“El tango crea un turbio pasado irreal
que de algún modo es cierto”
Jorge Luis Borges (Buenos Aires 1899-1986)
En una entrevista realizada por Tomás Aquino Font a Rubén Blades en Radio Calendario en la década de los 80, el músico panameño contaba que cuando era un adolescente iba a las playas del Pacífico con sus amigos del barrio a tomar cerveza y a escuchar música en un radio de pilas. Escuchaban emisoras muy potentes que transmitían desde Colombia y Cuba, casualmente las naciones que vieron nacer a los padres del sonero: Rubén Blades Bosques, músico y detective colombiano; y Anoland Bellido de Luna, pianista cubana de ascendencia española. La radio contribuyó a formar su fino oído, gracias a ese medio Rubén captó el espíritu de todas las formas musicales caribeñas, le permitió grabar con solvencia vallenato en su álbum “La Rosa de los Vientos” de 1996. También ha grabado plena, bomba, boleros, son, guajiras y ahora grabó tangos, ritmo que aún era muy popular en esos años 50 en Panamá. Desde 1969, año que marca su debut como cantante y compositor en la orquesta de Pete Conde Rodríguez con el álbum “De Panamá a New York” Blades ha estado cantando por 45 años al más alto nivel profesional, y aunque muchos lo llaman “el poeta de la salsa”, él ha demostrado que puede cantarlo todo, es un músico integral, poseedor de múltiples talentos.
En 2014 Rubén ha publicado el álbum “Tangos” una obra maestra de la música austral arreglada por el argentino Carlos Franzetti, un pianista y director de orquesta graduado en la escuela de música Juilliard de Nueva York, ganador de tres premios Grammy, a quien conoció en las andanzas con Las Estrellas de Fania. Él, al igual que Blades, nació en 1948. En 1978 hizo el arreglo del tema “Siembra”, y en 1981 de “La palabra adiós” de la autoría de Tite Curet Alonso, para el sello Fania Records. Participó en los arreglos de la histórica ópera-salsa “Maestra vida”. Este destacado músico argentino, de estilo ecléctico, invitó a Blades a grabar sus composiciones más icónicas en tiempo de tango, con bandoneón y cuerdas, una dotación muy porteña, y como resultado ha salido el álbum con 11 grandes clásicos bladianos:
1.- “Pablo Pueblo”, del álbum “Metiendo mano” de 1977: hijo del grito y la calle.
2.- “Juana Mayo”, la historia de una meretriz, veterana de la espera, callejera, flor de amor.
3.- “Paula C”, la salsa-despecho que dedicó a su amada Paula Campbell en 1979.
4.- “Ligia Elena”, La niña de clase alta, que se marcha con el humilde trompetista.
5.- “Tiempos”, grabada junto al Grupo Editus en 1999, tema que promueve el perdón.
6.- “Pedro Navaja” el célebre son del matón de esquina, ahora en tiempo de milonga.
7.- “Adán García” dura historia del padre que roba para alimentar a su hijo, de “Amor y Control”.
8.- “Vida” es una oda-canción que promueve la tolerancia, grabada en 1999.
9.- “Sebastián” el loco del barrio con una novia imaginaria, del álbum “Mundo”.
10.- “Parao” canción que busca la razón del ser, busca la luz interior de cada persona.
11.- “Ella” la que con sus besos lima los afilados bordes de la angustia de vidrio.
