EL PINGUINO QUE LLEGO A MARACAIBO PARA QUEDARSE
Ante la duda, lo invitamos a leer este artículo que gentilmente nos hiciera llegar Ángel Viloria Petit que relata la misteriosa llegada de un pingüino a las tierras marabinas… que además y aunque parezca mentira, no murió de calor. ¿Recuerda usted algún lugar en Maracaibo que lleve por nombre “El Pingüino? ¿O uno de los cuentos de Garmendia?
Y no puede faltar una gaita… al final encontrará la letra de una gaita inspirada en este suceso…
Maracaibo, el zoológico de Los Haticos y el pingüino de Agustín Pérez Piñango
“Y el pingüino, completamente encandilado,
lo veía todo con asombro.”
Salvador Garmendia Un pingüino en Maracaibo
Calurosa en grado superlativo, haciendo parte de la tierra del sol, amada proverbialmente por los poetas, la ciudad desmesuradamente crecida duerme el tedio y la intrascendencia del día a día global del siglo veintiuno. La magnitud del ajetreo actual traspasa el límite de las particularidades. Las señales de la naturaleza en la planicie parecieran no tener destino; se pierden entre el caprichoso gusto de una sociedad empobrecida por los chismes del acontecer político y el dictado de la moda informativa. En el casco central se pudre, añosa, la caña brava, los tejados fósiles ceden por su peso y se desploman, las paredes de caliche horadadas por el comején, fatigadas por el alternado rigor de la lluvia y la sequía se van hinchando y desgajando. De las casas abandonadas, sin puertas ni techo, donde otrora el chocorocoy gorgojeara su melodía desde el solar verdeante, surge el canto intermitente y melancólico del tuqueque, curiosa lagartija blanca que sobrevive al bochorno del mediodía entre los escombros de palo de mangle, adobe y piedra de ojo. “No canta; trina cuando está enamorado” –dice un viejo- “se le incrusta en la piel a las mujeres embarazadas”. Sentados en la acera agrietada de una calle del centro, un grupo de hombres desocupados, se esparce en la charla amena sobre animales. “-Trajeron una vez la mano de un salvaje y cobraban medio por mostrarla”, “-Yo si vi el manatí que varó en El Milagro”, “-Y la arpía que cogieron en Catatumbo que estaba enjaulada en una quinta en Bella Vista”, “-Eso no es nada, si hubieran visto la ballena que se metió hasta Santa Bárbara por el Escalante”. Los comentarios sobre estos hechos se hacen progresivamente grotescos, y a ratos, increíbles. Sin percatarse, el anciano de tez cetrina que inició la tertulia, redirige la conversación; “yo he visto bichos feos, como la madre de agua que hubo en el caño de Boburitos, pero de acá de Maracaibo lo más raro fue el pingüino”. La última frase desata guasas escandalosas y chistes de mal gusto, todos pasados de tono. Nadie le cree. Las carcajadas amedrentan al notable interlocutor, quien opta por callar preventivamente ante la amenaza de seguir siendo objeto de burlas. Fuma su cigarrillo con la mirada grave, extraviada en la línea perspectiva de las paredes roídas a lo largo de la calle. La luz solar le abrillanta el rostro. Su memoria remota evoca detalles de los acontecimientos, pero sigue en silencio, resignado a la repetición diaria de los hechos. Últimamente, sus tentativas de plática interesante siempre se pierden en una avalancha de opiniones triviales, cuando no en groseras interpretaciones de incrédulos y ofensas personales. Para él son indicios de la curiosidad humana venida a mal. “-Antes se podía hablar de esto. No lo inventé yo. Por ahí debe haber más de uno que lo vio en el zoológico de Los Haticos”. Esta vez su voz suena inconexa porque, en la meditación que siguió a su vergüenza de viejo, pasó más de una hora. “-¡Abuelo, qué zoológico, aquí estamos hablando de mujeres!”
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Un pingüino saltarocas (Eudyptes chrysocome) no es precisamente un pajarito; tampoco es un ave que pueda pasar desapercibida entre playeritos, buchones y gaviotas. Se trata de un palmípedo de más de medio metro de alzada, originario de los mares templados y fríos del hemisferio sur, principalmente las costas del Pacífico. Así que, puede suponerse lo notable de la noticia, cuando por intermedio del señor Martín Pérez Gámez, llegara a principios de abril de 1955 un ejemplar de esta especie al Zoológico de Los Haticos, donde operaba el desaparecido Instituto de Ciencias Naturales de Maracaibo, bajo la dirección técnica del profesor Agustín Pérez Piñango. No había nada extraordinario en que un zoológico exhibiera especies exóticas, pero en este caso, la particularidad rayaba en el disparate: el pingüino fué rescatado entre Paraguaipoa y Kaimarechico, en la playa Zulia Mar (famosa además por los varamientos ocasionales de ballenas).
