“Tendida en la madrugada
la firme guitarra espera
voz de profunda madera
desesperada”
Nicolás Guillén (Cuba, 1902-1989)
El primer instrumento musical que existió fue la pisada del hombre primitivo sobre la tierra, su andar acompasado creando vibraciones sobre los caminos. Le siguieron las palmadas, con sus manos crearon vibraciones audibles. Golpeó las tensas pieles de animales, las maderas y calabazas secas produjeron sonidos rítmicos.
Por ello la familia de instrumentos musicales más antigua es la percusión, son instrumentos que producen sonido al golpearlos, agitarlos o rozarlos. Esa familia se divide en dos grandes ramas: la primera de sonido determinado, que son los que producen notas, como el timbal de orquesta, el xilófono, las campanas clásicas; y la segunda, de sonidos no determinados, ruido sin altura, no es tonal, a base de toques con baquetas o mazas.
Son instrumentos que chocan entre sí, como los platillos, castañuelas y producen sonidos con sincronía musical.
Ricardo Hernández es hijo de la percusión, un zuliano que nació en el mes de la Virgen Morena, entre tamboras y charrascas, el segundo día de noviembre de 1950 en el Hospital Central, en el núcleo de la ciudad puerto, Maracaibo. Desde muy niño entendió el lenguaje de la cadencia y la métrica, lo hablaron sus manos, comprendió que la base sobre la cual se soporta toda la música, es el ritmo. Comenzó tocando la charrasca en el conjunto de la Escuela “Cervantes”. En su adolescencia estuvo en el conjunto Los Ilustres, después en Santanita y Estrellas del Zulia. En 1969, comenzó su carrera profesional en firme con el Conjunto Estudiantil Los Guacos del Zulia, cuyos integrantes, en su mayoría, eran alumnos del Liceo “Udón Pérez”. Allí compartía los escenarios con los hermanos Aguado León, con el compositor Mario Viloria y Luis Rincón, quien lo llevó a su primera audición. Estaban en sus filas Heriberto Molina y Alcides Bonilla, entre los pioneros de esa divisa vanguardista.
Ricardo Enrique Hernández Sánchez es hijo de Ramón Chiquinquirá Hernández en Virginia María Sánchez. Su padre era trabajador petrolero y solía cantar boleros en sus horas de solaz. Le gustaba tocar el cuatro, instrumento que le raptó Ricardo y comenzó a rasgarlo con destreza a escondidas. Su heredada vena musical le viene de su abuelo paterno Tulio Flores, músico de oficio que actuaba en las retretas y comparsas de la ciudad.
En los musicales años 70, Ricardo Hernández recibió la influencia de Tito Rodríguez, Joe Cuba y su sexteto. Lo impresionó la modernidad que representaba el sonido del rockero autlense Carlos Santana. Lo maravillaba la música de Tito Puente y su big band neoyorquina, la solemnidad de la Orquesta Aragón con su charanga clásica. A todos los escuchaba con devoción, los estudiaba, seguía sus pasos y sus acentos.
En esa década, Ricardo comenzó a ejecutar con solvencia las congas, el bongó, la campana, sin abandonar su charrasca. Dedicó mucho tiempo al canto y la guitarra en las serenatas, se hizo un trovador y ejercía su seducción en la serenidad de la noche. Solía compartir cantatas con sus excompañeros del conjunto Santanita en La Cabaña del Café. Como cantó el poeta José Antonio Ramos Sucre: “Su voz refiere las cuitas de un trovador desengañado y de una flor ignorada”.
Su participación en Guaco consolidó su talento como compositor, en ese conjunto comenzó a componer gaitas de gran belleza a la Virgen Chiquinquirá. Se las interpretaba de forma magistral su compadre de sacramento Gustavo Aguado:
“Cantándole a Chiquinquirá
a mi virgen maracaibera
el Guaco es quien la venera
y cuidando su templo está”
Por esos años realizó una promesa a la Virgen, en su condición de fervoroso devoto, fiel creyente desde niño: de componerle cada año una gaita en su honor. Lo prometido lo cumplió a través de los años sin faltar jamás. Eso está plasmado en su discografía.
