“Señor: Arroja los féretros
de mi sangre”.
Alejandra Pizarnik (Argentina, 1936-1972)
Mientras más se abultan las cifras de vida y de muerte de Julio Cortázar, y estas pasan los tres dígitos; todos sentimos al gran escritor argentino más cercano, más presente. Desde el lejano agosto de 1914, su nombre ha sonado en libros, en hospicios, aeropuertos y escuelas; en el suburbio bonarense de Banfield. Julio, el nieto de una alemana, el hijo de una maestra y un diplomático (ambos argentinos). Su padre se dio a la fuga del hogar una tarde, y sólo volvió a verlo embutido en un ataúd, para luego firmar el acta de defunción y certificar su muerte.
Cortázar fue un gigante en todas las dimensiones: en su estatura física, en su capacidad babilónica para las lenguas, en su grandiosa prosa y poesía profunda:
“Toco tu boca,
con un dedo toco el borde de tu boca,
voy dibujándola como si saliera de mi mano”.
(Rayuela, capítulo 7)
Mucho se ha especulado sobre la verdadera causa de su muerte, ocurrida en el frío febrero de 1984 en el hospital de Saint Lazare de París. Pareciera, se debió a la combinación de tres factores letales:
- La tristeza irremediable que le produjo la muerte de su segunda esposa Carol Dunlop, la joven fotógrafa gringa-canadiense, su apasionada compañera de viajes (la autonauta de la cosmopista).
- La leucemia que se le manifestó cuando rebasó los 60 años de edad, y que tanto le molestó hacia el final de su prodigiosa vida.
- Las transfusiones con sangre contaminada que recibió a principios de los años 80. En ese momento no se tenía claro el desolador panorama del VIH, y Julio fue víctima de ello. En el libro “Sexualidad y juventud” publicado por el Ministerio de Cultura de España, nos dan cuenta:
”La historia del Sida empieza en junio de 1981, mes en el que los Centres for disease control (Los centros para el control de las enfermedades) de los Estados Unidos; recibieron en un período corto de tiempo, la notificación de cinco casos graves de neumonía (infección severa de los pulmones) ocurridos en Los Ángeles, California. Estas neumonías estaban causadas por un germen muy infrecuente, un parásito microscópico llamado Pneumocytis carininii y todas ellas se habían producido en varones adultos homosexuales. Hasta entonces, sólo se conocía que este parásito producía neumonías de manera excepcional, en niños prematuros o mal nutridos, con enfermedades crónicas debilitantes. También en adultos con alteraciones graves en su sistema de defensas”. (Madrid, 1985)
Cortázar fue víctima de esta falta de pericia clínica, de la ausencia de los debidos protocolos de asepsia. En su crónica “Hospital blues” nos relata: “Parece que tengo un virus que se pasea por todos lados” (Papeles inesperados, 2009). En el mismo texto grafica de forma genial:
“El tiempo se contrae y se dilata de una manera que nada tiene que ver con ese otro tiempo por el que oigo correr los autos en la calle del hospital. A la hora en la que mis amigos duermen profundamente, la luz se enciende en mi pieza y la enfermera del día viene a tomarme el pulso.” (Papeles inesperados:129, 2009)
Gabriel García Márquez lo declaró el mejor escritor. Carlos Fuentes dijo que él era el eterno joven. La primera vez que lo vio en su casa-garaje en París, creyó que era “el hijo de Cortázar”. Augusto Roa Bastos lo calificó como “el perfecto bilingüe”, se movía como un feto en su líquido amniótico con la lengua gala y con la española, amén de su inglés perfecto, lo que le permitió trabajar en la UNESCO como traductor. Ernesto Cardenal le agradeció su generosidad para con el proceso de cambios políticos que vivía Nicaragua, donde el poeta de Solentiname era Ministro de Cultura. Además, fue su especial anfitrión en sus largas giras de solidaridad, las que realizó Julio junto a Carol. Estuvo en varias ocasiones por esos prados y esos lagos paradisíacos, patria donde habitó el combativo Augusto César Sandino y el poeta renovador de nuestra lengua, Rubén Darío.
Con sus erres arrastradas al hablar, con un timbre privilegiado de tonos graves, grabó sus textos para sellos discográficos independientes, ejecutados con mucha solvencia. Hoy en día oírlo es como asistir a una clase magistral de las palabras, tiene la magia intacta su voz. En su dicción se siente el jazz que amó, a veces se asemeja a un tango cantado por un trovador parisiense. El presidente François Mitterrand le confirió la ciudadanía francesa con honores. Su tumba está ubicada justo, al lado de la de Carol Dunlop, en el cementerio de intramuros Montparnasse, tal como él lo pidió. Esa morada final de mármol blanco, siempre se ve llena de flores y poemas que van dejando sus lectores, sus admiradores peregrinos, los que cada día le visitan y dibujan rayuelas en su memoria. Esa doble ciudadanía aún molesta a sus seguidores argentinos más ortodoxos, pero así fue Cortázar, auténticamente así vivió, y así se sintió en este mundo: argentinamente francés, un flâneur que le dio la vuelta al día en 80 mundos. Fue un alma demasiado grande para pertenecer a una sola nación.
