Perfil de Tino Rodríguez

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LA VOZ FLORIDA DE TINO

¿De dónde venís Tino?, le preguntó el locutor Marcos Vinicio Ramírez en el bar La Gacela, ubicado en la calle Colón de Maracaibo.

Es lunes. Año: 1955.

– De la Villa del Rosario. Me fue muy bien. Canté como 500 veces “Maracaibo florido”.

– ¿Y vos sabéis de quién es esa canción?, lo interpeló otra vez Ramírez.

– De un tal Rincón. No lo conozco… si está vivo debe andar con un bastón o una muleta, porque debe ser un viejito.

– ¿Ah no lo conocéis? Es éste ve y se llama Rafael.

Así comenzó una amistad que suma 50 años y una excelente dupla en la Maracaibo de antaño, repleta de color.

La atracción entre él y la Ciudad del Sol Amada existió desde que era niño. En Falcón, donde nació, aprendió a cantar gaitas y vio jugar béisbol a Luis Aparicio El Grande y al “Tarzán” Barboza. Vio despedir a quienes se movilizaban al Zulia debido a la explotación petrolera. Años más tarde, en Maturín, llevaba serenatas a las mozas con temas de Rafael Rincón G. A esta urbe llegó hace 52 años y la hizo su patria grande. Aquí halló amor y tuvo 17 hijos. Ha grabado más de 400 temas y su voz es un icono.

Heredó vena artística. Los padres y el abuelo materno tenían voces melodiosas. Los cánticos de los velorios de la Cruz de Mayo y el sonido de las olas del mar alimentaron su oído musical. Fija en su mente tiene la imagen de Balbino Rodríguez, el papá de su madre, quien quinto (guitarra de 5 cuerdas) en mano entonaba: “Sobre la mesa te puse/ un ramillete de flores/ María no seas tan ingrata/ regálame tus amores…”

Mientras su madrina Joaquina de Salgueiro lo amamantaba, los hijos de esta matrona escribían partituras e interpretaban temas. De niño sólo quería cantar. Hace sus instrumentos y saca sonidos de los peines y del canuto de la auyama. “Nací para ser músico”, expone, a los 74 años, Celestino (Tino) Rodríguez, el hombre que “mucho antes de construirse el Puente Sobre el Lago ya había unido con su vozarrón a Maracaibo con el resto de Venezuela”, afirma Manuel Gómez, productor de TV, citando al poeta Guillermo de León Calles.

Cerca del mar

El juez Amador Medina y María de la Paz Rodríguez son viudos y tienen un par de hijos de sus primeras parejas. Ellos, paraguaneros, se han conocido y enamorado. Forman hogar en La Ciénaga, un poblado agrícola ubicado a tres kilómetros del mar.

Medina recibe notificación de su traslado hacia Puerto Cumarebo. Pese a la mudanza, el matrimonio decide que los hijos nazcan en La Ciénaga.

Asistida por María Engracia Medina, comadrona y suegra, María de la Paz parió a Tino a la 1:00 pm del lunes 6 de abril de 1931. “Yo fui el primer varón de papá y me contaron que él celebró durante un mes”, refiere el compositor desde su hogar, en la urbanización La Victoria, al oeste de Maracaibo.

La familia aumenta con la llegada de Joaquín, Yota (ya fallecida), Eustaquio, María y Ángel. Un accidente cerebro vascular apaga la vida del juez a los 45 años y su mujer para sostener a sus seis muchachos trabaja elaborando tabacos. A la semana le pagan tres bolívares.

Los niños crecen y Tino es quien hace los mandados a otras familias, toca guitarra y con sus amiguitos, a quienes abanica en el béisbol, corre casi todos los días hasta el mar. La zambullida tiene como meta nadar unos 150 metros hasta divisar la cúpula del templo.

Orientación

“Si Dios me permitiera borrar un capítulo de mi vida eliminaría lo malcriado que fui con mi madre”. Evoca su negativa de ir a clases. “Nadie jugó más que yo en Puerto Cumarebo. Disfrutaba con el béisbol, con la perinola, gurrufío, metras, volantín y trompo. Con madera y arcilla fabriqué carritos”.

“Fui un niño Inam”, revela. A los 8 años doña María lo llevó al Instituto de Orientación Mariscal Falcón de Coro.

“Estuve en un reformatorio y no me avergüenza. Mi madre enviudó dos veces y yo no quería estudiar. No debí ir al correccional, pero fue mi culpa. No me llevaron como un delincuente”.