En sus primeros años con el Grupo Guaco logró éxitos como “Tremenda Negra”, “Noche sensacional”, tema que también le grabó el sonero Cheo Feliciano con arreglos de Papo Lucca, para el sello Vaya Récord. En 1979 compuso “Sandunguera” para la voz de Ricardo Portillo y antes, varias tamboreras clásicas como “Guaco y tambora” de 1973 y “Mi tamborera”. Se inscribió en el Conservatorio “José Luis Paz” ubicado en la avenida El Milagro, estudió teoría y solfeo, armonía, aprendió a leer y escribir partituras.
En paralelo a los escenarios comenzó su vida familiar, conformó su primer hogar con Moraima Barazarte, su novia de la urbanización La Trinidad. Con ella se casó el 24 de noviembre de 1974, de esa unión nacieron sus hijos Ricardo Enrique y Alejandra Virginia Hernández Barazarte. Recuerdo que, cuando coincidimos en las aulas de la Universidad “Cecilio Acosta” para estudiar música, en el decenio 1980, lo acompañé en su casa en el sector Tierra Negra, Residencias El Portón, donde tuve el honor de compartir con él y su afable esposa.
Luego le nació Simón Antonio de su romance con Luisa Parra. Su segundo matrimonio fue con Thaís García, una bella azafata, profesional ligada a aerolíneas de prestigio. De su unión nacieron sus hijos menores Raúl Enrique y Reinaldo Ricardo Hernández García. La alegría de tener sus cinco hijos, se hizo infinita cuando nacieron dos nietos; Víctor Manuelle y Camila Victoria. Ellos conforman su primer círculo de afecto profundo.
El boom como compositor le llegó a Ricardo en 1980, cuando se produjo la gran escisión en las filas de Guaco y salieron de esa divisa Ricardo Portillo, Simón García, José Luis García y Carlos Sánchez. Ante la crisis de la salida abrupta de los principales compositores del grupo, Ricardo tomó la batuta y se encargó de componer todos los temas y hacer los arreglos junto al pianista Alejandro Ávila. Durante ese período de los años 80 en Guaco, lo acompañó su hermano menor Rolando Hernández, ejecutando las congas. Desde hace dos décadas, Rolando Hernández Sánchez reside en Florida, Estados Unidos.
Uno de los primeros éxitos de esa nueva etapa lo grabó su entrañable compañero de rondas bohemias Sundín Galué:
“Seguiré gaiteando
te juro que parrandeando
espero que tú lo sepas
puedes hacer las maletas
yo nací gaiteando
y una tambora tocando
entiende que no es capricho
la gaita es toda un hechizo”
(“Las maletas”, Hernández, 1980)
En 1981, Ricardo compone un tema importante, en el cual une la imagen de la Virgen Chiquinquirá con la de Ricardo Aguirre, su cantor predilecto, a quien admiró mucho. El 8 de noviembre de 1969, Hernández era un joven de 18 años, cuando recibió la aciaga noticia: “el bardo murió esta madrugada en un accidente de tránsito en Veritas”:
“El pueblo se ha estremecido
con la noticia que apareció una tablita.
Su luz ha invadido el cielo
y se escucha un canto, melodía divina”
(Hernández, 1981)
Así comenzó su saga con éxitos nacionales, nació la combinación exitosa compositor-cantante, la dupla que conformó con Amílcar Boscán. Sonaron en todos los rincones del país los temas: “Movidita”, “Pastelero”, “Billetero”, “Cepillao”. El cenit del éxito lo tocó con su composición “Un cigarrito y un café” en 1984, que contó con el respaldo del sello Sonográfica. Ese tema fue premiado con el disco de platino, logrando vender 135 mil copias. Después de esa hazaña en la industria discográfica nacional, salió de Guaco el vocalista talismán Amílcar, para entrar al mundo de la salsa como cantautor.
