“Los juglares iban de pueblo en pueblo
cantando acontecimientos”
Gabriel García Márquez (Aracataca, 1927-2014)
Los compositores populares tienden a permanecer por muchos años en la memoria colectiva, logran estar presentes en ese espacio común de los sueños. Ellos recogen el sentir de la gente: sus despechos, anhelos, frustraciones, motivos de fiesta, juramentos, y lo traducen al lenguaje universal de las notas y las rimas, los convierten en evocación; sus canciones buscan el eco prismático de las palabras.
Colombia es una nación de grandes poetas, de excelsos compositores, es la madre de una poderosa música que nace en sus pueblos costeños, la que llamamos: paseíto, sones, vallenatos y cumbias. De esa tierra fecunda y pasional, han surgido excelentes trovadores, como: Pacho Galán, Lisandro Meza, José Barros Palomino, Juan Bautista Madera Castro y Leandro Zuleta. Pero el más admirado de todos, incluso por el genio de la narración ficcional Gabriel García Márquez, ha sido Rafael Escalona, bardo al que retrató en su obra, a quién ofrendó lo mejor de su amistad. El Gabo le dedicó momentos estelares de su vida a su estimado “Rafa”, episodios inolvidables de su espléndida carrera como escritor, lo hizo un personaje de su novela “Cien años de soledad” y de “El Coronel no tiene quien le escriba”.
Escalona nació el mismo año que el Gabo, 1927, en el caserío Patillal, en el Cesar, territorio donde los prodigios diarios superan a los vericuetos de los cuentos. Fue el 26 de mayo cuando llegó a este mundo, siendo el séptimo hijo de Clemente Escalona Labarces, un veterano de la “Guerra de los mil días”, y de Margarita Martínez Celedón. Según narra el propio García Márquez, cuando la madre de Rafael estaba en los días cercanos al alumbramiento, desde su vientre salían notas con una gran melodía, y concluyó: “El niño va a nacer cantando”. Desde que nació Rafael, en su casa siempre hubo música, las canciones fueron una fuente inagotable que se combinaba con el sonido de los aguaceros de mayo, y de los chubascos de noviembre. Rafael y sus ángeles canoros las prodigaban, los ángeles que siempre le acompañaron, que hacían inagotable su música.
De niño, Escalona fue inquieto y andariego, a los nueve años de edad lo llevaron a estudiar a Valledupar, la población vecina más próspera. Después estudió en el liceo Celedón de Santa Marta, en sus noches de internado, su libro de cabecera era “Las mil y una noche”. En 1945 Rafael Calixto conoció a su musa, al primer amor de su vida: “La Maye” Marina Arzuaga, a quien dedicó hermosas canciones. Una de las más emblemáticas, se la escribió en 1945, titulada “El testamento”:
“Oye morenita te vas a quedar muy sola
porque anoche dijo el radio
que abrieron el liceo,
como es estudiante
ya se va Escalona
pero de recuerdo te dejó un paseo”
A los 15 años Rafa había compuesto un paseíto en homenaje a su admirado profesor Castañeda, fue un claro anuncio de lo que sería su fecundo talento musical: “El profe Castañeda”, lo tituló.
Cuando nació su primera hija Adaluz en 1951, en la casa se hizo parranda por varios días, con su voz grave de elegante barítono, Escalona solía cantar a capela, pues nunca tocó otro instrumento distinto a las palabras. Cuando su hija Adaluz cumplió 13 años le compuso “La casa en el aire”:
“Voy hacerte una casa en el aire
solamente pa’que vivas tú.
Después le pongo un letrero bien grande
con nubes blancas que diga Adaluz”
(Escalona, 1964)
Años más tarde, publicó una novela biográfica con ese título “La casa en el aire”, que tuvo una modesta aceptación en Colombia.
