“Que nunca pierdan las ganas de hacer teatro. Que jamás pierdan oportunidades para impulsarse. Que no los ahoguen las circunstancias. Y sobre todo, que sean valientes” – Ines Laredo
Orgullosa de los reconocimientos que ha recibido a lo largo de su vida, Inés Laredo está segura de que su mayor legado al teatro del país es la sombra de todos sus recuerdos, así como de la formación de actores como Heberto Rosillón, Ana Lucía Fuenmayor, Luis González y Salvador Conde.
Inés Laredo es, sin lugar a dudas, un ícono viviente del desarrollo del teatro regional y aunque vio la luz muy lejos de esta tierra calurosa, ha hecho suyas las costumbres, sabores y tradiciones del Zulia, su segunda patria.
Llegó a Maracaibo en 1948. Venía de Chile, donde nació un 27 de febrero, con la inquietud del que hace camino al andar: El teatro fue el motor inspirador, para enseñar, como lo había hecho en un barrio pobre de Santiago, donde alejaba a los jóvenes y niños de la violencia que los rodeaba, porque allí, en el Centro Cultural Pedro Aguirre Cerda, se construyó un refugio para ellos. Jugaban, estudiaban música y hacían teatro.
La maestra tenía un buen trabajo. Su profunda fe en la cultura y las artes ayudó a sacar a los jóvenes de las calles. Pero el amor llegó a su vida. Un pintor de Maracaibo conquistó el corazón de Inés Laredo y con él inició una nueva etapa. “Nos enamoramos, me casé con él y me vine para acá. No pensaba que se iba a venir a Maracaibo tan pronto”.
Trajo pocas cosas en sus maletas, pero su carga más valiosa: la formación que recibió en el Teatro Experimental de la Universidad de Chile bajo excelentes profesores la trajo repleta. Su pasión por la actuación la desahogó en las radionovelas de la emisora Ecos del Zulia, uno de los primeros trabajos que tuvo al llegar. Fue allí donde se juntó a Josefina Urdaneta para comenzar a gestar el grupo “Sábado”, bautizado así por ser el día fijo de los ensayos.
Sólo por amor al arte se iniciaron en las tablas. Era 1950, y fue el primer grupo de teatro universitario en la región. Estudiantes de varias carreras fueron parte del ensamble que montó unas 15 obras para el público marabino y otras zonas del país aclamaron sus magistrales puestas en escena. Y entonces, la dictadura arreció. En 1953 fue despedida de la Universidad y se inicia una difícil etapa para Inés Laredo, porque amaba lo que hacía.
El llamado de las tablas no los dejó aislarse por mucho tiempo y formaron una compañía libre en el Teatro Baralt, donde se presentaban todas las semanas.
En 1958 llegaron tiempos mejores. Los mismos alumnos hicieron cartas y pidieron que volviera el teatro universitario a LUZ. Y volvió. Y no pararon hasta 1969. Luego de 10 de matrimonio se separa de su esposo y pudo haberse regresado a su país natal, pero ya tenía el teatro.
Se tomó una pausa del teatro y se dedicó de lleno a su primer oficio: la enseñanza. A finales de la década del ochenta, la ciudad le hace un merecido homenaje: La creación del Teatro “Inés Laredo” y esto logra que retome la Cátedra de Teatro ad honorem durante 25 años.
Luego de una vida entera enseñando a generaciones de actores, coordinando puestas en escena y entregando la energía de su ser a la cultura del estado, su mensaje se hace necesario para las generaciones teatrales nacientes.