“Caminaré por las calles y nadie me reconocerá,
como la piedra no reconoce a
la colina a cuyos pies yace”
Carlos Fuentes (1928-2012)
Al conocer la noticia de la muerte de Carlos Fuentes el pasado 15 de mayo, pensé en la frase más reiterada por sus seguidores: “Se va a marchar sin recibir el Premio Nobel“. Luego pensé en su estirpe cosmopolita, en su linaje de embajador cultural. Era un cometa sideral sin estación, repartiendo relatos por el mundo. También recordé su visita al Auditorio “Hesnor Rivera” en la Universidad del Zulia al final del decenio de los 80, actividad coordinada por el profesor Cósimo Mandrillo, quien lo acompañó en el escenario. Allí lo vi desde las butacas más altas, a casa llena, lucía un flux gris, habló de sus novelas, de los demonios de un escritor y sus espejos.
Para entonces, ya había ganado el Premio “Rómulo Gallegos” por su magistral obra “Terra Nostra” de 1975, y nos leyó la primera página:
“Increíble el primer animal que soñó con otro animal. Monstruoso el primer vertebrado que logró incorporarse sobre dos pies y así esparció el terror entre las bestias que aún se arrastraban.”
Conservo como una prenda sagrada la segunda edición de Joaquín Mortiz de 1976, la misma que llevé admirado hasta ese auditorio para escucharlo. Ese ejemplar tiene en la tapa delantera una hermosa litografía de Alberto Gironella, y en la posterior su foto en blanco y negro. Es su gran novela onírica, su obra maestra, donde aparece la palabra “gaita” en la página 135:
“Pídeles que se callen; qué ruido espantoso! Así no se puede razonar, así no se puede entender nada, diles que dejen sus pífanos y gaitas y tambores”.
Jorge Volpi confesó el día del deceso del maestro Fuentes: “Terra Nostra despertó mi vocación por la literatura, esa novela me señaló el camino como escritor, la leí a los 16 años de edad”.
Recordando las entrevistas realizadas a Carlos en televisión, me impresionaba cómo, hasta sus últimos días, a sus 83 años de edad mantuvo una gran energía, una vitalidad de vikingo, opinando sobre todo, proponiendo la “legalización de la droga” para así acabar con la guerra entre los carteles, publicando cada año, viajando por el orbe sin receso, desoyendo las sugerencias de sus amigos, los escritores Goytisolo y Gabriel García Márquez, de llevar una vida más sosegada.
En 1976, Mario Vargas Llosa publicó un artículo escrito en Londres donde describía a Carlos Fuentes llegando a su casa en esa capital de bruma permanente: era la mañana de un domingo, hablaron a gritos mientras Mario se afeitaba, para luego emprender juntos un city-tour en ómnibus. Vargas Llosa comentaba en esa crónica que con sólo cinco días en Londres, Carlos ya conocía los principales cines, qué obras de teatro se estaban exhibiendo, los pubs más visitados, pero además; dedicaba cinco o seis horas a su oficio de escritor, con la entrega de un monje ermitaño.
Carlos Manuel Fuentes Macías, hijo de diplomáticos, deja una obra colosal, un universo de lectores en 20 idiomas, que podrían crear una gran nación sin dejar espacios baldíos. Su vasta creación contempla una veintena de novelas, ensayos, obras de teatro, guiones para cine, artículos de prensa; en total unos 60 textos publicados que le merecieron reconocimientos como el Premio “Cervantes”, el Príncipe de Asturias y doctorados Honoris Causa de universidades importantes de Europa y América. Sólo faltó, como colofón a su vida de sotomontero de las letras, el Premio Nobel, que en su caso era un acto de justicia necesario. Conversando con el escritor Miguel Ángel Campos sobre Fuentes me dijo: “No sé qué esperan para darle el Nobel, ya tiene 80 años”. Ahora es tarde.
Él fue céfiro que recorrió el mundo, cometa de cabellera blanca que nació en Panamá el 11 de noviembre de 1928. Vivió y estudió en Estados Unidos, Brasil, Uruguay, Chile, Francia, Inglaterra, Argentina, Portugal e Italia. Un auténtico políglota que se sentía mexicano raigal, y en ese territorio azteca murió víctima de una úlcera gástrica que le produjo el sangramiento mortal, a sólo seis meses de cumplir los 84 años.
Siempre en pie como un alabardero sin vacar, fue despedido con máximos honores en el Distrito Federal, y sepultado junto a sus hijos difuntos Carlos Fuentes Lemus (1972-1999) quien murió atormentado por un padecimiento hemofílico; y Natasha Fuentes Lemus (1974-2005) quien apareció sin vida en los recovecos infernales del barrio Tepito.
Carlos reposa junto a sus hijos, al lado de su entrañable amigo Julio Cortázar, en el camposanto de Montparnasse, tal como él lo preparó cuatro años antes de su partida. En el mes de abril de 2012 participó en la Feria Internacional del Libro en Argentina. Allí dijo: “Tengo un monumento muy bonito esperándome en París, junto a la tumba de mis hijos. Ya se acerca la hora”.
Se apaga un cometa impetuoso, astro iridiscente de las letras latinoamericanas, cesa su órbita sideral. Por muchos años sus libros permanecerán abiertos ante nuevos ojos, sus lectores los mantendrán en una órbita imaginaria. Recordarán al autor de “La región más transparente” con su energía vivaz junto a su hermosa mujer, su compañera por 41 años: Sylvia Lemus.
Fuentes seguirá recorriendo las calles del mundo, siendo reconocido por cada piedra, cada colina, tocado por las manos de sus lectores y por los brazos donde se posan los azores.