Su prestigio como compositor fue agigantándose, sus temas poco a poco se convirtieron en clásicos que identificaban a Colombia en el panorama musical del Caribe. En 1968, Rafael ideó el “Festival de la leyenda vallenata” con el apoyo del entonces Gobernador del Cesar, de su comadre y biógrafa Consuelo Araújo Noguera. En ese evento participan los máximos exponente del género año tras año, con buenos premios, con la presencia de importantes personalidades, las que han sido jurados memorables, entre otros han figurado García Márquez, el expresidente Belisario Betancourt y López Michelsen. El evento cuenta con invitados especiales de otros géneros musicales: salsa, merengue, tropical pop, que cierran la cita anual con su concierto. Cada año se elige el “Rey vallenato”, tiene una gran difusión y hace una buena promoción del ritmo costeño. Hasta el 2015 se han realizado 48 ediciones del festival.
Cuando Escalona conoció a Gabriel García Márquez, este era un vendedor de enciclopedias en la zona de la Guajira, y Escalona se dedicaba a la siembra de arroz. Su amistad nunca tuvo altibajos, fue blindándose con el paso de los años. En 1982 cuando El Gabo fue a Estocolmo a recibir el Premio Nobel de Literatura invitó a Rafael Escalona, y estuvieron juntos en las gélidas veladas del premio. Luego de la ceremonia del Nobel, para homenajear a Rafael ante el mundo, Gabriel declaró: “Cien años de soledad solo es un vallenato de 350 páginas”.
En ocasión de recibir un ejemplar de su novela más célebre traducida al sueco, El Gabo la tomó y se la dedicó a su amigo de Patillal, y en la primera página del tomo escribió: “Para el único hombre que habría contado toda esta historia en tres minutos”.
En una hermosa crónica de tono fraternal, García Márquez describió el talento y el aporte de Escalona, la publicó el Diario El Tiempo en 1998: “El caso de Escalona es distinto, porque es quizá el único que no conoce la ejecución de instrumento alguno, el único que no se convierte en intérprete de su propia música. Simplemente, canta como lo va dictando el recuerdo y permite que a sus espaldas venga la ancha garganta del pueblo, recogiendo y eternizando sus palabras”. La delegación que acompañó a El Gabo a recibir su Premio Nobel, estuvo conformada por 60 personas: encabezada por Los Hermanos Zuleta, Carlos Franco y su Conjunto folklórico de Barranquilla, Totó la Momposina y sus tambores representaban el Caribe; la Negra grande de Colombia, el Pacífico; las danzas del Ingrumá de Riosucio dirigidas por Julián Bueno, la zona andina; el maestro Quinitiva con la música llanera. El líder de tal expedición artística fue Rafael Escalona.
Los temas de Escalona fueron grabados por grandes intérpretes, la costa atlántica conoció el fruto de su numen grandioso, algunos sonaban en Maracaibo gracias al sello Fuentes. En 1991, el cantante y actor samario Carlos Vives, protagonizó el dramático para televisión titulado “Escalona”, dirigido por el cineasta Sergio Cabrera, se convirtió en un éxito sin precedentes en América Central. En paralelo grabó el álbum “Escalona: un canto a la vida”, luego una segunda parte, se convierte en un récord en ventas.
En 1993, Vives lanzó su celebérrimo álbum “Clásicos de la provincia” donde compiló los grandes temas de Rafael Escalona, en él realizó una fusión de vallenato clásico y paseos con elementos del rock y el pop latino, incluyó quenas del altiplano. Como resultado tuvo un álbum neoclásico, con temas inmortales, muy vanguardista. Vives tuvo un éxito atronador, y el mundo entero conoció y celebró a Escalona como el mejor compositor de temas provincianos que se hacían universales.
“La gota fría” se mantuvo por muchos meses en los primeros lugares de las carteleras discográficas, y tuvo luego ciento de versiones, de diferentes tenores y estilos, el vallenato que en 1938 compuso Emiliano Zuleta Baquero:
“Acordate Moralito de aquel día
que estuviste en Urumita
y no quisiste hacer parranda,
te fuiste de mañanita
sería de la misma rabia”
(Zuleta, 1938)
Gracias a esta producción todo el Caribe supo de la obra de Escalona, su repercusión. Fue una gran catapulta para llegar a varios países latinoamericanos con el vallenato. Hasta entonces en Venezuela “el vallenato sólo lo escuchaban las cachifas”, los obreros colombianos, no tenía el boom que vive ahora, ni remotamente.
