“La cultura produce hechos casi todos los días,
que son objeto de la envidia de cualquier novelista”
Neal Gabler (Chicago, 1950)
Cuando la voz profunda del poeta montrealés Leonard Cohen irrumpe en cualquier teatro, los espectadores presentes entran en un túnel de imágenes, de metáforas sonoras. Comienzan a recorrer un valle de sensaciones acústicas, viven su discurso armónico, y la aritmética de sus verbos. Eso fue lo que sintieron los intelectuales españoles y los representantes de la añeja realeza hispana desde las elegantes butacas del majestuoso Teatro Campoamor de Oviedo, la tarde de otoño de 2011, presenciaron un acto de gratitud con la tierra, con la madera y el suelo inmemorial de España. Cohen pronunció sus palabras de aceptación del Premio Príncipe de Asturias, otorgado con justicia al excéntrico artista, el artesano de la palabra nacido en las gélidas praderas del este canadiense, tocado por la magia gitana.
Leonard Norman Cohen es un ciudadano del Quebec, nació el 21 de septiembre de 1934 en la megalópolis francófona Montreal. A los 15 años de edad formó un grupo de música country, comenzó a publicar sus poemas a los 16, y con 21 años se licenció en Literatura Inglesa en la prestigiosa Universidad McGill. Tal como él mismo lo ha relatado: “mi voz poética la descubrí al leer al bardo fuenterino Federico García Lorca” (nativo de Granada, 1898-1936). “Lo leí en una traducción, allí encontré mi voz, no por copiarlo, no sería capaz de ello; sino porque Lorca me permitió conseguir mi yo poético”. Como un homenaje al poeta asesinado al inicio de la Guerra Civil, bautizó a su bella hija con el nombre de Lorca Cohen.
Cohen es un intelectual iconoclasta, irreverente, cuyo apellido en hebreo significa sacerdote, y quizá para honrar el decreto que representa su nombre, y su tradición mística, en 1990 se hizo monje Zen, vocación que por ocho años practicó rigurosamente, aunque después abandonó el budismo para volver a la noche, a la música, al eterno romance con su guitarra, a las cavernas profundas de su sonido. Reconoció que su apostolado auténtico es trovar, hacer poesía, seguir creando las historias que ha narrado magistralmente. En ese campo, él es un supremo sacerdote. Por esos años postbudismo Leonard afirmó: “Hubo un período de mi vida en que mi única obsesión era ganarme los favores de las mujeres. Sin embargo, algunas de las cosas más interesantes y probablemente la mayoría de las cosas que he aprendido de mí mismo y de otras personas ha sido fruto de aquel período obsesivo”.
El bardo consentido de los bares y cafés de Old Montreal, ha sido un bohemio viandante, un políglota mundano, extraordinario narrador de ficciones, cantor de temas que hablan del sexo, de depresiones y tristezas, de los conflictos religiosos y de la más temible soledad urbana. Se convirtió hace 30 años en un juglar de culto para el público de su patria Canadá, también de los Estados Unidos y de España muy especialmente. Como recompensa por ese largo tiempo de esfuerzos, recibió el premio del Principado de Asturias a los 76 años de edad. Ese día premiaron su recorrido musical y literario por seis décadas muy intensas.
Así expresa su vivencia: “Un día estaba en una cancha de tenis en mi ciudad natal Montreal y se me acercó un joven, era un gitano español. Me dijo que tocaba la guitarra y le pedí fuese mi maestro. Al día siguiente fue a mi casa, afinó mi guitarra, hizo acordes magistrales, me enseñó a tomar el instrumento, a posar mi mano en su mástil, me indicó seis acordes básicos y se marchó: nunca más regresó. Luego supe que se había suicidado, sin más detalles de su desenlace fatídico. Pero ese aprendizaje fue suficiente para comenzar el camino como creador y componer mis canciones, como si fuese un artesano de la arcilla ¿Entienden ahora mi gratitud con la España gitana? Yo sólo he firmado al final de la página, lo que esta tierra hizo por mí”.
El barítono Cohen publicó en 1967 su primer disco titulado “Songs of Leonard Cohen”, desde entonces ha editado 21 álbumes, ha realizado giras mundiales, y varias producciones conjuntas. Sus temas emblemas, “Aleluya” y “En pie de guerra”, han sido versionados por importantes creadores: Justin Timberlake, Bob Dylan, Joaquín Sabina, U2, Lisa, Ana Belén, Jeff Buckley, Jorge Drexler, Luis Eduardo Aute, entre otros. En 1995 se produjo el álbum “Tower of songs” donde voces totémicas interpretaron sus canciones icónicas. Entre los artistas convocados para esa producción, estuvieron Sting, Bono, Billy Joel, el viejo Willie Nelson y Elton John:
“He oído que existe un acorde secreto
que David solía tocar y que agradaba al Señor.
