“Evita le susurró al oído al General Perón: gracias por existir”.
Tomás Eloy Martínez (Argentina, 1934-2010)
Siempre he sentido especial admiración por los periodistas que crean sus crónicas día a día, y a pesar de la presión de su trabajo y del tráfago de las noticias, con el tiempo logran levantar vuelo hacia la ficción. Celebro a los hombres del diarismo, los que generan notas contra reloj, y que en paralelo, y sólo con la lanza de sus sueños; logran abrir las puertas de la literatura. Es el caso de Gabriel García Márquez, Miguel Otero Silva, Rodolfo Walsh, Arturo Pérez-Reverte, por nombrar sólo algunos.
Siempre sentí especial admiración por el gran periodista y narrador de ficción Tomás Eloy Martínez, el tucumano nacido el 16 de julio de 1934, que logró participar en más de 100 periódicos, en algunos como su jefe de redacción, en otros como director-fundador, como es el caso de El Diario de Caracas, inaugurado cuando vivió exiliado en nuestra capital, del año 1975 a 1983. En medio de esa intensa rutina de los diarios, Tomás Eloy creó una respetable obra, con unos 16 títulos, seis novelas exitosas como “La novela de Perón” de 1985 y “Santa Evita” de 1995, la más traducida en la historia argentina, publicada en 36 lenguas:
“Al despertar de un desmayo que duró más de tres días, Evita tuvo al fin la certeza de que iba a morir. Se le habían disipado ya las atroces punzadas en el vientre y el cuerpo estaba de nuevo limpio, a solas consigo mismo, en una beatitud sin tiempo y sin lugar. Sólo la idea no le dejaba de doler”.
(Martínez, 1995)
Él definió su celebérrima novela “Santa Evita” como “el relato de la conversión de un cuerpo muerto, en un cuerpo político”.
Tomás Eloy Martínez se licenció en Literatura Española y Latinoamericana en la Universidad de Tucumán, la urbe que fue la cuna de la cantora Mercedes Sosa y de Palito Ortega, voces que pusieron en el mapa artístico a la libérrima San Miguel. En 1970, obtuvo una Maestría en Literatura en la Universidad de París VII, y en esa ciudad trabajó un período como periodista.
Tomás Eloy tuvo tres esposas, una de ellas venezolana, la profesora Susana Rotker, valiosa intelectual con la que convivió desde 1975 hasta el 2000, cuando ella muere atropellada por un automóvil en Nueva Jersey, ciudad donde ambos impartían clases en la Universidad de Rutdgers. Allí el autor dictó cátedra mientras Susana era profesora de literatura latinoamericana y directora del posgrado. Fue un momento muy difícil para él, la tragedia casi se traga su propia vida, su obra, el dolor vivido se convirtió en una ausencia prolongada de su pulsión creadora.
Tomás Eloy fue profesor distinguido de Rutgers University en Nueva Jersey y director del Programa de Estudios Latinoamericanos de esa universidad por varios años.
Su concepto de periodismo es revelador:
“El periodismo no es un circo para exhibirse, sino un instrumento para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta. Afirmemos, entonces, nuestro derecho a reclamar un mundo que no se parezca a ningún otro, y pongamos nuestra palabra de pie para ayudar a crearlo”.
Siempre estuvo ligado a las revistas, a los diarios, era un apasionado de esa forma de comunicar y de vivir, que describió magistralmente en su novela “El vuelo de la reina” de 2002, obra que obtuvo el premio Alfaguara, donde relata la relación obsesiva entre una periodista talentosa, joven y atractiva, y el todopoderoso director de un periódico influyente, una relación marcada por el erotismo, los celos y los excesos del poder, que termina en una gran tragedia:
“A eso de las once, como todas las noches, Camargo abre las cortinas de su cuarto en la calle Reconquista, dispone el sillón a un metro de distancia de la ventana para que la penumbra lo proteja y espera a que la mujer entre en su ángulo de mira”.
(Martínez, 2002)
Tomás fue amigo entrañable del Gabo García Márquez desde 1967, cuando este visitó Argentina por primera y única vez, para presentar su novela “Cien años de soledad” en su primera edición. Mantuvo una gran amistad con el mexicano Carlos Fuentes, con Augusto Roa Bastos y José Saramago, escritores que alguna vez lamentaron que no le hayan otorgado el Premio “Cervantes”, merecido por su hermosa obra:
“Una vez más, el general Juan Perón soñó que caminaba hasta la entrada del Polo Sur y que una jauría de mujeres no lo dejaba pasar. Cuando despertó, tuvo la sensación de no estar en ningún tiempo. Sabía que era el 20 de junio de 1973, pero eso nada significaba. Volaba en un avión que había despegado de Madrid al amanecer del día más largo del año, e iba rumbo a la noche del día más corto, en Buenos Aires. El horóscopo le vaticinaba una adversidad desconocida. ¿De cuál podía tratarse, si ya la única que le faltaba vivir era la deseada adversidad de la muerte?”.
(Martínez, 1985)
Tomás estuvo luchando los últimos años de su vida con un tumor en el cerebro, aunque nunca paró de escribir, de leer dos libros por semana, de hacer largas caminatas por los alrededores de Highland Park en Nueva Jersey, donde residía. Se sometió a dos fuertes intervenciones quirúrgicas. Finalmente el cáncer se lo llevó el 31 de enero de 2010; en ese momento se encontraba en Buenos Aires rodeado del afecto de sus siete hijos. Ellos ahora dirigen su Fundación TEM para apoyar a jóvenes periodistas.
Un año antes de sus muerte, en 2009, resultó premiado con el “Ortega y Gasset” de periodismo a la “Trayectoria Profesional”.
Su paisano y colega Martín Caparrós publicó una crónica emotiva, llena de la admiración de un discípulo por el maestro, que finaliza con estas líneas conmovedoras:
“Con su sonrisa pícara, con el brillo guasón de sus ojitos claros, y me diría que no he inventado suficiente. Tiene razón, maestro, denos tiempo. Total, por fin, ya no lo apura ningún cierre”.
(Caparrós, 2010)
Cualquier premio o halago que podamos imaginar, quedó pendiente para reconocer a Tomás Eloy Martínez. Y cada día su obra nos demostrará que es meritoria, y sus libros serán reconocidos como auténticos clásicos del periodismo y de la narrativa hispanoamericana.
Yo, en particular, le agradezco los ocho años que dedicó al periodismo en Venezuela, sus enseñanzas y vivencias en nuestra patria. Le agradezco el magistral ensayo que publicó sobre la obra poética de José Antonio Ramos Sucre “Retrato del artista enmascarado”. Durante sus días de exilio en Caracas, Tomás Eloy escribió una de sus obras maestras: “La novela de Perón”.
Parafraseando las palabras que el propio Tomás Eloy Martínez creó en su novela de 1995 “Santa Evita” en el capítulo donde Evita y Perón se conocen en el Luna Park el 22 de enero de 1994, y que rockeros, locutores, publicista y cronistas han repetido creyendo que la dijo la Eva Duarte real, lo cual es una falacia, le decimos al maestro de San Miguel de Tucumán: “Gracias por haber existido”.