“Si algo nos da libertad y capacidad de resistir,
son las flores de la imaginación”
William Ospina (Colombia, 1954)
Han transcurrido un poco más de siete décadas desde que Alí Rafael Primera Rossell nació en la tierra del poniente, Falcón. Su hogar fue modesto, lleno de oficios básicos, en medio de la ciudad épica, Coro. Ese niño que fue levantado por su abuela Mamá Pancha, impactó de tal forma en el corazón de la gente con su canto, que aún está vigente, sus canciones no envejecen, sigue generando placer la música verbal de sus temas. Sus notas están vivas.
En las calles del barrio Cerros de Marín, en Maracaibo, aún se escucha el eco de la voz profunda de Alí, se sienten los acordes de su cuatro, el bardo aún anda de parranda en casa de doña Josefina, la amada compañera de Armando Molero. Alí Rafael canta entre el nisperal, hace fluir la música de sus manos hacia la garganta de Ricardo Cepeda, toca las manos de Tino Rodríguez y abraza a Miguel Ordoñez. El poderoso Alí, poeta irreverente que nació el 31 de octubre de 1942, siempre se sintió huésped de honor en la casona de don Armando Molero; el cantor del pueblo al que tanto admiró.
La casa de Armando y Josefina era amplia, con muchas recámaras y un solar inmenso. Estaba ubicada frente al antiguo cine París, en las accidentadas calles de Cerros de Marín, barriada con pequeñas colinas desde donde se veía el lago, y contemplaba el rielar de la luna en las noches de aventuras.
Según contaba Alí en sus tertulias, su carrera la sustentaron cuatro fuertes pilares geográficos: Maracaibo, Barquisimeto, Coro y Caracas. Fueron las cuatro ciudades columnas, que mejor lo albergaron con afecto profundo y en cada una sembró su pasión y apego. En esas cuatro casas infinitas fue donde afianzó el cantor su vocación de trovador, su proyecto de siembra de una nueva patria, sus ansias de redimirla.
De muchacho, Alí fue limpiabotas, boxeador, participó en carreras de bicicletas. Un apasionado de las peleas de gallo, amaba ese animal hermoso, su plumaje iridiscente, su carácter valiente de ave de pelea. Para él representaba un signo de resistencia, como bien lo plasmó Gabriel García Márquez en “El coronel no tiene quien le escriba”.
Esa idolatría la mantuvo toda su vida, la materializó en su colección de gallos artesanales, en estatuillas de maderas policromadas que atesoró toda su vida. Ese amor lo plasmó una vez más en su golpe “El gallo pinto”, dedicado a don Pío Alvarado, músico emblema del estado Lara:
“Qué bonita madrugada cuando ese gallo ha cantao,
se alimenta el gallo pinto con flores de siempreviva”
Alí buscaba trascender en las sendas del arte, soñaba rumbos musicales, eso lo lleva a salir de Coro, era entonces un adolescente. Llegó a Caracas en 1963 y comenzó su carrera universitaria en la Universidad Central de Venezuela. Eran sus primeros días en la quimérica Caracas. Allí llegó con la intención de estudiar química. En paralelo comenzaron sus cantatas estudiantiles, sus afiebradas charlas sobre el ideario bolivariano y su marcado talante revolucionario.
En el decenio 1960, Venezuela salía del oscuro período militar, había cesado el mandato férreo de Marcos Pérez Jiménez y comenzaba la guerrilla urbana a labrar su camino accidentado en el país, que devino en un final desastroso. La nación se inquietaba por la visita de Fidel Castro luego de su entrada triunfal a La Habana. La devastación y el genocidio causado por las tropas norteamericanas en Vietnam era titular en todos los medios. El planeta se conmovió con el canto de paz y amor de Los Beatles. Surgía entre los jóvenes un nuevo icono de rebeldía, “El Che” Guevara, con una dimensión casi mística. En las principales urbes del continente se oía el canto de la Nueva Trova Cubana y de los grandes cantores latinoamericanos: Violeta Parra, Zitarrosa, Daniel Viglietti, la negra de Tucumán Mercedes Sosa. Esos hechos marcaron la índole del canto emergente y combativo del joven juglar Primera.