Hay un resplandor de luz en cada palabra
no importa que hayas oído
la sagrada o la del quebranto: Aleluya”
En paralelo a su tránsito musical, el judío Cohen ha publicado diez poemarios, dos novelas y algunos cancioneros con varias traducciones y reediciones. Él representa un faro de la raza canadiense, un poeta-compositor-narrador-cantante-rapsoda eternamente joven, un duende de la palabra y los escenarios. Se han publicado hasta ahora ocho libros críticos sobre su considerable obra.
En su más reciente álbum, “Cohen hace florecer los colores de su virtuosa banda acompañante, en armonía perfecta con su voz seductora”, así lo expresa el comunicado de su compañía Sony Music. En ese álbum interpreta en vivo los temas: “I can’t forget”, “Light as the breeze” y “Night comes on”. Cada canción fue grabada en sus giras, realizadas entre 2008 y 2013, que alcanzaron 470 presentaciones en 31 países, actuando para un total de 4 millones de espectadores.
Antes de esas giras millonarias, en 1971, el cineasta Robert Altman utilizó sus canciones como banda sonora de su filme “McCabe and Mrs. Miller” ambientado en 1902, en el oeste americano. La cinta cuenta la historia de unos mineros en un prostíbulo. Altman desarrolla la trama mientras suenan los temas de Leonard como su banda sonora.
Por su parte, el genio argentino de la narración, Julio Cortázar, lo menciona en su obra de 1973 “Libro de Manuel”, allí alude generosamente la música coheniana, eso representa un gran aval por ser Cortázar un reconocido amante del jazz, un melómano de culto, hombre que en la soledad de su biblioteca solía ejecutar la trompeta. Julio Cortázar entendía y descifraba la música.
Leonard Cohen relató desde el podio del Teatro Campoamor su relación con su guitarra, elaborada por un luthier valenciano en los años 70: “En mi casa en Los Ángeles, una noche antes de partir de gira, la saqué de su caja, la llevé a mi cara: no pesaba, parecía de helio. Sentí la fragancia viva de su madera, que como sabemos, la madera nunca muere”. El autor con su voz de fagot, confesó: “Eres un hombre viejo, me dije mirándome en un espejo, y no has agradecido al suelo, a la tierra de donde viene esta fragancia de cedro”. Miró al sillón donde reposaba su sombrero borsalino (su eterno compañero) y reiteró: “Yo sólo he firmado la última página de lo que la tierra ibera me enseñó”.
En la década de los 60, Leonard vivió en Grecia, en la isla Hidra, en el mítico Golfo Sarónico. Y allí escribió uno de sus poemas más recordados:
“El bote husmeaba al borde del mar
bajo una luz siseante.
Algo suave envolvió una red
y sangró en torno a una lanza
la roma muerte, el chorro de cúmulos
te hablé a ti, pensé que estabas cerca
O acaso ¿era la noche tan oscura
que algo murió solo?”
(Hidra, 1963)
Con su rostro enjuto se asemeja a Bob Dylan, siempre con traje y sombrero de un negro riguroso, de nariz aguileña, va pronunciando sílabas en su lengua materna: el inglés con acento antiguo. El poeta homenajeado en Oviedo se retiró del podio colocado en lo alto, haciendo una reverencia a los presentes, llevaba sus gafas de sol en la mano. Dejó retumbando en el aire de Asturias una frase: “La poesía viene de un lugar que nadie controla, nadie conquista. Es decir, si supiera de dónde vienen las canciones, las haría con más frecuencia”.
Al escuchar el canto de Cohen, siento la emoción que genera la creación artística más pura, la que se reconoce como arte vivo:
“¿Qué es un santo? Es aquel que ha alcanzado una remota posibilidad humana. Es imposible decir lo que constituye esta posibilidad. Sin duda tiene algo que ver con la energía del amor.”
(Los hermosos vencidos, 1966)
Celebro el aporte de este americano del norte, y recuerdo lo dicho por el poeta indio Rabindranath Tagore, igualmente un místico profundo: “En el centro de toda creación, está Dios”.