Discurso de orden en sesión solemne de la Cámara Municipal del Municipio Maracaibo, el 20 de enero de 2005, día de San Sebastián, patrono de la ciudad de Maracaibo.
En Maracaibo los días claros y llenos de sol, como esta mañana, no son novedad. “Tierra del sol amada, tierra mía” decía el poeta en una visión llena de luz, de color y del reflejo ondulante de la mirada del astro rey sobre nuestras cálidas aguas. Tierra de Mara, “indio de buen porte, alto y grueso, de mirada de águila, valiente e intrépido”, como lo describió el historiador del Zulia Juan Bessón1, y habitante feliz de tierra y agua, pues su morada se encontraba en la Isla de Providencia o isla de los burros, desde la cual mantenía contacto con las riberas Este y Oeste de la barra de nuestro lago. Y toda esta calidez del ambiente terruño se arrima al aposento de nuestra ilustre Cámara Municipal, hoy en sesión solemne para conmemorar el día del Santo Patrono San Sebastián, mártir lacerado por el castigo recibido de aquellos que rechazaban la doctrina de la unión y del amor. El día de San Sebastián es un día para la ciudad de Maracaibo, ciudad y municipio que se yergue orgullosa y cautivadora de las riberas del Coquivacoa.
Como ciudadano de esta noble tierra, hijo de los hijos de nuestra patria chica, no puedo menos que sentirme agradecido de las honorables autoridades municipales por haber confiado a este servidor la oración de orden de esta sesión.
La historia es a veces esquiva a mostrar con claridad los acontecimientos que tratamos de hurgar en nuestro pasado. Relata Besson que cuando el conquistado Ambrosio Alfinger, muchas veces rechazado por Mara y sus hermanos indígenas, llegó al lago, “ya existía una villa en la laja, pero no dicen quien la había fundado. En unos papeles antiguos, ya casi ilegibles, hallados en unas excavaciones, existen indicios de esta villa; pero sin expresar fundamentos ciertos… Allí, sobre la misma laja, donde había una ranchería india, Alfinger declaró fundada una aldea que confirmó con el nombre de Maracaibo”2 según el relato del historiador Bessón.
Debemos reivindicar permanentemente el valor de la historia de nuestro pueblo precolombino. Pues nuestra ciudad no fue fundada por el conquistador, éste tan solo irguió sobre el poblado indígena, habitante secular de nuestra tierra, una nueva bandera; pero ésta ya era una tierra habitada, algunos viviendo en palafitos y otros tierra abierta, pero todos en una ordenada sociedad tribal, disfrutando en un apacible sueño de naturaleza e inocencia.
Otra es la historia de la conquista y la colonización, cuando el 20 de enero de 1596, un día como hoy hace cuatrocientos treinta y seis años, Alonso Pacheco, de un natural tan fiero y brutal como el de Alfinger, puso nuevo nombre a la población, llamándola “Ciudad Rodrigo”, nombre éste que sólo tenía significación para él, pues rememoraba el lugar de su nacimiento. Y ese mismo día, San Sebastián, soldado romano convertido al cristianismo y por ello martirizado, fue reconocido como Patrono.
De San Sebastián sabemos poco, aunque sí parece cierto que fue un oficial en la guardia imperial romana que secretamente había realizado muchos actos de caridad basados en la fe cristiana; luego la leyenda dice que al ser descubierto en sus creencias, fue entregado a arqueros mauritanos, quienes le incrustaron flechas en el cuerpo, a las que sobrevivió gracias a los cuidados de la viuda Santa Irene, aunque al final murió lacerado del mismo modo; la imagen del San Sebastián flechado responde al arte renacentista. De lo que sí dan fe los creyentes es que el santo protege de las pestes, como lo testimoniaron en Roma en el año 860, en Milán en 1575 y en Lisboa en 1599. Todo esto según la Enciclopedia Católica.
Pero sobre esta tierra del indio Mara, ejemplar de abolengo de la raza original, de aquella raza que según los relatos recogidos de antiguas crónicas era de privilegiada superioridad física, hombres musculosos y de muy alta estatura, y mujeres hermosas llena de gracia y candor, no podía permanecer la planta invasora de un conquistador que tan solo buscaba oro insaciablemente. Y la paz de la convivencia tribal se convirtió, de nuevo, en persecución y muerte. Sobre la brutalidad conquistadora no se podía edificar los pueblos, y por ello otro conquistador llamado Pedro Maldonado dice refundar en 1574, ahora con el nombre de Nueva Zamora aquella población.
De todas maneras la comunidad existente venía siendo llamada Maracaibo, nombre original y anterior a las fundaciones conquistadoras de una población situada a orillas del Coquivacoa, a lo largo de la ribera que hoy se extiende desde Los Haticos hasta el puerto local.