En los años 70, Escalona fue diplomático durante la presidencia de Alfonso López Michelsen, estuvo en la Embajada de Colombia en la República de Panamá, esos fueron días sosegados, de reencuentros y nostalgias en la tierra de Omar Torrijos, el líder que recuperó El Canal interoceánico para su nación, el istmo querido por el maestro Escalona, lo sentía justamente: como una extensión de su patria.
La Academia Nacional de las Artes y Ciencias de la Grabación de los Estados Unidos, el Premio Grammy, en 2005 le confirió el galardón honorífico, un reconocimiento por su larga y fecunda carrera artística. Lo recibió entusiasta a sus 78 años, sonriente y cantando a capela:
“Yo le traje un peine
comprado en Estambul
de tortuga verde
de una ballena azul.
Y para que suspire
toditas las mañanas
una nube rosada
envuelta en arcoiris”
(Escalona, 1980)
Rafa fue un buen dibujante, de trazo impecable, diseñador de sombreros y trajes de caballeros, experto en marroquinería, entendía los códigos de las pieles. Escalona tenía una sensibilidad suprema, con un poder de entendimiento superior al resto de los mortales. Tuvo 19 hijos en seis mujeres, vástagos que lo amaron y protegieron, murió en la capital Santa Fe de Bogotá, 14 días antes de cumplir 82 años de edad, por complicaciones cardíacas, luego de superar dolencias hepáticas, el 13 de mayo de 2009. Se le rindieron honores de héroe nacional, como el máximo exponente del vallenato.
Gracias a Escalona, el vallenato que nació en rancherías con piso de arcilla, entró en los grandes salones, conquistó capitales cosmopolitas, estuvo en las voces de los cantantes más reconocidos. Él dignificó ese canto de mestizaje, que logró unir a tres continentes, pues la música vallenata es producto de la creatividad de las tres razas que formaron la cultura costeña: los indios nativos, los blancos iberos y los negros africanos. Los instrumentos básicos del vallenato representan ese entrecruzamiento étnico: el acordeón es europeo, la caja es africana y la guacharaca es un instrumento indoamericano, muy antiguo.
Hoy escuchamos en la radio un vallenato triller, lleno de pasiones extremas, amenazas, más que expresar amor o desamor, expresa venganza, acechanzas pasionales. No contiene la poesía sencilla y profunda de los temas del maestro Escalona, ni el universo verbal de las cumbias de José Barros, como “La Piragua” que nos ilumina la imaginación cuando escuchamos:
“Doce sombras, ahora viejos ya no reman,
ya no cruje el maderamen en el agua,
solo quedan los recuerdos en la arena
donde yace dormitando la piragua”
(Barros, 1969)
El vallenato actual, en su mayoría es simplón, muy básico, carente de genialidad, es un movimiento artístico de guapetones, de camionetas blindadas y guardaespaldas. En algunos casos, insuflado por padrinazgos del narcotráfico y lavadores de divisas. Los nuevos vallenateros deberían mirar con empeño, con admiración de discípulos, al sabio de las letras y melodías, Rafael Escalona: el corazón más puro de ese canto. Aunque debemos reconocer que ha conquistado espacios en el gusto popular del Caribe y en los medios de comunicación, como nunca antes.
En dos ocasiones se ha planeado en Bogotá la posibilidad de crear la “Cátedra Libre Rafael Escalona” para enseñar lo que es el canto costeño tradicional, sus costumbres y su heredad. Esa cátedra tendría como texto base el libro de Daniel Samper Pisano sobre la vida y obra del pionero de Patillal. Esperemos la inauguren y prospere.
Desde la ciudad de Maracaibo, urbe que Rafael Calixto Escalona visitó en varias ocasiones, donde llegó a hospedarse en el Hotel del Lago a finales de la década de los 60, le rendimos justo tributo a ese auténtico trovador del Atlántico colombiano. Cada canción suya es una historia que nos enseña sobre la vida, que nos mete en un mundo donde la imaginación respira, hace rimas, crea sueños y germina.