“Me has conducido de la mano a la única agua que me refleja”
Rafael Cadenas (Barquisimeto, 1930)
Al llegar la madrugada comenzó la lluvia, le había precedido una noche de chubascos, era la primera lluvia de noviembre: el mes de las aguas en Maracaibo. Los viejos pescadores suelen decir: “Es el mes de la Virgen, por tanto es mes de las lluvias, porque ella es de agua, pues llegó por el lago y se iluminó en una tinaja”. Hacia las seis de la mañana comenzó a llegar la luz plomiza del amanecer lluvioso; sobre las sinuosas calles del sector Las Veritas el agua hacía pequeños ríos, cuando un golpe metálico y seco estremeció a los vecinos que hervían el primer café, fue un sonido grande e inquietante que apagó por un momento la percusión de las gotas en los techos de zinc, minutos después llegó la noticia: Un vehículo rústico había chocado contra un camión mal estacionado y alguien había muerto en el acto. Escampó ese sábado 8 de noviembre de 1969, desaparecieron los ríos callejeros, y se reveló la noticia en toda su magnitud: había muerto Ricardo Aguirre, el más grande de la gaita. La noticia la propagó en la radio el locutor Alberto Quero Espina, quien narró con su voz solemne y grave: “Ha muerto el monumental, a los 30 años de edad”. Ricardo se encontraba en el cenit de su carrera como compositor y cantante, la ciudad comenzó a convertir su asombro y dolor en un largo llanto, colectivo y copioso, plural, como una lluvia de otro cielo.
Ricardo Aguirre había nacido el 9 de mayo de 1939, como el cuarto hijo de Luis Ángel Aguirre e Ida Cira González, en una familia de seis varones, todos con sensibilidad y destrezas para la música. Desde niño, los instrumentos musicales le habían sido afines, eran como una prolongación de su cuerpo. Innato era su talento para tocar el cuatro, la guitarra, el piano y la percusión gaitera. Cantaba muy afinado, con voz vigorosa: sus notas altas eran atenoradas y las graves eran de un barítono aterciopelado. Siendo un adolescente descubrió su vocación de maestro, enseñar en un aula lo atraía, por ello decidió irse a estudiar a Rubio, en el estado Táchira. Desde la soledad de esas montañas escribía cartas muy hermosas a su madre Ida Cira donde relataba sus horas de nostalgia entre la neblina de la montaña, cartas que ella compartía con asombro con sus familiares y vecinos, por la forma cálida y envolvente en la que su hijo describía su mundo en el destierro. Ricardo comenzaba a mostrar talento para transmitir sentimientos, emociones, para tocar el alma de los demás con sus creaciones, era un artista en ciernes.
A su madre dedicó dos de sus mejores interpretaciones, “Madre”, compuesta por Pedro Colina en 1963; y “Madre adorada”, de Eurípides Romero de 1964:
“La madre es el ser supremo
del hombre sobre la tierra
cómo no amar en extremo
a quien tanto amor encierra”
Al regresar a la Maracaibo en 1958, comenzó su transitar por los escenarios, cantaba con solvencia, componía valses, gaitas y danzas. Como profesional de la gaita comenzó en el conjunto Los Sabrosos, agrupación donde también militaron Luis Ferrer, quien era tres años mayor que él, y el cantante José “Bolita” Ríos, quien sería su más fiel compañero. Luego estuvo en el conjunto Santa Canoíta. En 1962 participó en la génesis de la agrupación Cardenales (a secas), donde ejerció su liderazgo, siendo la figura preponderante. Llegaron a llamarlos “Los Cardenales de Aguirre” hasta que él los bautizó como Cardenales del Éxito. Con ellos estuvo en dos períodos: en 1962 y 1966; en 1969 regresó para grabar temas inmortales como “La vivarachera”, “Maracaibo marginada” y “Decreto papal”.
