Carlos Cruz-Diez: El Gran Pensador del Color

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El maestro Umberto Eco nos enseñó que el color no solo es un fenómeno físico, vibratorio-luminoso, sino que depende del marco cultural donde se observe y del bagaje del individuo que lo observa. Así, para los chinos el color rojo es signo de lo místico, lo religioso o sagrado. Para los rusos es la belleza suprema, para los aztecas representaba la sangre, el sacrificio, el ritual sangriento. Para los españoles es la pasión, el erotismo. Es el mismo color rojo, desde la perspectiva de la ciencia, de su longitud de onda; pero cambia en todas esas culturas, tiene múltiples significados. El semiólogo Eco estudió en su libro “La historia de la belleza” (2004) la evolución de los colores en el Medievo y concluyó que el azul y el verde eran poco valorados en ese período, quizá porque no tenían muchas variantes, y no habían conseguido la brillantez que alcanzaron en el Renacimiento. Luego fue tomado el azul como el principal color en las catedrales, en sus vitrales: connotaba el espacio infinito, el cielo, la elevación espiritual. Sin embargo, para los japoneses, el color azul representa el cese de las energías: la muerte.

En agosto de 1923, nació en Caracas un niño que sería un curioso de los colores. En una fábrica artesanal de botellas que regentaba su padre en La Pastora, observaba cómo la luz pasaba a través de los cuerpos de vidrio, reflejando matices diversos, colores acuosos. En eso pasaba largas horas, jugando con la luz a través de las botellas, sintiéndose en medio de un vitral viviente. Ese niño llamado Carlos Cruz-Diez era inquieto, le gustaba dibujar, hacer historietas. Su mayor tesoro era la caja de creyones que llevaba siempre consigo a toda hora.

Muy joven comenzó los estudios en La Escuela de Bellas Artes de Caracas, en 1939, junto a jóvenes que luego fueron célebres pintores: Alejandro Otero, Jesús Soto, Héctor Poleo. Pero Cruz-Diez entendió que la pintura y el arte serían su oficio de vida, y así lo asumió, lo abordó cada día con la mayor pasión. Se hizo diseñador gráfico, con ello se ganó la vida, tuvo éxito laboral. Siguió realizando comics, trabajó para destacadas agencias de publicidad. Hasta que en 1955 viajó a Europa para percibir el ambiente artístico, llegó a Francia, recorrió sus bulevares parisinos, sus cafés. Luego estuvo en Barcelona. Regresó a Venezuela con la certeza de que su carrera debía desarrollarla en París, y con su mujer Mirtha tomó un barco que los llevó en 1960 hasta Francia, nación que se convertiría en su segundo hogar. Se estableció en la rue Pierre Sémard, donde poco a poco, fue expandiéndose con nuevos espacios. Ese atelier se extiende en diferentes locales, en la misma calle de París. Resulta muy curioso que su taller mantiene su fachada original, la de una antigua carnicería.

En la década del 40 había desarrollado un estilo realista, cargado de ideología. Sus primeras exposiciones en Venezuela no tuvieron éxito. El amor que desde niño tenía por la obra de Michelena, la admiración por Picasso y los muralistas mexicanos, sirvieron de combustible para conseguir su camino, su propuesta definitiva: El color, la creación más pura, su búsqueda incesante, su eterna fuente de investigación. Fue así como se convirtió en uno de los principales representantes del cinetismo. Su discurso plástico comenzó a reflejar la inestabilidad de lo real, y llegó a conclusiones importantes:

– Solo hay dos colores primarios: el rojo y el verde. (Basado en las investigaciones de Edwin Land, científico de Harvard que descubrió: “al filtrar los colores rojo y verde, mediante la simple adición, reproducía todo el espectro cromático”).

– La luz es el principal instrumento para construir su lenguaje.

– Su tiempo es el presente continuo.

– El arte es un variado y extenso discurso que depende del nivel de asombro y de revelación que genere.

– El color es un proceso de evolución permanente.

Su nombre se hizo global, sus obras están en las colecciones permanentes de los grandes museos contemporáneos:

  • Moma en Nueva York.
  • Center Pompiduo en París.
  • Tate Modern en Londres.
  • The Museum of Fine Arts, Houston.

El maestro Carlos es un enamorado de la bohemia, de la música y la mesa compartida. Toca cuatro y guitarra para acompañarse en valses y boleros que canta en las noches de solaz. Jesús Soto fue su compañero de muchas jornadas de trova y vino en París, ambos artistas ópticos nacieron en 1923. En su hermoso atelier, trabaja junto a sus tres hijos y sus nietos, con una gran energía y una prodigiosa salud, siempre en constante inventiva. Toma nota de sus ideas a futuro, muy intenso y concentrado, rumbo a los 100 años de edad.

Los trabajos más celebrados del maestro Cruz-Diez en Venezuela se exhiben en distintas locaciones:

– Los pisos y murales del aeropuerto internacional de Maiquetía.

– Plaza Cruz-Díez en el Conjunto Universitario “La Hechicera”, ULA, Mérida.

– Puerta de entrada a la Torre La Previsora en Caracas.

– La gran redoma en Barquisimeto “Monumento al sol naciente”.

– Las butacas de la sede del Sistema de Orquestas de Venezuela.

– Su obra en la avenida Bolívar de Valencia. La Torre Stratos.    Recién, creó la imagen de Guaco para su álbum histórico, y para su filme “Semblanza” realizado por Alberto Arvelo. Ha cultivado una gran amistad con el líder de la banda Gustavo Aguado, quien es su fervoroso admirador.

Aún recuerda con dolor la destrucción de una de sus obras en La Guaira, “El muro cromático” en 2005. Él declaró: “Diseñé ese muro porque me pidieron dar una solución al paisaje urbano, tapar la visión caótica hacia los muelles. Al tumbarlo, quedó de nuevo a la vista el caos portuario. Fue sustituido por una reja de tubos de hierro a la orilla del mar, habrá que rehacerla cada tres años.”

Carlos Cruz-Diez es un hombre muy familiar, afectivo, le gusta involucrar a toda su familia en su rutina creativa, sobre ese aspecto ha declarado:

“Me alegra haber hecho posible que mis hijos y mi familia participen y disfruten de lo que he logrado estructurar”. Tuvo tres hijos: Jorge, Carlos y Adriana, junto a su hijo mayor fundó un estudio en Ciudad de Panamá, donde se refugia del invierno europeo. Jorge Cruz Delgado murió en mayo de 2017, un duro revés para el maestro, eso ha enlutado su alma.

A pesar de la distancia oceánica que lo separa de su nación, Carlos Cruz-Diez sigue manifestando su orgullo al saberse venezolano. Su firma tiene el reconocimiento universal en el arte y sus obras cumplen con el precepto de Andy Wharhol “La idea no es vivir para siempre, la idea es crear algo que sí lo haga”. Sin duda, su obra vivirá por siempre, en un presente continuo. Su arte seguirá evolucionando entre sus marcos, sus estructuras, en las salas donde se exhibe. Como lo creía Heráclito: “El mundo es un perpetuo cambio”.

Cruz-Diez es nuestro mayor orgullo artístico, y cada vez que algún ciudadano del mundo contemple sus creaciones, lo reafirmaremos.

León Magno Montiel – @leonmagnom – leonmagnom@gmail.com

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