En el mundo del disco se han realizado muchos experimentos con el tango desde los años 30 cuando Carlos Gardel hizo que sonara en todas las emisoras de América, él logró que se quedara en el inconsciente colectivo, formando parte de la banda melódica que acompaña nuestras vidas, nuestro andar por el mundo. El célebre compositor de “Cambalache”, el porteño Enrique Santos Discépolo (1901-1951) lo conceptuaba así: “Es un pensamiento triste que se baila”, definición que podríamos extender al vallenato por igual. Recuerdo que mi padre Luis Nemesio solía escuchar a Alí Racchi en su programa en Radio Perijá dedicado al tango, espacio maratoniano, duraba tres horas y tenía una gran audiencia. Lo mismo pasaba en todas las ciudades de América Latina, el tango era parte de la música de los grandes salones, lupanares, emisoras, esquinas, bares y teatros. Astor Piazzola quizá sea el músico que más ha trascendido con el género tango después de Gardel, él fue quien logró orquestarlo, unirlo al jazz, hacerlo sinfónico, hacerlo respetar por los músicos contemporáneos. Aníbal Troilo “Pichuco” también es recordado con numerosos conciertos y muestras de arte en distintos rincones de la capital argentina cada año, por su gran aporte a la música de fuelle.
Todos llevamos un tango en algún pozo de nuestra alma, el tango nos describe, nos descifra: a todos en algún momento nos conmueve su letra. Así le sucedió a Luis Miguel, el exitoso cantante mexicano cuando grabó sus álbumes “Romances I, II, III”. En ellos interpretó varios tangos con magia y con sonoridad bolerística especial, que su basto público aceptó, los hizo suyos.
Rubén Blades coincidió con Carlos Franzetti en la concepción de once de sus composiciones para orquestarlos en tiempo de tango o de milonga, la instrumentación les dio una atmósfera distinta a sus letras, las hace más emotivas: sin el movimiento, la síncopa y la sabrosura del ritmo afrocubano, ganó la poesía que estas encierran. Sobre su vocalización, el trovador panameño ha dicho: “Lo más difícil para mí fue acostumbrarme al fraseo del tango, que es distinto, las notas se sostienen de otra manera. La cosa es que estoy viendo ahora mucha gente comentando sobre lo bien que yo canto, pareciera que de pronto me están escuchando cantar por primera vez, porque en el formato de salsa la gente está poniendo atención al conjunto entero, a los arreglos de metales. Me costó mucho la emoción que me provocaban las canciones, era muy grande.”
Seguramente cuando canta estos tangos, con letras que recrean los arrabales del Caribe, se instala en su recuerdo la pianista cubana que le enseñó a amar la música, a sentir cada nota, a percibirla con una sensibilidad especial: su madre Anoland. Ella fue una dama apasionada del bolero y las melodías porteñas.
La orquesta del celebrado bandoneonista Leopoldo Federico fue la elegida para realizar la grabación del singular álbum, llamado a hacerse universal y multipremiado. Leopoldo es considerado un genio del género, reconocido en el mundo entero.
Rubén nació el 16 de julio de 1948 en Chiriquí, provincia limítrofe con Costa Rica ubicada en el noroeste panameño, cuyo nombre significa “Valle de la luna” en la lengua de los indios Ngäbe-Buglé. El talentoso autor chiricano, recién admitió que fue sorprendido por la muerte de dos de sus entrañables amigos y compañeros de los escenarios: Cheo Feliciano y Paco de Lucía, el impacto de esas muertes ocurridas en 2014 fue muy fuerte en su vida. Al respecto ha dicho: “Pensé que todos teníamos más tiempo”. Y considerando que ese tiempo vital es finito, ha anunciado que se retirará de la música en 2016 y aspirará a la Presidencia de su patria en el 2019, con un proyecto de nación independiente, planteado desde la modernidad y nueva ciencia de la gerencia, libre de las cúpulas políticas clientelares que han gobernado Panamá. La bandera que enarboló en 1994 con su partido Papá Egoró, de nuevo flameará en las calles del istmo que le dio su gentilicio, su raza, el carácter de trovador caribeño, y que sin duda será su destino final.
No sabemos qué suerte le depare la política a Rubén en sus días de madurez, no sabemos si será un oficio en el que lo reconozcan y apoyen sus compatriotas, o simplemente su gestión se convierta en rápida pincelada en la nada. Pero estoy seguro, que en el mundo de la música Rubén Blades permanecerá vigente como un tótem, será una referencia para las generaciones venideras, y su obra la podrán disfrutar y decodificar en clave salsera, o en la clave rioplatense, según sea el gusto, por muchos lustros.