A principio de la década de los 60, Ricardo trabajaba como maestro de la escuela “Monseñor Granadillo” inscrita en la barriada “18 de Octubre”, que había sido fundada en 1946. Allí conoció a una morena clara, de pelo crespo y voz sensual, de nombre Teresa. Eran colegas docentes, ella había escuchado la voz de Ricardo en la radio, su timbre lo reconocía. Teresa cuenta que una mañana, cuando pasaba por el pasillo junto a los salones de clase, escuchó una voz armónica, que le era cotidiana, con palabras afinadas como notas. Sintió curiosidad y se acercó a la puerta para escuchar mejor y ver de quién se trataba, quién era ese orador. Abrió la puerta del salón de clase y vio al joven docente con lentes de pasta, escaso cabello y tez morena. Era el maestro Ricardo, con él se casaría unos meses después y tendrían cuatro hijos: Ricardo, Jorge Luis, Janeth y Gisela. Una década duró el romance que nunca se extinguió en el recuerdo de la maestra Teresita Suárez, quien desde entonces llevó con dignidad el estigma de su viudez.
La agrupación Cardenales del Éxito copaba la escena, sus temas estaban en todas las emisoras del país, eran recibidos con honores en los canales de la región y en los de cobertura nacional en Caracas. La gran figura era Ricardo Aguirre, por sus dotes de líder, su voz impecable y distinguida, la fuerza de sus interpretaciones: estaba rodeado de un extraño misticismo. Lo acompañaban Germán Ávila, Moisés Medina, Eurípides Romero, José Tineo, Douglas Soto, Jairo Gil y sus hermanos Rixio, Renato y Alves Aguirre González.
El Ricardo autor e intérprete, basó su obra en cuatro pilares fundamentales: El primero, la alabanza a la Virgen de Chiquinquirá con temas como “Mi Chinata” de Jairo Gil, “Reina Morena” de 1966, y “Dos madres antañonas”. El segundo pilar o cimiento fue la protesta, la gaita reivindicativa, todas las hizo enfrentando a los gobiernos adecos, el de Rómulo Batancourt entre los años 1959-1964; y el de Raúl Leoni de 1964 a 1968: “Guayana Esequiba”, “Imploración”, “Decreto papal”. El tercer pilar fue su canto a la alegría, a la celebración de la vida, entre otras: “La parrandera”, “La pica pica”, “La boda del cachicamo”, “La bullanguera”. Y el cuarto pilar de su cosecha tiene base en las gaitas que expresan su amor por las tradiciones, las crónicas cantadas como “Los piropos”, “Mi danza”, “La Flor de la Habana”, “Remembranzas I y II”. Cada temporada, durante la década de vida artística que tuvo, pegaba en la radio varias gaitas, lo cual no era usual. Por ello, nos dejó un inventario de más de 30 éxito, todos con absoluta vigencia, como “La grey zuliana” tema que grabó en 1968 con el Conjunto Saladillo:
“En todo tiempo
cuando a la calle
sales mi reina
tu pueblo amado
se ha confundido
en un solo amor
amor inmenso,
glorioso, excelso,
sublime y tierno,
amor celeste,
divino y santo
hacia tu bondad”
Tema especialmente difícil de interpretar, porque tiene un introito en tiempo de danza y en su melodía notas muy bajas, y luego en los versos registra notas altas, para tesitura de tenor. Por eso en muchas agrupaciones la cantan dos solistas: un barítono al principio y le responde un tenor. Es una composición híbrida porque comienza como una oración cantada a la Virgen, y finaliza en una protesta donde pide: “tendréis que meter la mano y mandarlos pa’l infierno”. Por unanimidad, la patria gaitera la considera su himno: por su fuerza y solemnidad. Es la gaita más conocida en todos los parajes de Venezuela.
Ricardo regresó a Maracaibo después de egresar de la Escuela Normal “Gervasio Rubio” a los 19 años de edad, y comenzó a trabajar como docente en la Costa Oriental del Lago. Su voz prodigiosa la comenzó a utilizar en todo los ámbitos: en el aula de clase, en la radio (tenía el certificado de locutor número 3.247), y con distinción cantó tangos, declamó y animó veladas gaiteras.