Algunos escritores nos dejan libros regidos por una extraña fuerza cósmica, que los renueva constantemente, como una fuente interna de perenne juventud. Pasan las décadas y sus páginas ganan lectores cada día. Es el caso del gran narrador y poeta paraguayo Augusto Roa Bastos, hombre dotado de un talento cervantino para la escritura. Nació el 13 de junio de 1917 en la capital guaraní, pero su infancia la vivió en un pueblo de cultivadores de caña, llamado Iturbe. Su lengua materna fue el guaraní en paralelo con el español, fue un perfecto bilingüe. Esa hibridación se reflejó en su obra conformada por 29 libros, además de guiones para cine, artículos y obras de teatro.
Roa Bastos regresó con su familia a la capital, Asunción, “la madre de las ciudades”, justo para comenzar su formación escolar. En 1932, cuando apenas tenía 15 años de edad, participó en la fratricida Guerra del Chaco, la cual duró cuatro años, y donde Paraguay y Bolivia lucharon por el control de reservas petrolíferas, con un cruento saldo de muertos y heridos. En ese hecho bélico, Augusto sirvió como enfermero en la retaguardia, donde según sus palabras: “llegaban los desechos humanos de la guerra, los cadáveres, los moribundos y los lisiados sin remedio”. En 1935, cuando finalizaron los combates, cada nación quedó con su población de hombres diezmada; las mujeres, sólo ellas, tuvieron la misión de recuperar la economía.
En 1947 debió salir de su patria por el asedio de la dictadura, los esbirros le husmeaba sus pasos, era un joven con ideales libertarios. Se exiló en Buenos Aires, y Argentina desde entonces fue su segunda patria, allí vivió por 30 largos años y produjo lo más representativo de su obra. En 1960 publicó un importante poemario “El naranjal ardiente”, un hermoso homenaje a las Madres de Plaza Mayo, la asociación argentina fundada durante la dictadura de Videla, con el fin de recuperar con vida a los detenidos y desaparecidos:
“No cayeron tumbadas por las balas,
se inclinaron tan sólo hasta la tierra.
Madres adolescentes, centenarias abuelas,
toscas mujeres, madres suaves,
piedra humana doliente,
leve corteza germinal”.
El mismo año publicó una novela que lo catapultó mundialmente como narrador, “Hijo de hombre” donde reflejó las reminiscencias de la guerra vivida en los años 30.
En 1974 publicó su novela más icónica, la de mayor trascendencia, que ha sido traducida a más de 30 lenguas ”Yo el supremo” donde recrea desde la ficción la dictadura atroz de José Gaspar Rodríguez de Francia, quien se hacía llamar el “Supremo Dictador Perpetuo del Paraguay”.
“Con los mismos órganos los hombres hablan y los animales no hablan. ¿Te parece esto razonable? No es, pues, el lenguaje hablado el que diferencia al hombre del animal, sino la posibilidad de fabricarse un lenguaje a la medida de sus necesidades”.
“Yo el Supremo” le dio un sitial de honor en el mundo de las letras hispanas, con ella comenzó a girar su vida hacia las conferencias de prensa, entrevistas en canales de televisión, largas sesiones de autógrafos en librerías de América y Europa.
En 1976 debió salir abruptamente de Argentina, amenazado de muerte por la dictadura militar y se residenció en Toulouse, la cuarta ciudad en importancia de Francia, ubicada al sur, tierra de múltiples inmigrantes, sede de la industria aeronáutica francesa. Allí impartió clases de literatura latinoamericana y lengua guaraní en la universidad.
En Toulouse consiguió la tranquilidad para proseguir con su oficio de escritor, lo abordaba cada mañana con un gran rigor y con absoluta entrega. Su casa estaba situada muy cerca de la casa donde nació Carlos Gardel. El maestro Roa Bastos relató en una entrevista para la televisión española: “la casa del vate del tango, conserva aún la placa de bronce con la inscripción Famille Gardés”. Azotada por los vientos de la antigua Tolosa, llamados vientos del diablo, allí se encuentra el origen de Charles Rumuald Gardés, el hijo natural de la planchadora francesa Marie Berthe Gardés, nacido el 11 de diciembre de 1890. Así lo confirma su acta de nacimiento.
Siguieron apareciendo obras: “El baldío”, “Contravida” en 1994 y “Madama Sui” en 1996 una novela magistral sobre un personaje real del Paraguay, Yoshima Kasagüe, a quien los muchachos de su pueblo llamaron Sui, pues la comparaban con la lechuza cazadora llamada en guaraní: suindá. Su graznido paralizaba a los animales, aterraba a los cazadores nocturnos: “A los diecisiete años, era ya una mujer entera. Para Friné tenía el doble encanto de que no había dejado de ser una adolescente. Y otro encanto más, no menos atractivo, el de no haber perdido aún la simplicidad, la candidez, un poco salvaje de la niña campesina”.
Roa relata como Madama Sui fue una de las hetairas preferidas del Dictador Supremo, y cómo hizo del sexo su arma letal de sometimiento:
“Estaba regida por un orden del azar, por una fuerza cósmica particular, que la hacía más bella, sensual, aún en medio del espanto”.
En 1989 Don Augusto recibió el Premio Cervantes en Alcalá de Henares, dio un discurso memorable donde habló de su “ínsula rodeada de tierra” refiriéndose a su patria mestiza Paraguay:
“La concesión del premio me confirmó la certeza de que también la literatura es capaz de ganar batallas contra la adversidad, sin más armas que la letra y el espíritu, sin más poder que la imaginación y el lenguaje”.
Augusto Roa Bastos regresó a su patria cuando cayó el régimen de Alfredo Stroessner, el dictador que se mantuvo por 35 años en el poder sobre lagos de sangre inocente, con una salvaje represión. El sátrapa siempre estaba a salvo en su fortín, o en sus serrallos y casinos particulares, pero rodeado de miseria, pobredumbre y gente mutilada por las torturas.
En su amada Asunción murió el gran escritor paraguayo, el 26 de abril de 2005, con una absoluta serenidad, consagrado como una de las voces más elevadas de la literatura mundial:
“La recordaba como entonces y aunque estuviera lejos o se hubiese muerto, la esperaría siempre. No; pero ella no estaba muerta. Sólo para él era como un sueño”.
Pronto se cumplirá un siglo del nacimiento de Roa Bastos, el niño tímido que jugaba entre los cañaverales a atrapar pájaros, y que en medio de la noche campesina, creaba fábulas para buscar el sueño. Ese inquieto creador sigue presente, su voz apacible se puede escuchar en bibliotecas, en las ciudades mártires y en las aulas. Su percepción del poder y sus caras, es su aporte más representativo. Y su prosa magnífica, nos sigue describiendo cómo los amantes, en su arte indescifrable de seducción: “Se besaban a distancia con los ojos”.
Augusto Roa no perece muerto, más bien parece un sueño recurrente.