“Las palabras pronunciadas por el corazón
no tienen lengua que las articule,
las retiene un nudo en la garganta
y sólo en los ojos se pueden leer”
José Saramago (Portugal, 1922-2010)
Los pasajeros en tránsito en el aeropuerto La Chinita de Maracaibo han escuchado por años en sus pasillos, una voz brillante, con un vibrato que recuerda los melismas gitanos. Esa voz que resuena desde hace cuatro décadas, es la de Adolfo Franco: “El cieguito del aeropuerto”. Así lo llaman con afecto sus compañeros de esa terminal fundada el 16 de noviembre de 1969, luego de la tragedia de Grano de Oro de ese mismo año, cuando un avión de Viasa DC9 no alcanzó despegar y se estrelló contra el Cine Capitolio en la barriada Ziruma, causando una gran mortandad y decretando el cierre de esa vetusta base aérea fundada en 1929.
Adolfo Franco nació en Santa Ana de Coro en 1962 y llegó a Maracaibo buscando su subsistencia económica, arrastraba dos severos padecimientos: ceguera congénita y artritis reumatoide. Con esos males ha luchado toda su vida, pero en medio de la neblina eterna de su ceguera, Franco ha tenido la luz de la música como compañera, guiándolo en este mundo de videntes. Ha cantado día tras día en el salón principal del aeropuerto, logrando sacar sonrisas de los rostros de la gente angustiada por la hora de su vuelo, los que esperan nerviosos entre sobresaltos por los anuncios de los altoparlantes.
Los pasajeros, luego de escucharlo, colaboran con él brindándole un café, dándole una propina o regalándole una mirada buena; aunque él no la pueda ver.
Yo conocí a Franco cuando comencé a trabajar en la emisora 1220 Aeropuerto, en 1984, estación radial perteneciente a la familia Pineda, los propietarios del Diario Panorama. Esta tenía su sede allí y operaba desde la salida de los vuelos nacionales; la dirigía con buen tino Gerardo Pozo. De su pequeña cabina, yo salía a buscar el café reparador de la mañana en los restaurantes del aeroparque, y al pasar solía contemplar al joven invidente, bajo de estatura, con sus ojos vacíos por la ceguera, de cuencas oculares muy hondas; y que a pesar de ello, no usaba anteojos. Sus manos las tenía torcidas a causa de la artritis. Así era Franco, así ha realizado el ejercicio pleno de su talento artístico, esperando la caridad de la gente.
Él no sólo cantaba, sino que además anunciaba las canciones, como un locutor en una cabina abierta, con dedicatorias incluidas. Era una combinación de canto con narración radial que llenaba todos los intersticios de la nave central de la terminal, casi siempre repleta de viajeros, quienes le aplaudían generosamente.
En una ocasión lo escuché dándole la bienvenida a “su colega Ricardo Cepeda”, y luego arrancarse con su gaita “El Bambuco”, a capella, afinado.
En el año 2006 el cantautor Samuel, me invitó a participar en el concierto “Homenaje a la Zulianidad” que brindó Oscar D´ León “el sonero del mundo” en el Teatro Baralt. En esa ocasión, compartí la actuación con Ana Lucía Belisario, con el propio Samuel. Y el sorprendente Adolfo Franco cantó dos temas; por primera vez abandonaba su escenario natural del Aeropuerto Internacional La Chinita para cantar en un teatro centenario, y al lado de su “colega Oscar D’ León”. Esa noche lo presenté como “El rapsoda del aeropuerto”, un símbolo inequívoco de zulianidad, ícono de esta ciudad de cantores. Fue un momento muy emotivo, lleno de sensibilidad, lo aplaudieron de pie por varios minutos. Oscar venía de superar milagrosamente dos infartos sufridos durante una gira por el Caribe, estaba emocionado, no aguantó su llanto, mezclándolo con los aplausos del público presente, que retumbaron en el plafón del escenario baraltiano.
Esa noche, el cieguito Franco, hizo oír su canto:
“Nunca he tenido un amor como el tuyo
no te lo niego te quiero en verdad
pero no importa pasan cosas en el mundo
y cuando hay amor profundo
no se pueden remediar”
Lo cantó a dúo con Oscar y recibió el respaldo del público, y de la orquesta en pleno.
Una vez finalizado el concierto, en el camerino celebrábamos el éxito de la jornada y Oscar D´León, junto a tres de sus hijos y Oswaldo Ponte su mánager, nos comentaba que lo conmovía especialmente Franco, porque veía reflejada en él su juventud, se veía a sí mismo cuando en su parroquia Antímano de Caracas, soñaba con ser cantante famoso, como Benny Moré. A Oscar la vida lo premió concediéndole su anhelo, y ahora es el cantante de salsa más reconocido del mundo. Quizá, Franco también soñaba lograrlo, pero no lo alcanzó, y eso conmueve hasta el llanto al sonero caraqueño.
Jorge Luis Borges el gran escritor argentino, perdió la visión cuando tenía 56 años de edad y fungía como director de la Biblioteca Nacional en Buenos Aires. A él le tocó vivir 31 años en penumbras. Poco antes de morir, dijo:
“Los ciegos miramos a través de los sueños”
Creo que Adolfo Franco ha mirado la vida con felicidad a pesar de las asperezas y vicisitudes antepuestas, de sus limitaciones severas. Él ha mirado el reto de vivir con gratitud, gracias a la luz de su música. Y todos los que valoramos a Franco: también creemos ver esa luz que le acompaña.