“Es como poner en la vitrola
un disco de Gardel,
caen calles de fuego
de su barrio irrompible”
Juan Gelman (Buenos Aires, 1929-2012)
El sábado 18 de mayo de 1935, si las emisoras en Maracaibo hubiesen anunciado que llegaba a la ciudad Charles Romuald Gardés para brindar varios conciertos, los parroquianos de entonces se hubiesen preguntado ¿Quién es ese cantante?. Ochenta años después, vemos las fotos en sepia de esa exitosa gira musical, el recorrido electrizante del francés con alma rioplatense por las calles de la capital petrolera, quien desechó su nombre galo, el que aparece en su partida de nacimiento, y se hizo llamar Carlos Gardel.
Ese cantor era un genuino tolosano, nacido el 11 de diciembre de 1890 en un hospicio para madres solteras. Se convirtió en el mayor mito del canto criollo, hijo de un comerciante que terminó como asaltante, experto ladrón de caja fuertes, por ello pagó varios años de cárcel, de nombre Paul Jean Lassere, un hombre casado y con hijos. Tuvo un affaire con Berta Gardés, una humilde francesa, y esta quedó en estado de Carlos. Debido a ese desliz fue expulsada de su casa por deshonrar a la familia, y zarpó con su bebé hacia Argentina. Viajaron en tercera clase, casi sin vituallas, con poca agua, llegaron al puerto de Buenos Aires cuando su hijo tenía dos años de edad. Berta trabajó en un taller de planchado; mientras realizaba la dura faena, el niño jugaba en las calles del barrio Abasto, allí conoció las milongas, valses, el tango, el baile porteño acompasado.
A pesar de que su madre Berta realizaba un oficio menor, y que nunca tuvo a un caballero a su lado apoyándola, educó a su hijo en buenos institutos: el Colegio Salesiano, le pagó clases particulares de canto y piano, lo que ayudó a desarrollar el inconmensurable talento innato de Charles Rumuald. Él poseía un porte elegante, distinguido, su voz tenía múltiples matices, con tesitura de barítono atenorado. De natural simpatía, reflejada en su permanente sonrisa y jovialidad.
Sus inicios en la música fueron en la calle, imitando a los payadores, estos fueron su espejo y guía. Comenzó a cantar en dueto con José Razzano, un vecino del arrabal, talentoso guitarrista. Carlos Gardel también ejecutaba con solvencia la guitarra, tenía un oído armónico, una afinación a toda prueba. Los primeros que lo oyeron cantar describen su talento con adjetivos de este tenor: de garbo varonil, con una voz profunda al hablar y al cantar, de simpatía desbordante, de estilo porteño, seductor, apasionado del hipismo y el boxeo. Era gentil con las damas, malquistaba a los envidiosos, un francés aporteñado con facilidad para enamorar a las féminas, músico impecable, hombre de gestualidad teatral.
La Maracaibo que Gardel pisó el 18 de mayo de 1935, comenzaba a disfrutar de la radio, había visto nacer el cine unas pocas décadas antes, tenía una notoria influencia francesa y estaba atrapada por los encantos del tango: esa era la música que identificaba a todo el continente. El cantor llegó a bordo del vapor Libertador, lo recibieron las sirenas de todos los barcos anclados, con pirotecnia desde las dársenas y cañonazos de salva en los cerros. Desembarcó en los atracaderos de La Ciega, cerca de la primera sede de la Universidad del Zulia, venía acompañado del compositor Alfredo Le Pera y de los guitarristas Guillermo Barbieri y Santiago Riverol. El 19 de mayo actuó en el Teatro Metro, luego recorrió la ciudad y se hospedó en el Hotel Granada. El 20 de mayo cantó en Cabimas, una actuación con muchos inconvenientes. El día 22 tuvo una doble función en el Teatro Baralt, que para ese momento celebraba sus 52 años de fundado, era el principal templo de la cultura en la ciudad, remodelado por el belga León Höet. La ciudad se rindió a los pies del bardo, quien a duras penas pudo pernoctar en el Hotel Granada en la carretera Unión, desde donde tenía una imponente vista al lago, pues permaneció rodeado de sus efusivos admiradores.
Exactamente 32 días después de salir del puerto marabino rumbo a Curazao, Gardel murió calcinado en el aeropuerto de Medellín, víctima de la imprudencia del piloto colombiano Ernesto Samper Mendoza. Su cuerpo, junto al de 18 personas más, se hizo cenizas en minutos, pues su muerte la produjo el incendio pavoroso desatado por el choque de dos aeronaves. Fue sepultado en el cementerio de San Pedro luego de ser llevado en hombros por miles de seguidores antioqueños. Desde entonces, esa capital andina es una catedral del tango.