Aurora Bernárdez fue su primera esposa, una mujer brillante, políglota reconocida, una intelectual de peso. Mario Vargas Llosa ha dicho que junto a ella, Julio vivió su mejor período creativo. Durante esos años de las décadas de los 50 y 60, él publicó sus mejores libros. Aurora y Julio se conocieron en 1948 en París, ella era una escritora veinteañera, una talentosa traductora. Él era educador y escritor atrayente, de 34 años de edad. Muchos años después de ese primer encuentro, la menuda argentina, de ojos griscelestes y sonrisa tímida, declaró:
“Alfonso de Silva, me invitó a su casa a cenar, en París. Me sentó junto a un hombre delgado, muy alto y lampiño que, sólo a la hora de la despedida, descubrí era Cortázar. Parecía tan joven que lo creí mi contemporáneo, pero era seis años mayor que yo”. (El País, 2014)
El 8 de noviembre de 2014 Aurora Bernárdez se unió a su gigante banfileño, se reencontraron el escritor reputado y su fiel albacea. Ella nunca habló con rencor hacia Julio, a pesar de que este la abandonó por otros amoríos, entre otros por Ugné, la editora izquierdista que lo enloqueció. Inexplicablemente, Aurora se sentía más unida espiritualmente al maestro de Banfield, a su compañero en el París convulso del “mayo francés”, y a la vez, la urbe romántica de los años 50. A pesar del doloroso divorcio en 1967, luego de vivir 14 años como esposos, Aurora siempre lo amó, ella fue la principal bujía en su carrera como escritor.
Sin duda, Cortázar fue el principal representante del “Boom latinoamericano de la literatura”, movimiento que cada vez se consolida en la historia como un período luminoso y fértil de las letras americanas. Los jóvenes narradores en su instinto parricida, no han podido degradarlo, ni reducirlo a una artera estrategia publicitaria, no. Estos noveles escritores siguen muy por debajo de los narradores pioneros del boom:
- Argentina: Julio Cortázar
- Chile: José Donoso
- Colombia: Gabriel García Márquez
- México: Carlos Fuentes
- Paraguay: Augusto Roa Bastos
- Perú: Mario Vargas Llosa (el único vivo, ya con 80 años a cuestas)
Queda muy claro, que cada uno de estos autores, escribió su obra en la más absoluta soledad, por instinto propio, y en su mayoría: en la pobreza más llana.
Julio Florencio Cortázar Scott fue un reconocido amante del jazz, fotógrafo genial, apasionado del cine, autor de cuentos que son considerados “joyas perfectas de la lengua española”. Él está presente en nuestras vidas, con sus citas palpitantes como “una luna temblando en el agua”, con su nombre colosal, su inteligencia deslumbrante y su aspecto inquietante de cíclope.
Cortázar nos enseñó, como buen maestro de provincia, a ver con inconformidad las cosas, a volver a ellas con la inquietud de un detective o de un sabueso bien amaestrado, siempre escudriñando en las tripas de la verdad: nuestra verdad. Una labor propia de un ser movido por un espíritu universal y orbitante:
“Yo creo que desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha, al mismo tiempo, fue el no aceptar las cosas como me eran dadas. A mí no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra madre era la palabra madre y ahí se acabó todo. Al contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mí un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba. En suma, desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas”
Siguen hinchándose las cifras de las fechas cortazarianas, a cada instante crecen como hiedras:
- Su novela Rayuela celebró cinco décadas de su publicación inicial, con millones de lectores. Obra pionera del boom.
- Rebasamos el centenario del nacimiento de Julio en Bruselas, en plena guerra mundial.
- Casi cuatro décadas han transcurrido desde su lamentable muerte en París; Julio terminó en una camilla austera, famélico y barbudo, pero sobre todo: solitario y deshabitado, sin la asistencia de la Embajada de la República Argentina, solo al amparo de Aurora Bernárdez. Además circundado por un terrible misterio, aún por esclarecer oficialmente: ¿Cuál fue la causa real de su deceso?
Cada día sentimos al cronopio mayor más cercano, más vital, inmenso en su aurora protectora. Yo lo imagino gozoso junto a Aurora Bernárdez, su heredera universal, la mujer que lo supo esperar.
León Magno Montiel – @leonmagnom