Viniendo a dar a la capital zuliana como la gran curiosidad del año, el vulgo local lo hizo suyo y se encargó de adoptarlo marabino. De manera que hoy se escuchan versiones variadas que localizan la aparición fortuita de este animal hasta en el propio malecón lacustre. Algunos escépticos han arrojado hipótesis acerca del absurdo hallazgo intentando explicar la llegada del pájaro bobo a estas costas como polizonte de un tanquero. El destacado narrador Salvador Garmendia escribió en 1998 una recreación libre de este memorable episodio. Desde 1955 se habla del “pingüino de Maracaibo”, aunque actualmente se escapen muchos pormenores del entonces bien publicitado acontecimiento.
Pérez Piñango, recordado con respeto por su sensibilidad y pasión por la naturaleza, se encargó con diligencia de acondicionar un espacio para el inesperado huésped y actuó como su gendarme personal en el zoológico de Maracaibo por casi cinco meses. Durante este período muchos maracaiberos disfrutaron el privilegio de observar el prodigioso esfeníscido que se adaptó bien a la calurosa costa zuliana y a la dieta local. El doctor Adolfo Pons, médico y naturalista, hizo llegar con cierta sorna y no con poco orgullo la interesante noticia a los ornitólogos de la capital y el extranjero. Varios de ellos viajaron expresamente a Maracaibo a constatar la identidad del curioso aparecido. En ocasiones desfilaron también representantes del periodismo sensacionalista, notablemente los de Ripley’s Believe it or not!, quienes reseñaron el pingüino en uno de sus libros y en el programa homónimo de la televisión norteamericana.
El pingüino de Maracaibo se ahogó accidentalmente en su propia pileta el 28 de agosto de 1955. Se dice que su asfixia ocurrió luego de recibir una pedrada de algún espectador malintencionado. Otros aseguran que falleció de una afección gástrica, pero lo que es cierto es que no murió de calor, como cabría esperarse.
Este visitante ocasional, verdadera rareza de la región zuliana, fue disecado para fines científicos y en la actualidad adorna una oficina en Caracas. Queda el recuerdo vivo de una generación entera de venezolanos que bailó como el pingüino, sin saber por qué, al ritmo contagioso de una renombrada orquesta de salón.
Aparte de unas pocas fotografías de archivo, “el pingüino” se mantiene en Maracaibo como apelativo de marca para varios productos comerciales y como nombre de al menos un negocio relacionado con la refrigeración. En esa fanfarronería de lo que fue moda y hoy persiste sólo en la memoria de algunos, puede encontrarse, sin duda, el indicativo de que antes de abril de 1955 los marabinos en general no teníamos idea de que cosa es un pingüino.
El relato que antecede inspiró la composición de “El pingüino”, gaita zuliana original de Reinaldo Atencio (2003). Dedicada a la gente de Maracaibo que visitó el zoológico de Los Haticos, conoció al pingüino de Agustín Pérez Piñango, y disfrutó del espectáculo dominical del “parque de la tradición”.
Angel Viloria Petit
El pingüino®
(letra y música: Reinaldo Atencio)
coro
M’hijito apagá el “picó”
vámonos pa’ Los Haticos,
hay Parque de la Tradición,
y hay un bicho muy genuino,
¡rescataron a un pingüino
allá por el malecón! (bis)
I
Después que Gardel llegó
otro hecho fue sorprendente;
que hizo exclamar a la gente
¡un pingüino apareció!
Embarcó en un petrolero,
o vino de aguas del sur;
sorteando cualquier albur
llegó a estas costas primero
II
El doctor Adolfo Pons,
aficionado a las aves
y a las ciencias naturales,
lo estudió con atención
Mimándolo poco a poco,
Agustín Pérez Piñango,
al pingüino fue cuidando
para evitarle un sofoco
III
Pero aunque no lo crean
no fue por la condición
del clima de la región
que el animal se muriera
Entres chistes oportunos
dijeron que lo mató
un curioso que le dio
mandocas pa’l desayuno
Fuentes bibliográficas
FERRER DE VALERO, Y. 1987. La popularización de la ciencia en un contexto subdesarrollado. El Instituto de Ciencias Naturales del Estado Zulia. En: Vessuri, H. (comp.): Las instituciones científicas en la historia de la ciencia en Venezuela. Caracas: Fondo Editorial Acta Científica Venezolana, pp. 135.
GARMENDIA, S. 1998. Un pingüino en Maracaibo. Maracay: Playco Editores, C. A., [42] pp.
HERNÁNDEZ, L. G. Y J. A. PARRA. 1999. Pingüino. En: Diccionario general del Zulia. Tomo II. L-Z. Maracaibo: Banco Occidental de Descuento, pp. 1729.
VILORIA, A. L. 1998. Rarezas. Ciencias (Maracaibo), año 13, No. 97, septiembre /octubre 1998, pp. 2.