alvarado”.
Comenzaron sus éxitos en el mundo artístico, primero con el Conjunto Santanita, en la voz de Gladys Vera, con la danza “Amor Marginal” en 1976:
“Tenía yo quince años
veinticinco vos
y con picardía
nos decíamos adiós”
(Márquez, 1976)
Ese tema se convirtió en un éxito nacional y luego en un clásico. En 1977 compuso otra danza de corte social, la tituló “Perucho”, describe la vida de un adolescente que debido a la poca atención de su familia y la falta de afectos en su hogar, cae en el mundo de la drogadicción, y desde su desgracia, reclama una oportunidad para triunfar en la vida. La danza la interpretó Eddy Méndez con el conjunto Los Juvelines de Enrique Quiroz:
“Ayer no tuve el coraje
para hablar conmigo mismo
de enfrente solo al abismo
de la droga una vez más.
Soy un estorbo en mi hogar
me expulsaron del liceo
este es el colmo
y yo creo
que yo no sirvo pa’ na’ ”
(Márquez, 1977)
Víctor Hugo ingresó a la Universidad del Zulia como profesor, entonces combinaba su actividad artística con la docencia. Fue registrador mercantil, ejerciendo en su condición de abogado, pero la música en su vida ha sido una constante.
En 1985 participó en el festival “Una gaita para el Zulia” de Industrias Pampero y obtuvo el primer lugar con el tema “El Buhonero” interpretado por los hermanos Andrés y Nelson Romero, con el conjunto Alegres Gaiteros:
“Buhonero, buhonero
que te rebuscas la vida
gritando por la avenida
con ese sol callejero,
por honrado y tesonero
y por ser un buen zuliano
yo quiero estrechar tu mano
en sentimiento pueblero”
(Márquez, 1985)
En varias ocasiones Víctor Hugo Márquez nos ha representado en festivales internacionales de la décima y el verso improvisado. En Cuba en los años 1991, 93 y 97. En la República Dominicana participó en 1993 y fue invitado al “Festival de poesía popular de Almería” en 1995. En México ha asistido a cinco encuentros de decimistas. Ha llevado sus versos repentinos a Madrid, Qatar, Colombia e Islas Canarias, gracias a la iniciativa del CIDVI, el Centro Iberoamericano de la décima y el verso improvisado.
En 1998 celebró los 51 años de la hazaña de su padre y sus dos colindantes: la asombrosa gira de Machiques a Detroit, con una segunda edición de ese itinerario internacional. En esa ocasión, viajaron por Centroamérica hasta Norteamérica en camionetas Ford Explorer, por autopistas y caminos más benévolos, la realizó junto a su hija mayor Lourdes. Esa segunda gira fue un éxito, gracias al apoyo de la empresa Ford de Venezuela.
Uno de los temas más importantes en la obra de Víctor Hugo es la danza “Se nos muere el Lago” un canto de carácter ecológico, un clamor en tonalidad menor por la salvación del cuerpo de agua que nos dio la vida y es nuestra mayor riqueza natural:
“Zuliano mirá
que se está acabando
está agonizando mi lago
qué barbaridad,
brota por doquiera
su fauna extenuada”
(Márquez, 1974)
La primera versión de esa danza la grabó la extraordinaria cantante y pianista Nelly Marcano en 1974. En esa línea creativa, reivindicativa, compuso en 1993 la gaita “Llora la Sierra” un aldabonazo en las mejores voces de la canta criolla: Lilia Vera, Iván Pérez Rossi, María Teresa Chacín, Simón Díaz, Rummy Olivo, Reynaldo Armas y el propio Víctor Hugo Márquez. Fue un noble gesto de solidaridad de los cantores más connotados. El tema “Llora la Sierra” es un recorrido por la biodiversidad perijanera, su serranía, su piedemonte. Al mismo tiempo, denuncia la tragedia que allí se vive por la explotación inmisericorde del carbón, el narcotráfico, los secuestros, el libre tránsito de extranjeros sin documentación, por la invasión de hordas de paramilitares, que la habitan a sus anchas y han convertido la Sierra en territorio de emisoras ilegales, instaladas por la guerrilla colombiana para unir a sus huestes en territorio venezolano y dar mensajes cifrados de su accionar delictual:
“Llora el corazón
de la Sierra que atesora
niebla, ríos, fauna y flora
alimento y bendición.
Fiebre de carbón, narcotráfico y secuestros
nos despojan de lo nuestro
reclamamos protección:
Basta de invasión”
(Márquez, 1993)
La primigenia casa de los Yukpas y los Barí, es un ecosistema admirable, de parajes hermosos: Kunana y Río Negro, con el pico Tetari de 3.750 metros de altitud sobre el nivel del mar. Al final de esa gaita, como epílogo, en lengua yukpa Víctor Hugo recita: “Bonita doncella yukpa, llena de gracia”.