En la temporada 1985 compone “A comer” que grabó Gustavo Adolfo Aguado, y un tema que se ha convertido en su carnet de identidad “Sentimiento nacional” en la voz del caraqueño Daniel Somaroó. Con esos dos impactos nacionales se despidió de la banda que lo albergó durante 16 años, en temporadas muy productivas, de gran celebridad para él. Con ellos comenzó como cuatrista y cantante, fue charrasquero, conguero y terminó como director musical y compositor-marca. Una prueba contundente del éxito de Ricardo Hernández en ese ciclo creativo, lo representa la producción antológica “Guaco: cómo era y cómo es” de 1999, donde incluyeron los temas icónicos de su carrera, y nueve de los seleccionados son de su autoría. Eso nos habla de su inconmensurable aporte a ese proyecto, que nació en la década de los 60 en la Urbanización Sucre, y su vasta cosecha composicional, que engrandece la musicalidad zuliana.
Al salir de los Guaco, el cantautor Hernández produjo un álbum en solitario, mostrando su madera de creador. Contó con el respaldo del sello del “Negro” Mendoza, lo tituló “El sabor del maestro”. En esa producción utilizó diversos ritmos afro-caribeños para vestir sus composiciones: salsa, bomba, merengue, chachachá, todas de alta factura, recibió los mejores halagos de los músicos y cronistas por ese trabajo.
Abandonó la carrera de música en la Universidad “Cecilio Acosta” en el noveno semestre, para establecerse en la gran Caracas, y se quedó con esa base importante de conocimientos, consolidando una buena formación musical. Ya era un arreglista reconocido, respetado, con garantía de éxito.
Con ese primer álbum salsero no llegó el éxito deseado, por ello en 1986 conformó un grupo con la sonoridad tropical-gaitera de los años 70 que llamó Rococó, vocablo francés que designa el estilo artístico recargado y cortesano del siglo XVIII. La música del período rococó es refinada, propia de los salones aristocráticos, ejecutada con clavecín, oboe y flautas. Eso lo habíamos estudiado en la UNICA, en la cátedra del profesor Heberley, un uruguayo de ascendencia alemana, que se desempeñaba como violinista de la Orquesta Sinfónica de Maracaibo. Vino a esta ciudad en la misma avanzada que los profesores Federico Brito, destacado jazzista, y Osvaldo Nolé, célebre contrabajista y director de coros.
En 1988, Ricardo Hernández se estableció en Caracas y se rodeó de músicos de la calidad de Carlos Espósito “El Kutimba”, Gerardo Rosales, José Luis Morán y Ricardo Almarza. Logró el apoyo del sello Sonorodven para su proyecto, lograron realizar muchas actuaciones. Un dato curioso, la cuenta twitter del cantautor Hernández Sánchez es @ricardorococo, una prueba de su afecto por ese proyecto musical y la grata recordación que le produce.
En 1990 decide irse a la ciudad de Miami, Florida, a probar suerte. Allí se dedica al mundo publicitario y a hacer música en los restaurantes y discotecas. Uno de los sitios más frecuentados era propiedad del cantor guariqueño Reinaldo Armas. Se adaptó a vivir en condiciones de mucha exigencia, con mucho trabajo rutinario y con poca holgura económica.
En 1998 realizó junto a Amílcar Boscán un álbum que llamaron “El reencuentro”, y retomaron la tradición de hacerle un tema a la patrona maracaibera:
“Escucha Chinita
mi rezo por la mañana
junto a la brisa temprana
parece linda gaitica,
gracias mi señora
por vivir este momento
te doy mi agradecimiento
con cuatro, furro y tambora
cantando mi gaita ahora
estoy feliz y contento”
Por esos años, le tocó afrontar el fuerte período de dolor e incertidumbre, cuando su esposa Thaís García fue diagnosticada de cáncer de seno. Vivió junto a ella los embates de la enfermedad, la traumática cirugía, las arrasadoras quimioterapias. Eso le produjo una sequía como compositor, pasó casi cinco años sin hacer canciones. Felizmente Thaís superó la malignidad de su enfermedad oncológica y regresaron sus días de sosiego. En el 2003 Ricardo se regresó solo a Venezuela y decidió conformar con sus excompañeros guaqueros la banda Sentimiento Nacional, actualmente vigente, grabando. De nuevo Ricardo Enrique estaba en los escenarios con sus temas, que como él admite: “Son como mis hijos”. De nuevo comenzó a cantar al lado de Amílcar Boscán, Sundín Galué, Daniel Somaroó, Frank Velásquez, Fernando Valladares, Eudomar Peralta y Nelson Arrieta. Ha tenido la aceptación del público, que goza rememorando una época dorada de Guaco. En el año 2013 la banda Sentimiento Nacional ha sonado en todas la emisoras del país, con un tema que habla de los excesos de la conectividad tecnológica, de los esclavos de los smartphone, titulado “Bururá barará” de la autoría de Ricardo Hernández en la voz de Nelson Arrieta. De nuevo está vigente en los auditorios.