Estas fechas de fundación y refundación de la población conquistada son confusas. Las crónicas arrojan luz, pero se requería de una especie de acuerdo sobre las verdades históricas, y por ello el Hermano Nectario María descifró en su investigación sobre los orígenes de Maracaibo, abrevando de las fuentes originales de los archivos de Indias, los confusos relatos tejidos por los cronistas hispanos. Y así, según destaca Tarre Murzi,3 se sientala base para un criterio objetivo, adoptado en 1965 por la Academia de Historia del Zulia: “El fundador de la ciudad de Maracaibo fue el Adelantado Ambrosio Alfinger. Fecha de fundación: 8 de septiembre de 1529. Fueron refundadores de la ciudad de Maracaibo: el Capitán Alonso Pacheco en 1569 y el Capitán Pedro Maldonado en 1574”.
Naturalmente, esta conclusión por si sola no satisface la verdad histórica, pues la historia de nuestra ciudad y nuestro pueblo no empezó con la conquista. En la misma biografía de Maracaibo que escribió Tarre Murzi se recuerda que la moderna investigación arqueológica revela la presencia aborigen en nuestro suelo quince mil años antes de Cristo (15000 a.C.), y que en la larga investigación de los arqueólogos Cruxent y Rouse, fueron descubiertos vestigios fósiles de objetos cerámicos, artefactos de origen pétreo, manufacturas de conchas, urnas funerarias y ornamentaciones de metal, demostrativas de la presencia milenaria de nuestros ancestros aborígenes. En el paraje conocido como “Rancho Peludo”, al noroeste de Maracaibo, la huella arqueológica constata la existencia cierta de una cultura para el año doce mil trescientos ochenta antes de Cristo (12380 a.C.), es decir, hace mas de ciento cuarenta siglos.
No podemos perder la continuidad antropológica o sociológica de nuestra idiosincrasia, pues nosotros no nos parecemos más al germánico Alfinger o a los hispanos Alonso Pacheco y Pedro Maldonado, que a los hijos mestizos de esta tierra, raza compuesta de vocación cósmica, acrisolada en el enriquecimiento cultural y biológico de muchos siglos, y llena cada día de nuevas estirpes, de renovadoras vertientes étnicas que le dan color y sabor a la piel de la mujer maracaibera, así como fuerza y calor al hombre de estas tierras.
Se parecen los apellidos o quizá son casi los mismos, como efecto cultural de la devastadora conquista. Pero nuestros hombres dejaron de tener el nombre de las flores y del agua fresca, o de los luceros, todos descritos con el candor de la lengua indígena.
Por todas estas cosas ocultas tras la bruma de los tiempos, los hijos de esta tierra son de buena casta, son humildes y honrados, diligentes y laboriosos. Cuando ven su lago, piensan en una nave para surcarlo; cuando ven a lo lejos una montaña, sueñan con las nubes que abrazarán en su cima; cuando ven a una mujer, idealizan los hijos de porvenir; y cuando ven a sus hijos entonces ya no queda espacio para otros sueños.
Pero hoy Maracaibo no es aquella ranchería, mantiene sí la denominación anterior a la conquista pues rápidamente se deshizo de los nombre de “Ciudad Rodrigo” y de “Nueva Zamora”.
Es Maracaibo, pese a que los corsarios llegaron a la llamada “Marecaye”, aunque esto nada tiene que ver con el “Mara cayó” de la leyenda.
Es Maracaibo, cálida pero fresca, sencilla y laboriosa; cuando el diplomático francés caminaba por la calle Derecha oía con grata sorpresa cómo de cada casa salía el sonido del arpa y del piano; ciudad de gente culta, cuyos habitantes leían con frecuencia los clásicos griegos y saliéndose del santoral empezaron a sustituir los nombres castizos por los extraídos de esa literatura. De allí los Hermócrates, Helímenas, Herónidez, Hermágoras y muchos otros que se escaparon de la ficción griega para tomar asiento en la fantasía creadora de éste nuestro realismo mágico.
Cuando el diplomático norteamericano Eugene Plumacher arribó a nuestro puerto en 1878, quedó admirado de lo que sus ojos veían y escribió: “La ciudad de Maracaibo vista desde el Lago haces una impresión muy favorable ya que sus orillas muestran muchas iglesias, torres y varias edificaciones impresionantes. En general, la vista era muy diferente de lo que yo había visto en todos los demás pueblos de Venezuela; por ello, Maracaibo tiene el derecho, por lo menos en Sur América, de ser llamada Ciudad”4
Y si esto lo decía hace más de ciento treinta años un extranjero, ¿cómo entender entonces que algunos propios la califiquen como “playa de pescadores”?
Pero no había duda en lo que Plumacher narraba. Al arribar a Maracaibo conoció un puerto pujante muy activo, y aún cuando no lo menciona en sus Memorias, llegaba a una ciudad que poseía una Escuela Superior que una década y tres años después sería la primer Universidad Republicana, no la nacida de la universidad colonial y su determinación dogmática, sino parida de la independencia y la voluntad de sus propios habitantes, universidad fundadora de los estudios de ingeniería náutica y cuna de los valores humanos que sembraron el siglo XX de nuestra historia de ciencia y de cultura.
También fue la primera ciudad venezolana en conocer la luz eléctrica y la primera en tener su propio banco, incluyendo su propio papel moneda. Y como los menos jóvenes lo recuerdan, la única región de Venezuela cuyos habitantes para viajar a Caracas debían sacar el pasaporte.