La agrupación Los Chiquinquireños le grabó al profesor Márquez un tema de gran belleza, titulado “Cuando habla mamá” con hermosas imágenes poéticas, lo cantaron a dúo Gladys Vera (su primera intérprete) y Carlos González, con un introito hermoso en la voz de la niña Paola Guerra. Está incluida en el álbum 2007:
“Cuando habla mamá el patio florece
cada planta crece como si tuviese
más luz que humedad.
Refresca en la ciudad
sus ramas de vida, los pájaros anidan
y el dolor se olvida pues la vieja está.
Cuando habla mamá el amor nos canta
desde su garganta un arrullo de cuna
y un canto de paz”
(Márquez, 2007)
Para completar ese ciclo de gaitas chiquinquireñas, compuso un tema junto a Erbin Montes titulado “El farolero de la Virgen”, lo grabó Argenis Carruyo con El Gran Chiquinquirá de Alí Carrasquero en 2005. Ese tema sonó en todo el país, ganó muchos aplausos, dedicado al devoto Miguel Escola, quien iluminó con antiguos faroles el camino por donde pasaba la Virgen en procesión, bendiciendo a su pueblo.
Junto al cantautor Ilan Chester, Víctor grabó el tema “Chinita perijanera” para el álbum que recibió el Premio Grammy, arreglado por el maestro zuliano Marcos Salas, allí participaron Ricardo Cepeda, Argenis Carruyo, Rafael Rincón González, Ronald Borjas, entre otros.
El 4 de julio de 2014, la Universidad del Zulia inauguró la “Cátedra libre de la gaita” con el aval de la Vice Rectora Judith Aular, para profundizar el conocimiento sobre los orígenes y la evolución de esa forma musical. Víctor Hugo es el coordinador y parte de su premisa teórica es: “Los gaiteros deben compartir sus saberes con el pueblo que los admira, con la gente que canta la gaita perijanera, de tambora surlaguense, la de Santa Lucía, y especialmente la gaita de furro, que ha llegado a todos los rincones de la nación”.
La Fundación Trade Quip ha publicado tres libros con las investigaciones etnomusicales del profesor Márquez, y la Universidad del Zulia le editó uno sobre la vida y obra del juglar Rafael Rincón González, a quien consideró su padrino artístico.
En una reciente gira cultural que realizamos por Texas, Estados Unidos, participamos en varios foros sobre el folclor zuliano, estuvimos con entrañables amigos: Humberto Bravo, Germán Ávila Jr., Manuel Soto, Luigi Castillo y con los directivos de la Fundación Beltway. Allí confesó Víctor Hugo, que él cometió un error al oponerse a mi propuesta de “Gaita todo el año”, la que formulé en 1984 a través de mi programa Sabor Gaitero en Radio Calendario y la gente aceptó mayoritariamente. Yo buscaba que la gaita se desarrollara en los medios de comunicación: especialmente en la radio y en los medios electrónicos nacientes, los doce meses del año. Y que la gaita fuera un escudo de contención contra la invasión de ritmos extranjeros, ante la sobre-exposición del reguetón y el vallenato. Su gaita de 1987 criticó mi propuesta, pero ese tema quedó en el pasado, sumido en el silencio. Hoy agradezco su generoso apoyo.
En la actualidad, el trovador Víctor Hugo Márquez tiene una apretada agenda de encuentros culturales, ha recorrido muchos países llevando su canto. Pone especial empeño en “La escuela del folclor” avalada por la Fundación Beltway, donde él es director y el principal maestro. Pronto saldrá al mercado su libro “Jira de Machiques a Detroit” (Jira con jota, tal como lo escribió Kuruvinda originalmente, pues alegaba que “gira” es un recorrido que regresa al punto de partida, y el de ellos, no cumplió con eso). Es una crónica sobre esa proeza continental.
La gira pionera que emprendió su padre “Mingo” Márquez hace varias décadas, en su legendario Fotingo, Víctor Hugo la ha continuado con su cuatro y sus versos en ristre. El pionero machiquense murió 18 de noviembre de 1978, pero su hijo sigue atravesando la geografía de lejanas naciones y dejando constancia de su amor por la música, la pasión que le inspiró la Sierra majestuosa, esa fuente de vida y misterios que se eleva entre dos naciones. La madre sierra que lo vio nacer, su doncella llena de gracia: dadora de su arte.
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