14 meses está separado de la familia. Convive con 39 menores. Estudia primaria en la mañana y recibe clases de sastrería por las tardes. Con el maestro Roberto Wilson Zeta aviva la pasión musical, pues es miembro de la Banda de Falcón y con él aprende canciones.

“Añoraba la libertad. A veces veía pasar el camión de gasoil, a la gente…” Rodríguez es de sonrisa amplia y ojos vivaces. Habla de su estadía en el reformatorio sin tristeza. “Nos llevaron al cine a ver una película de Simón Bolívar. Nunca nos castigaron”.

Doña María lo extraña también y lo retira del instituto. Al volver a Puerto Cumarebo le llama la atención la reserva militar recién instalada y le entra el gusanillo de saber cómo era el Ejército.

A Caracas en camión

“Ya no vivo más aquí”, sostuvo a los 12 años. Una madrugada, sube a un camión cargado de productos comestibles. No le avisa a nadie su deseo de ir a Caracas. Tres personas más van en el automotor: Francisco Cruz, Román Cruz y “Yoyo” Jiménez. Rodríguez siente hambre y sed. Antes de llegar a Chichiriviche, lanzan cerca de él unos mangos y un garrafón de agua. Es en Morón donde lo avistan. En lo adelante trabaja como ayudante bajando y montando sacos.

Llega a Caracas. Duerme sobre cartones y trapos en la Esquina de Sociedad y frente a la Catedral. Hace amistad con buhoneros, quienes le dan un bolívar para almorzar. Gasta sólo un real. En el viejo mercado lleva las bolsas de los compradores. Un día reconoce entre la gente a un primo y es éste quien le notifica a doña María que su hijo se encuentra en Caracas.

Dos años permanece en la capital. Hoy añora los techos rojos, los duraznos, naranjas y mandarinas que se daban de manera silvestre. “La gente era muy querendona”, señala.

Labora en una fábrica de zapatos por Sabana Grande y en un restaurante chino. Del dueño aprende los secretos del buen mesero. Sirve las comidas y bebidas con alegría. Silba y canta.

En la emisora La Voz de la Patria, de la capital, conoce al guitarrista Francisco Riera, quien acompañaba al Jorge Negrette venezolano. “¿Si él canta por qué yo no?”, se pregunta.

La madre fue a buscarlo y retornan a Falcón. Doña María había abierto una posada en Punto Fijo. “Fue una mujer luchadora”, asienta orgulloso.

Profesión: músico

“Tino es un hombre con una alegría impresionante. Marcó una época en la música venezolana y tropical. Derrocha entrega y fuerza en el escenario. Lo he acompañado con la flauta en grandes clásicos, lo escuchas cantar y el oído te dice esa es la persona correcta”, apunta Huáscar Barradas.

Admirador de Carlos Gardel y Armando Molero, popularizó e inmortalizó canciones de Rafael Rincón González, Luis Guillermo Sánchez, Firmo S. Rincón y Luis Oquendo Delgado, entre otros.

“Llevo mango, llevo piña, guineos y chirimoya/ también traigo yemas frescas/ gallinas gordas y pollos/ Panorama, Panorama con las últimas de hoy/ un hombre que se ha guindao desengañao en amor”… “Pregones zulianos” y “Maracaibo florido” son los temas emblemáticos de la ciudad y forman parte de mi identidad como cantor”, precisa.

Rincón González ha actuado con él en Maracaibo, la COL y Falcón.

“Tino es una gran persona. Cuando nos conocimos me contó que en Maturín serenateaba con un capitán y el tema favorito del oficial era mi danza Soberana.

Posee buena calidad vocal. El hecho de que él interpretara mis canciones, me dio a mí la oportunidad de penetrar a Europa. Gracias a él, la Filarmónica de Londres grabó la Suite Zuliana”, acusa el “pintor musical del Zulia”.

Siempre buscó superarse. A los 16 años fue al Ejército y lo rechazaron por flaco. Faltaba poco para cumplir los 18 cuando lo reclutaron junto con 100 jóvenes más. De la Vela de Coro partió hacia Puerto Cabello, a bordo de la embarcación Libertad, la cual hizo aguas frente a las costas de San Juan de los Cayos. El rescate se efectuó al otro día.

“Me asignaron”, expone, “a Valencia. No quise ser sólo soldado y me inscribí para ser paracaidista. Quince días después vino una comisión de músicos y me fui con ellos hasta la Escuela de Bandas Militares, cerca de Camatagua”.

Egresa como clarinetista y forma con los compañeros la Banda Marcial del Agrupamiento Nº Tres, en Maturín.

Al Zulia, de golpe

Compuso cerca de 90 temas, entre baladas (como El viejo cantor, Pretenden que te olvide, Marilyn), boleros (Adoración, Súplica), un corrido mexicano (Mi bailón) y la samba (Magdalís).