En el año 1968, Alí salió hacia Europa con la misión de hacer un grado universitario en Rumani. Apoyado por sus camaradas del Partido Comunista de Venezuela, conoció los rigores del exilio voluntario. En ese período le nacieron dos hijas de su relación con una intelectual rumana de nombre Tharja. A sus hijas rumanas las llamó María Fernanda, en la intimidad Shimpi, y María Ángela, a quien acariciaba y llamaba Marimba.
En la soledad del viejo continente madura su visión de cantor y emprende el retorno a su patria. Grabó su álbum “La patria es el hombre” y comenzó una impresionante escalada en las emisoras del país, a pesar del veto silente y progresivo a sus canciones sugerido por los burócratas de los grandes circuitos nacionales. Sin embargo, la popularidad de Alí crecía vertiginosamente, poco a poco se convertía en una figura mítica que muchos querían escuchar y protegían con celo.
El éxito de sus canciones lo conmina a fundar su propio sello discográfico, lo llamó Cimarrón, su casa disquera propia. Eso le dio absoluta libertad para crear y difundir su obra, sin censura ni restricciones. Se unió al gran músico venezolano Alí Agüero, un extraordinario arreglista, con quien produjo el grueso de su repertorio. Llegaron a lanzar 14 álbumes larga duración. Cada disco de vinilo de Alí Primera, lo ilustraba con cuadros de pintores venezolanos: Héctor Poleo, Bárbaro Rivas. A su admirado Armando Reverón le escribió una de sus mejores canciones:
“Reverón titiritero
Reverón el muñequero
se te fue Juana la gorda
ya no sirve de modelo”
Alí siempre estuvo alejado de la televisión, por ser un medio de comunicación al que percibía como vulgar expendio de mercancías, como un mostrador banal. Él nunca quiso verse entre esa mercadería de la televisión, a pesar de las jugosas ofertas que recibió por actuar en ella.
Su canto estuvo en las cintas sonoras de películas nacionales en la década de los 70. Por esos años comenzaba en el país un movimiento de grupos alternativos que interpretaban sus composiciones, entre otros: Los Guaraguaos, Los Cuñaos, Gran Coquivacoa con su amigo Beto Borjas y el Grupo Guaco liderado por los hermanos Aguado León. También lo hicieron orquestas consagradas como el Gran Combo de Puerto Rico en la voz de Andy Montañez con su tema “Cunaviche adentro”:
“Va cabalgando el llanero
oliendo a sudor de vaca
y al cafecito negro
que tomó en la madrugada”
El grupo Guaco tuvo éxito cuando grabó en tiempo de gaitas sus composiciones “Perdóneme Tío Juan” y “Hay que aligerar la carga” en el año 1972, en la voz de su admirador Gustavo Aguado León, logrando sonar en todas las emisoras de amplitud modulada de la época.