Es Maracaibo, la ciudad indígena ancestral expoliada por el conquistador, pero forjada mixta y plural, abierta y franca, alegre y dócil mientras no le arrebaten sus anhelos. Llena de historias y leyendas, con las cuales nos deleitamos en la lectura de Régulo Díaz,5 y recordamos con su lectura las cálidas tertulias de nuestros abuelos.
Esta Maracaibo, sembrada de sueños y de soñadores, se apresta a continuar su rumbo con toda la potencia de una ciudad hermosa y grande. Para ello tenemos un buen alcalde y unos buenos concejales, pero tenemos también muchos buenos ciudadanos.
Algunos proyectos nos estimulan hoy con mucha fuerza. El Proyecto Cota 0, la ciudad que nace y vive al pie del lago, a lo largo de cuarenta y cuatro kilómetros, que vistos desde la barra, como nos confiaba el cónsul Plumacher para 1878, constituyen el espectáculo formidable de una gran ciudad.
Es la reconquista de nuestro ser como pueblo de agua… o cercano a las aguas, desde la Plaza de las Banderas hasta el Planetario “Simón Bolívar”, camino de agua Norte-Sur, que será ocasión estratégica para recuperar nuestra vocación de Ciudad-Lago.
La recuperación y fomento de la construcción palafítica en Santa Rosa de Agua, proyecto ya avanzado, evoca nuestras raíces, así como la pista de hidroaviones en la La Marina y en la Plaza del Buen Maestro.
Esta ribera de la gran ciudad habrá de contener los espacios de desarrollo turístico, cultural, financiero, artístico, deportivo; me atrevería a decir que todos los ribereños debemos dar ya un voto de firme apoyo a este proyecto.
Desde las universidades que están en sus orillas, la Universidad del Zulia en La Ciega, con la recuperación de las viejas e históricas instalaciones de la Casa del Obrero, primera sede de LUZ en su reapertura; la Universidad “Rafael Urdaneta”, con su nueva sede que recibe todas las mañanas con alegría de nuestros jóvenes el tenue sol, que a partir de allí empieza a tomar posesión de toda la ciudad; la Universidad de la Fuerza Armada con su núcleo de Maracaibo, asentada recientemente en su ribera norte; pero también el Centro de Arte de Maracaibo “Lía Bermúdez”, vigilante del puerto y faro que ilumina la navegación cultural de nuestra ciudad.
Pero al pasar por Capitán Chico no olvidemos el Proyecto de Parque y de Manglares, que consagrará a Maracaibo como ciudad de parques, pues al lado de la actual Vereda del Lago, nunca como hoy tan hermosa y bien mantenida, habrá de surgir su expansión norte. La ciudad también espera con inquieta ansiedad la construcción de su Paseo del Lago Sur.
¡Cuantos proyectos enriquecen hoy las tareas de nuestros gobernantes locales! Seguros estamos que pronto veremos la realidad de esos proyectos, para eso contamos con buenos servidores públicos, a quienes demandamos acción concertada y constructiva. Confiamos en ustedes, pero al mismo tiempo les ofrecemos nuestro apoyo, porque el éxito de estas iniciativas dependerá en gran medida de los que los propios ciudadanos podamos aportar.
Señor Alcalde, señores concejales, las diferencias políticas son válidas y hasta deseables en una sociedad democrática; pero si convertimos la pluralidad en convergencia de ideales y de esfuerzos, ésta nuestra bella ciudad, donde nacimos y crecimos y algún día, espero que lejano, depositaremos nuestros huesos, será el más hermoso paraje para la convivencia y crecimiento humano.
Y para finalizar, la necesaria y muy esperada obra, ansiada por cientos de miles de maracaiberos que sufren el rigor del transporte: el Metro de Maracaibo. Proyecto maracaibero dígase lo que se diga, con el auxilio claro está de la tecnología de otras latitudes, pero nacido de la legítima esperanza de un pueblo que no ha hecho otra cosa toda la vida que entregar generosamente la riqueza de sus entrañas a toda Venezuela. El Metro de Maracaibo será, sin duda, oportunidad extraordinaria para reafirmar la faz de una ciudad que crece y se multiplica sin abandonar su propia identidad…
¡Y tá fresco Elpidio si cree que vos te vais a quedar sin viajar en esos modernos trenes!
Frente a esta modernidad, culturalmente enriquecida, guardemos siempre con Rafael Rincón González la memoria de mi “Maracaibo florido, Maracaibo de antaño, aquel mi Maracaibo de estilo colonial… divino el Maracaibo, aquel de las palmeras, el de las contradanzas y lago de cristal”.
1 Besson, Juan: Historia del Zulia, Maracaibo, 1973; T 1, p. 41.
2 Ibid, T 1, p. 42.
3 Tarre Murzi, Alfredo: Biografía de Maracaibo, 1986; p. 47.
4 Plumacher, Eugene H.: Memorias, traducción Josephina Beck de Nagel.
Maracaibo, 2003; p. 52.
5 Díaz, Régulo S.: ¿Quién es Maracaibo?, Maracaibo, 1984.