Siendo sargento en Cumaná se ve envuelto en un alzamiento contra el dictador Marcos Pérez Jiménez. Le habían arrebatado el triunfo a Jóvito Villalba en los comicios de 1952. Estuvo tres meses incomunicado. Lo “salvaron” tres subalternos con quienes había salido a dar serenatas. Arman una componenda para llevarlo a Coro, pero decide venirse a Maracaibo.

Arriba a Grano de Oro en un DC-3 y se presenta en el Cuartel El Libertador. “La ciudad me encantó. Me impresionaron el colorido y la alegría de la Plaza Baralt, su mercado, la gente, el malecón”.Labora en bandas y como saxofonista forma parte de varias orquestas. Gracias al éxito obtenido en 1959 con la pieza “Falcón”, Sante Pízzari le propone trabajar juntos, surgiendo en 1962 el Súper Combo Los Tropicales.

Dos años más tarde, Panorama publicó en agosto: El bolero “Sueño de amor”, de Tino Rodríguez, se impuso en el Hit Parade del Disco en Tokio, Japón.

El compositor Humberto “Mamaota” Rodríguez, considera: “Después de Armando Molero, Tino es la máxima representación vocal de la música zuliana. Se ha dedicado en alma y corazón a ella en todos sus estilos. Se asomó a la gaita con Guaco en la década de 1960, cantó con Cardenales del Éxito y grabó Nuestra Plegaria, de Firmo S. Rincón, como homenaje póstumo a Ricardo Aguirre.

Ha hecho brillar a los compositores. Si él no hubiese intervenido como lo hizo, la música nuestra no se hubiese conocido en el resto del país”.

La familia

Sus primeros hijos nacieron de la unión con Anila Gutiérrez. En 1963, en los carnavales del Club Alianza conoció a quien se convirtió en su segunda mujer, Diana Piña. “Yo fui disfrazada de negrita con unos amigos. Bailé toda la noche con el Súper Combo Los Tropicales. Él se fijó en mí. Cuando me cansé, subí a la terraza y él llegó. Hablamos, me preguntó dónde vivía. No le dije. Cuando nos fuimos, corrió detrás del carro… A los días, dio con mi casa en La Lago”.

Rodríguez se siente amado por Míriam, Morelbis, Mileidys, Mercy, Marilyn, María Judith, Magdalís, Evaristo, Marlon, Marvin C., Marvil, Max, Mell, Maxim, Marlon Enrique, Marvin Dwigt y Merlín, sus 17 hijos. “Soy sortario al tenerlos junto con mis 36 nietos”, manifiesta.

“Papá”, comenta Merlín Rodríguez, director del Servicio 171, “nos educó, apoyó y aún lo hace en lo moral, espiritual y económicamente. El producto de su trabajo ha sido siempre para sus hijos. Promovió la unión entre todos. Nosotros visitamos a los mayores y ellos vienen a nuestro hogar. Celebramos los cumpleaños y recibimos el Año Nuevo en la residencia de mis hermanos”.

El cantautor les inculcó la importancia de conservar la humildad y hablar con la verdad. “Gracias a Dios continúa trabajando. Hoy lo hace junto con Míriam, Marvin y Amador”.

Vivir por la música

Con más de cinco décadas de vida artística, el cumarebero siente miedo escénico. Hasta hace 10 años del público había escuchado aplausos. En Coro experimentó el dolor de ser abucheado. Lo pitaron unas 3.000 mujeres en la fiesta de una emisora.

Cantaba “Crepúsculo coriano” cuando gritaron “fuera, fuera”. Deseaban ver al Chamo Gabriel, el joven que -un par de horas antes- al verlo en el bar Balalaica se arrodilló ante él y lo aplaudió.

“Uno de los técnicos se colocó detrás de mí y con las manos aupó a quienes pitaban para que culminara la presentación… Dominado por la rabia lancé el micrófono contra el piso y lloré con mi hijo Marlon”.

Con los amigos de la infancia se reúne en la casa de José Martínez, en Tocópero. Hablan, comen, cantan y van al mar.

Los años, lejos de restarle fuerzas, “me dan energía”. Camina a diario. Vive frente al estadio “Renato Borjas”, recordando sus tiempos de pitcher.

El eterno serenatero no desampara la guitarra. Aún compone y hace arreglos. Cuando canta en su casa, los vecinos se deleitan. “Quiero seguir tocando clarinete y el saxofón. La música es un don de Dios, no puedo vivir sin ella. Definitivamente, nací para ser músico”.

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