El piloto colombiano Samper pasó a la historia como el culpable de la muerte del cantor del Abasto, puesto que él trataba de impresionar a su rival, el piloto alemán Flint, quien esperaba en la pista orden de despegue. Samper le pasó en vuelo rasante, y esto produjo la colisión fatal. En solo minutos, Gardel quedó reducido a despojos, junto a su gran aliado musical, el periodista, poeta y letrista Alfredo Le Pera, nativo de Sao Paulo, autor de la letra de sus tangos más emblemáticos:
“Sus ojos se cerraron…
y el mundo sigue andando,
su boca que era mía
ya no me besa más,
se apagaron los ecos
de su reír sonoro
y es cruel este silencio
que me hace tanto mal”
(Sus ojos se cerraron, 1935)
Alfredo Le Pera hacía las letras y Carlos Gardel las melodías de los tangos más universales, como “Volver”:
“Yo adivino el parpadeo
de las luces que, a lo lejos
van marcando mi retorno.
Son las mismas que alumbraron
con sus pálidos reflejos
hondas horas de dolor”
(Volver, 1935)
Sus restos fueron identificados por los forenses gracias a sus dentaduras, el cadáver marcado con el número 11 era el de Gardel, fue sepultado luego de unas exequias multitudinarias, llenas de asombro y dolor. Seis meses después, fue exhumado y llevado por el centro-sur de Colombia, en tramos a mula, otros en tranvía, hasta el puerto de Buenaventura. Finalmente, lo llevaron en barco hasta Nueva York, ciudad donde estuvo su ataúd por ocho días. Desde allí zarpó la comitiva rumbo a Buenos Aires, y fue sepultado 51 días después con honores de héroe en el cementerio La Chacarita, donde aún están sus restos en una permanente fiesta turística.
El cantor tolosano solo vivió 44 años, al momento de su mortal accidente era un mito viviente en toda América y parte de Europa. El impacto de la noticia la recibió su madre Berta Gardés en Toulouse, donde iba a encontrarse con su hijo al finalizar esa gira musical. Un misterio inquietante surgió al comprobar que Berta recibió y despidió a su único hijo en Toulouse. Ella vivió ocho años más después de la tragedia en Medellín, siempre vistió de riguroso luto, hacía monólogos con su único hijo anunciándole que al despertar le llevaría su matecito.
La impronta que Gardel dejó en el alma de la ciudad de Maracaibo, se siente en el dejo porteño de nuestros cantores al interpretar sus temas: Luis Oquendo Delgado, Rafael Rincón González, Tino Rodríguez, Moisés Medina, tienen la acentuación rioplatense al cantar. En la radio del Zulia el tango dominó la escena hasta la década de los 50, cuando tomó el testigo la música cubana. Recuerdo a mi padre Luis Nemesio escuchando Radio Perijá 540AM, el programa de Alí Rachid de tangos, que tenía una maratónica duración de tres horas. De allí que las generaciones del 28 al 50 tengan acentuada predilección por el tango y lo sepan interpretar.
Por la dimensión mundial de su leyenda, Gardel fue durante mucho tiempo disputado como ciudadano por tres naciones: Uruguay, Argentina y Francia. Los orientales alegaban que había nacido en Tacuarembó en 1887, aparecieron documentos fraudulentos, los que Gardel aceptó por su temor a ser deportado como desertor del ejército francés, luego de ser llamado al frente en la Primera Guerra Mundial. Los argentinos quisieron patentar ese icono del canto mundial, pero todos los intentos fueron infructuosos. Desde 1980 quedó aclarado, con suficientes documentos probatorios, que Carlos Gardel nació en Toulouse. Francia se ha empeñado en hacer valer su legado a la música mundial.
El escritor paraguayo Augusto Roa Bastos dio clases varios años en esa ciudad, la describe como el gran laboratorio de la aeronáutica europea. En una de sus crónicas asegura haber conocido la casa donde vivió la familia de Berta Gardés y pasó sus primeros meses de vida Carlos, afirmó: “Allí aún está la placa con el apellido Gardés”.
Desde 2011, en Toulouse, la urbe multicultural a orillas del río Gorona, se realiza el festival “Tango Postale” en el verano. Es un encuentro de música, baile y exposiciones temáticas que reivindica el puente que los tolosanos han establecido con Buenos Aires, como un homenaje a Gardel.
