Kuruvinda, un zuliano del mundo

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En 1947, en un vehículo Ford-Tico, José Joaquín Rojas, José Domingo Márquez y Regúlo Díaz, se propusieron trazar la ruta Machiques-Detroit y hacer historia al presentarle un criollamente repotenciado modelo Ford al padre de la criatura, Henry Ford. Entonces, ninguno superaba los cuarenta años, la dictadura de Gómez prácticamente acababa de terminar y el propósito, además de la aventura, constituía una refrescante manera de gritarle al mundo las buenas nuevas de Venezuela.

Atravesando la selva tropical centroamericana, México y el desierto común que separa dos realidades, llegaron a Detroit, no sin antes pasar por la desilusión de la muerte de Henry Ford, sucedida el 7 de abril de 1947, mientras el desvencijado, pero fiel vehículo sufría las vicisitudes de vías no trazadas y caminos por primera vez explorados por llantas de caucho.

El único sobreviviente de esta hazaña, denominada por los mismos aventureros como “El camino de los grandes lagos”, exhaló su último aliento en solitario, acompañado eso sí, por la historia de noventa y nueve años curtida en su piel. El sábado 12 de febrero, murió Régulo Segundo Díaz Labarca.

Régulo Díaz utilizó los seudónimos de Kuruvinda, Curubinda y Duruay, hasta que finalmente todo el imaginario colectivo lo reconoció como Kuruvinda; y Kuruvinda fue periodista, fue pintor y escritor, y en palabras de Alexis Fernández “un personaje que ha sido la conciencia lúcida y lúdica de nuestra colectividad”.

“Estudió pintura en la Escuela de Artes y Oficios durante cuatro años con Manuel Puchi Fonseca y más tarde, se dedicó a dar clases privadas de pintura, creando cuadros como los retratos de Manuel A. Belloso, Carlos de Solaeche, el padre J.M. Padrón y la copia del rey Fernando VII, original de Vicente López…” (Diccionario General del Zulia, 1999. Tomo 1, pág. 794)

El óleo “La Batalla del Lago de Maracaibo” que se encuentra en la Biblioteca Central de la Universidad del Zulia es otra muestra de su legado pictórico, y en parte lo es también el plafond de Antonio Angulo, en el teatro Baralt.

Kuruvinda alguna vez se preguntó “¿Quién es Maracaibo?”, y lo publicó; y lo mismo hizo con “Vida Inmortal”, “Sensorio delirante”, “La Pequeña Venecia del Estado Zulia: anécdotas, problemas, costumbres, importancia de la región lacustre de Maracaibo” y “El camino de los grandes lagos”.

En entregas mensuales, abrió su lucida memoria a los lectores de la primera etapa de la revista Tendencia, en la columna “Crónicas de Kuruvinda”. Y viajó por el mundo, o quizá por las letras, pero viajó.

Una tarde, en el apartamento de Isla Dorada de Victor Hugo Márquez, se supo de él. Victor Hugo, es hijo de José Domingo Márquez y siempre estuvo pendiente de quien representaba un segundo padre, el tío de la hazaña Machiques-Detroit, el hombre del mundo que acompañó a José Domingo y a José Joaquín por “El camino de los grandes lagos”.

Preguntas iban y venían, pero Kuruvinda hilvanaba sus ideas en un sueño de lucidez que era mejor respetar. Se cumplían cincuenta y seis años de la primera gira, y cinco de la reedición que encabezó Victor Hugo Márquez para recoger los testimonios de los testigos del paso de aquellos aventureros venezolanos, que partieron de la plaza Bolívar de Machiques en una soleada mañana con rumbo a Detroit.

Kuruvinda aún estaba vivo y no se quejaba de no haber tenido descendencia, muy a pesar del frío claustro, físico, intelectual y emocional, al que vivía sometido. Y mucho legó, pero mucho más se llevó consigo.

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