Alí Rafael Primera Rossell encarnó un auténtico trovador, un poeta que captó el sentir de la gente y lo plasmó en canciones. Utilizó en sus composiciones todas las formas musicales venezolanas: el vals, la danza, el ritmo orquídea, el sangueo. Hasta el son cubano, como un préstamo solidario. Sus letras viven en la memoria colectiva:
“El lagrimear de Las Cumaraguas, está cubriendo toda mi tierra, piden la vida y le dan un siglo, pero con tal que no pase nada, en mi tierra mansa, mi mansa tierra”
(Canción mansa para un pueblo bravo)
El estado Lara está presente en su poesía, en sus canciones, es una referencia perenne:
“Mira que linda la vereda, la lluvia de primavera le florecieron la piel. Ese camino va al Tocuyo,
ya se escuchan los tambores de tamunangue otra vez”
(Caña clara y tambor)
Su clásico dedicado a la ciudad de Caracas, capital de contrastes, con millones de personas que se debaten entre el lujo y la miseria en sus cerros:
“Qué triste se oye la lluvia, en los techos de cartón
qué triste vive mi gente, en las casas de cartón”
(Techos de cartón)
Una de sus canciones más poéticas la dedicó a la mujer nativa de la península de Paraguaná, a la hembra hermosa que vive en esa capital del viento y la sal:
“Llena tus labios de colorete y de ansiedad el alma se llena, todas las tardes la carretera recibe el beso de tu mirar”
Al final de esa canción, Alí le rinde un homenaje al gran periodista Alí Brett, intelectual de izquierda oriundo de Carirubana, autor del libro “Aquella Paraguaná”:
“Tocayo no se me muera
no se muera tocayo
que están cantando los gallos
para ese pueblo que espera
vamos a darle una flor
a aquella paraguanera”
Toda su obra está marcada por una pasión de hombre enamorado de su paisaje, su canto es bucólico, de poeta en defensa de la flora. Logró resonancia en Latinoamérica por su canto reivindicativo. Un hecho trascendente fue su participación en el concierto en solidaridad con Nicaragua en 1973, donde acompañado solo por su cuatro dejó su huella profunda de artista auténtico.
En 1977 se casó con la hermosa muchacha, cantora oriunda de Acarigua, Sol Mussett, de ascendencia libanesa. Con ella conformó una familia de cinco varones: Sandino en homenaje al líder Nicaragüense; Jorge; Servando por el personaje de su Coro idílico; Florentino, para honrar la tradición llanera; y Juan Simón, el surrapo, en homenaje al pueblo y al prócer Bolívar. Hoy en día, sus cinco hijos venezolanos son cantantes reconocidos en buena parte de América Latina.
En 1983, Alí ideó y organizó “La canción bolivariana”, megaconcierto que realizó en el estadio “Luis Aparicio” de Maracaibo. Allí participaron grupos y cantores que llegaron de distintos rincones del continente americano. Nuestra ciudad lacustre fue capital de la trova.
Alí Primera sólo vivió 42 años, la muerte lo atrapó el 16 de febrero de 1985 en la autopista Valle-Coche de la capital venezolana. Esa noche salía de grabar su canción: “El lago, el puerto y su gente” cuando se registró la colisión de dos vehículos, su cuerpo quedó destrozado entre el amasijo de hierros de su camioneta luego de ser impactada por un auto sin control que se desplaza a gran velocidad. Le tocó a su paisano Charles Arapé, el gran productor radial nativo de la Sierra de Coro, reconocer su cadáver en la morgue de Bello Monte, y encender en esa madrugada, la pólvora de la fatal noticia. Se apoyó en la cronista y locutora Lil Rodríguez que estaba realizando su programa nocturno.
Sus exequias se recuerdan con una larga caravana de Caracas a Falcón, entre las notas de sus canciones que entonaron los amigos, estudiantes y seguidores. Fue sepultado en un cementerio humilde de la península de Paraguaná, lo sembraron en su tierra árida. Cada año, en el mes de febrero, se realiza la marcha de los claveles rojos para homenajearlo.
Su emblemática camisa bermeja, su barba entrecana, sus cadenas de plata con el rostro de Jesucristo, los vi por última vez en la plaza de la urbanización La Victoria, cuatro días antes del cruel desenlace, el 12 de febrero. Él quiso cantar el día de la juventud, ante el busto de José Félix Ribas, rodeado por los vecinos de la casa que lo albergó con amor toda su vida, Maracaibo, pilar fundamental de apoyo a su carrera.
Se esparcen notas y rebotan desde el lago ardiente hasta las arenas falconianas. En el medanal donde sembramos al cantor, sus versos siguen germinando. Y como él le cantó al grupo Madera, después del naufragio en el río Orinoco, hay una canción olorosa a madera en la orilla, con notas de jazmín y café, esa canción no se detiene; es Alí Primera.