Y es que Ricardo sueña sus temas, los madura, son su descendencia. Ha compuesto boleros, muchos de los cuales quedaron plasmados en la voz de Argenis Carruyo, otros en la voz de Cheo Beceira con el Súper Combo Los Tropicales y en producciones particulares. Con la orquesta de Pepino Terencio, Ricardo cantó en la década de los 80, en los meses fuera de la temporada gaitera. Con ellos pegó el clásico “María Mercé” en 1981:
“Esa negra si que es sabrosa
igualito como cocina
con su estampa de negra fina
yo les juro que es fabulosa”
(Hernández, 1981)
Cuando Ricardo compone, se asemeja a un galeno cuando aplica la técnica de exploración, que consiste en dar golpes a secas con los dedos sobre una parte del cuerpo. Él le aplica esa técnica a sus obras, las explora con su guitarra gambada, les da pequeños golpes armónicos en seco, para conocer su cuerpo melódico, las moldea a su estilo y va de lo romántico a lo salsero, de la pasión amorosa, a lo festivo del baile, logrando una fuerte conexión con el público melómano.
El percusionista, creador de música, el cantante Ricardo Hernández es orgulloso miembro de la Sociedad de Autores y Compositores de Venezuela (SACVEN). Anualmente recibe las regalías por derecho de autor de sus obras, que sobrepasan las 400 piezas.
Además de grabarle sus temas las bandas donde ha militado, a Ricardo le han grabado éxitos Ricardo Montaner, Las Payasitas Ni Fu Ni Fa, el celebérrimo “sana sana colita de rana”, que estuvo muchas semanas en primer lugar. La Orquesta de Renato Capriles, Los Melódicos, le grabó su tema “Mi tamborera” que sonó en todo el Caribe. “Huele a navidad”, la parranda de Cardenales del Éxito con la interpretación de Jesús Terán Chavín, es otro de sus clásicos:
“Huele a navidad,
huele a navidad
son los Cardenales
que están tocando ya.
Huele a navidad
se siente la alegría
con la gaita noche y día
todo es felicidad”
(Hernández, 1993)
Cuando Ricardo compuso, cantó e impuso el tema “Rumba de tambores” en 1984, en el expresó:
“Algo tienen los tambores,
que alegran los corazones
y no pueden controlarse,
pongan atención señores”
(Hernández, 1984)
Sin duda, él es un hombre que habla con los tambores, entiende su lenguaje, los pone al servicio de los bailadores. A través de ellos alegra corazones, ha llenado de placer auditivo al público durante cinco décadas. Sus temas los conocen en buena parte de América y Europa, por eso sus colegas, en justicia lo han bautizado: “El maestro del sabor”.
Un hecho prodigioso lo representa que Ricardo ha compuesto todos sus temas con la misma guitarra, de madera clara y curva, parece una viola da gamba, asemeja la cadera de una mujer. De esa guitarra que adquirió en 1973, han salido todas sus canciones, los éxitos que lo mantienen en el imaginario popular. Como lo acotó el poeta de Camagüey, Nicolás Guillén: “Allí se ha revelado el misterio de sus creaciones, en la guitarra tendida, que espera la voz profunda del cantor”.