Siempre ha despertado curiosidad, y en algunas ocasiones morbo, el saber cómo era la relación con sus amantes, del cantante más deseado por las féminas. Han tratado de conocer cómo fue la relación íntima de Gardel con las mujeres. En Bogotá, seis días antes de morir, Gardel declaró al Diario Nacional:
“He amado muchas veces en mi vida y conservo de ello gratísimos recuerdos, como que en casi todos mis amores he sido feliz. He querido de diferentes maneras, según el temperamento de la chica, las circunstancias y el ambiente.”
Sobre sus gustos afirmó:
“Prefiero las latinas, indudablemente, por comprender mejor mi temperamento, pero todas las mujeres atractivas e inteligentes me agradan. No obstante, las mujeres sajonas que tienen fama de frías y calculadoras, cuando encuentran un hombre que las enamora y comprende, son tan sensibles y apasionadas como las latinas, y por lo tanto, también me seducen”.
Sus biógrafos más severos, afirman que no le gustaban las amantes de camerino, no era partidario de hacerles un “rapidito” al estilo Jimmy Hendrix en un baño público. Ni de tener encuentros sexuales furtivos como Pedro Infante. Ni coitos en un ascensor a la manera desaforada de Marvin Gaye. Él mantuvo relaciones más bien estables, de largo aliento; la más conocida la mantuvo con Isabel del Valle, a quien conoció en el barrio Constitución cuando ella solo tenía 14 años, tenía un cuerpo voluptuoso, era alta: fueron amantes por 10 años. Otra amante comprobada fue la francesa Madame Jeanne Ritana, mujer madura que regentaba una pensión, reconocida hetaira con la que se involucró en 1913. Carolina Angelini fue su novia en la adolescencia. Elena Fernández una montevideana sensual que lo acompañó en algunas giras. Andrea Morand con quien viajó a París y la actriz española Perlita Grecco. El Morocho del Abasto no era partidario del casamiento, era discreto con sus romances, un edípico consumado y orgulloso, el hijo absorto en la atención a su madre solitaria y perseverante.
Algunos dudaron de su virilidad, pero las mujeres lo avalaron como amante, y él a ellas, aunque a ninguna la hizo esposa.
La periodista argentina María Moreno se pregunta ¿Cuánto le debe Gardel al gramófono, o a la radio, no en el sentido de mejorar sus dones sino de hacerlo brillar en ausencia? Yo debo reconocer que todos nuestros cantores venezolanos, nacidos entre las décadas 20 y 30, tienen el giro porteño, la cadencia tanguera de Gardel: el eterno presente desde la boca de la vitrola, como lo describió Julio Cortázar. “El francesito” lo llamaron las meretrices uruguayas, tiene esa condición de santo terrenal que tenía Eva Perón, es un inmortal incómodo como Jorge Luis Borges; y al igual que el escritor, era hijo único y no tuvo descendencia; ambos fueron edipos solitarios. Quizá por esa similitud el maestro Borges lo odió con crueldad. Tomás Eloy Martínez relató: “En una conferencia en la Universidad de Austin, mientras Borges hablaba sobre el tango, como música de prostíbulos y despotricaba de Gardel, lloraba, sus ojos de ciego, de cuencas vacías, se llenaron de lágrimas”.
Gardel, el más argentino de los cantantes y a la vez el más parvenu (advenedizo). El poeta Hugo Figueroa Brett asegura que Carlitos nació en su calle del barrio El Saladillo. Algunos medellinenses delirantes confiesan que murió de viejo en las calles de la Ciudad de las Flores, luego de salvar milagrosamente su vida el 24 de junio de 1935. Dicen que vivió con una máscara para tapar su chamuscado rostro, para ocultar las terribles cicatrices del fuego.
Gardel, 52 años después de sepultado, hizo bailar tango a Al Pacino en el filme “Esencia de mujer” de 1992; en el gran salón el coronel invidente Slade, baila “Por una cabeza”, compuesto en 1935 por la dupla Le Pera-Gardel, una escena memorable:
“Por una cabeza
de un noble potrillo
que justo en la raya
afloja al llegar,
y que al regresar
parece decir:
No olvidés, hermano,
vos sabés, no hay que jugar”
Gardel es el bronce que sonríe, la voz acusmática que cada día resuena mejor, el niño tramoyista del teatro La Victoria que escuchaba abstraído las óperas y zarzuelas. Es un apátrida que se apoderó de toda América y Europa, que enseñó a Hollywood a cantar en español. Él tiene planes de seguir presente en nuestras casas, quiere continuar sorprendiéndonos con su registro baritonal desde los dispositivos digitales de audio, desde las emisoras clásicas, desde las radios con estilo vintage y desde el cine inmortal. Ya lo había advertido Juan Gelman: “Cada vez que Gardel cante, caerán calles de fuego de su barrio irrompible”. Y eso, ya ha pasado.