“El secreto de una buena vejez, no es otra cosa
que un pacto honrado con la soledad”.
Gabriel García Márquez (Colombia 1926-2014)
Su más reciente libro lo publicó cuando cumplía sus 85 años, tiene como portada un dibujo genial del propio Kundera. Está dividido en siete capítulos breves, con personajes dibujados en pequeños trazos (como su portada) con frases conmovedoras, certeras como tuits geniales, llenas de inteligencia y sensibilidad:
“Si un hombre (o una época) ve el centro de la seducción femenina en los pechos ¿cómo describir y definir la particularidad de esa orientación erótica? Improvisó una respuesta: Santificación de la mujer; La Virgen María amamantando a Jesús; el sexo masculino arrodillado ante la noble misión del sexo femenino”.
En esta, su décima novela, Milan hace una descripción nostálgica de París, de sus jardines, plazas y alamedas, una mezcla de reminiscencias con aguijones de humor. La novela está ambientada en esa ciudad que lo albergó desde mediados de los años 70, donde desarrolló lo mejor de su obra y de su larga vida. Los personajes son disímiles: Alain, La Franka, el déspota Iósif Stalin y su leal Kalinin, un cercano camarada, siempre en apuros debido a su próstata hinchada, propia de un hombre senil. Una mujer con un embarazo no deseado, que intenta ahogarse en las aguas heladas de un río, y que de forma sorpresiva la rescata un joven anónimo que la observaba, al que ella manda al fondo del cauce fangoso y muere ahogado. El actor desempleado que llaman Calibán, quien había representado personajes de William Shakespeare y que termina desempleado, haciendo de mesonero, sirviendo cócteles a comensales desconocidos. Charles, quien sueña con realizar una gran obra de “teatro de marionetas” que lo inmortalice.
Y Alain, el bebé no deseado que no supo del paradero de su madre y solo consiguió una foto de ella en una revista, que colgó en la pared para mirarla a ratos. En compensación a su ausencia, conversaba con la fotografía inmóvil:
“Miró el rostro colgado en la pared y, una vez más, vio a la mujer que, vencida, entra en el coche con su vestido mojado, se desliza sin ser vista por delante de la garita del portero, sube la escalera y entra descalza en el apartamento en el que permanecerá hasta que el intruso salga de su cuerpo, antes de abandonarlos a los dos unos meses más tarde”.
Milan Kundera entiende el mundo desde el panóptico que le han dado sus múltiples oficios: jornalero, músico de jazz, profesor de historia del cine, bohemio que degusta el coñac, el tabaco y las buenas tertulias, y profesor de literatura comparada.
“Contento y casi alegre después de su larga charla con Madeleine, se subió a una silla con la botella de Armagnac, que dejó en lo alto de un armario (muy alto). Luego se sentó en el suelo y, apoyado contra la pared, fijó en ella la mirada, que lentamente la fue transfigurando en una reina”.
A pesar de haber recibido premios importantes, de resonancia mundial, el Premio Nobel le ha sido esquivo a Milan Kundera, él ha permanecido como el eterno candidato, injustamente olvidado por la academia sueca. En su carrera de escritor durante 50 años, ha publicado 18 libros: 10 novelas, dos poemarios, una recopilación de cuentos, una obra de teatro y cuatro agudos ensayos. Por ellos ha recibido: El Médicis en 1973, el Premio Jerusalem en 1985, el galardón Austríaco de Literatura Europea en 1987. Recibió el Gran Premio de Literatura de la Academia Francesa en el año 2001, el Cino Del Duca en 2009. Además, el Premio Prix de la BnF en 2012, con gran entusiasmo.
Les invito a leer esta obra reciente de apenas 138 páginas, la edición en español de Tusquets Editores, llena de frases luminosas como centellas, de ideas innovadoras, brillantes visiones del pasado que surgen de la mente de este escritor maravilloso, que se acerca peligrosamente al centenario de vida, con una salud de piedra, a pesar de las interminables bocanadas a sus cigarros y los reposados tragos del antiguo Armagnac: el licor de los Pirineos, su predilecto.
Kundera ha vivido en una eterna fiesta vital, siempre rodeado de amigos, artistas y lectores, despreocupado por el futuro, como lo expresó en su “Libro de la risa y el olvido”:
“Los hombres quieren ser dueños del futuro sólo para poder cambiar el pasado. Luchan por entrar al laboratorio en el que se retocan las fotografías y se reescriben las biografías y la historia”.
En el 2009 celebró sus 80 años en medio de un gran escándalo, el semanario “Respekt” lo acusó, sin sustento ni pruebas, de haber sido soplón del régimen comunista en los años 50, cuando los soviéticos invadieron Praga. Intelectuales de gran prestigio lo respaldaron y defendieron; entre los que firmaron una proclama en su defensa, estaban los escritores Gabriel García Márquez, John Maxwell Coetzee, Nadine Gordimer y Orhan Pamuk, todos reconocidos con el Nobel de Literatura. Por los españoles firmó Jorge Semprún y el galardonado con el Premio Cervantes 2014: Juan Goytisolo”. Demostró que nunca fue un soplón de nadie, pues siempre fue un escritor: en el sentido más profundo y comprometido del oficio.
Después de 14 años de ausencia literaria, de Kundera llega a nuestras manos “La fiesta de la insignificancia”, una novela que nos presenta la vida a ráfagas, llena de ironía y humor, poniendo luz sobre los misterios cotidianos. Relata momentos que nos hacen pensar si la vida es una fiesta o por el contrario una tragedia llena de pequeñeces insalvables. Al pasar su última página, solo nos queda reafirmar nuestra admiración por Milan, por la unidad del universo kunderiano: que a veces pareciera mejor que la vida misma.