“…Los tambores de los peces errabundos,
los silbidos de las grandes ballenas y la
lengua dulce y entrañable de los delfines”
Gustavo Pereira
(Isla de Margarita, 1940)
Los pueblos que se levantan a orillas del mar o de lagos, tienen en su génesis la esencia del canto. Quizás la confluencia de sonidos marinos, ondas lacustres, la expresión sonora de aves y palmeras; les da una dimensión acústica especial, un espacio armónico natural, paraíso de resonancias en distintas tesituras: graznidos, gorjeos, ráfagas de viento en el manglar, flautas que nacen de los bejucos azotados por la brisa salobre, caracolas vacías que cantan eternamente, la percusión de balsas chocando en el embarcadero, payadores furtivos deambulando por las playas, alegrando a la gente en sus jiras.
Esa condición aplicable a los pueblos insulares como el cubano, borinqueño, dominicano o de cualquiera de las ensenadas centroamericanas o de la costa Atlántica colombiana y brasileña, es parte de la justificación de la grandeza de los cantores. Surgen los nombres de Benny Moré, Chucho Avellanet, Olga Guillot, Tito Rodríguez, Celia Cruz, Vitín Avilés, Gal Costa, Joe Arroyo, Oscar D´León, Johnny Ventura o Rubén Blades, que son la evidencia de ese apresto especial de los pueblos que crecen en las radas de América.
En Maracaibo, su historia musical lo confirma: nuestro estuario ha sido testigo del nacimiento de voces que marcaron la cultura nacional y soslayaron fronteras, con una diversidad de estilos que van desde el típico gaitero hasta el romántico, y del guarachero al rockanrolero. Recordamos como describía el maestro Luis Ferrer la conjunción perfecta de hombre-cantor con el lago marabino:
“Bajo la noche estrellada y el Catatumbo de fondo, en el horizonte hondo brilla tu luna plateada, el agua besa la orilla, preña de espuma y de amor, hay que ver el resplandor de mi tierra maravilla, y es de madre tu calor, mi tierra del sol amada.
De lejos suelo escuchar el canto del pescador, arriando con su cantar luceros de madrugada, con la quilla de su canoa viene empujando perlas y espumas, donde gaviotas vuelan jugando y la brisa canta en la bruma”. (Conjunto Rincón Morales, 1971)
Alguna vez también lo expresó el propio maestro Billo, Luis María Frómeta (Santo Domingo 15-12-1915 / Caracas 05-05-1988): “¿Qué de dónde son los cantantes?… son de Maracaibo…” Él explicó que durante toda su carrera estuvo agradecido de esta tierra, pues de aquí se llevó para su orquesta las voces de Cheo García, Felipe Pirela, Memo Morales, Joe Urdaneta, Ender Carruyo y Milton Pereira. Ellos lograron posicionar a su orquesta como la más importante de Venezuela. Es tal trascendencia de La Billo´s Caracas Boys, que luego de siete décadas de su creación y a 23 años de la muerte del maestro Luis María, el saxofonista quisqueyano enamorado de Caracas, aún hace bailar y soñar a sus seguidores.
Si nos paseamos por las gaitas de Ricardo Cepeda, las danzas de don Mario Suárez, el cancionero de Lila Morillo, los boleros de Felipe Pirela, hasta llegar a escuchar la expresión de las nuevas generaciones zulianas representada por Vocal Song, Omar Acedo, Los Montaner, la flautista-cantante Ángela, los hermanos Castillo; con todo ese recorrido, comprobamos lo cosmopolita y plural que en cuanto a música es Maracaibo, desde principio del siglo veinte hasta nuestros días de múltiples nominaciones a premios Grammy e incursión de nuestros músicos en carteleras internacionales.
Domingo Alberto Rangel en su texto “De Gochos y Maracuchos” (1999), en el capítulo “Maracaibo, West Indies” recrea una ciudad portuaria, garganta pujante del paso de mercancías andinas y colombianas, donde se instalaron las primeras lavanderías chinas, con sus dársenas repletas de comino, café, cacao que navegaría hasta Hamburgo o Nueva York. Entonces, las mejores compañías españolas de zarzuelas llegaban al Teatro Baralt, y las más diversas influencias culturales propias de un gran puerto de ultramar convergían en su malecón bullicioso, con tonalidades siempre en mayor y en tempo allegro vivace.
En la década de los 30, actuaban en los clubes privados de las transnacionales petroleras eximios jazzistas, traídos a esta ciudad de clima saudí, gracias a los dólares abundantes del incipiente boom petrolero. Según el investigador Gregorio Cupello Montiel, el primer grupo de rock venezolano nació en Cabimas (El Rock en Venezuela, Fundación Bigott. 2004).
Hoy en día, todos estamos llamados a librar una gran batalla contra la globalización musical que pretende darnos fórmulas fáciles de hacer música, arrasando con nuestros géneros autóctonos, globalización perversa porque intenta darle un mismo rostro comercial a todo un continente, en base a mercadear música como si fuera fast food. Es allí, donde deben irrumpir las voces poderosas de nuestros cantores de las costas venezolanas, el canto de Germán Ávila, Francisco Pacheco, Argenis Carruyo, Israel Colina, Neguito Borjas, de Yolanda Delgado, Betulio Medina, Lilia Vera y Gustavo Aguado entre otros, en defensa de nuestra autenticidad, de nuestros estilos originarios. Canto en ristre para entrar en batalla y dar testimonio de pertenencia, para dar su sonoridad original y establecer férrea defensa de la identidad nacional.
Debemos retomar el reencuentro con las voces de estos artistas que nos han representado con dignidad y arte supremo, y que a través de su canto romántico, costumbrista, paisajista y caribeño; incluso el estilo rockanrolero de los zulianos Henry Stephen, Carlos Moreno y Edgar Alexander (Quintero); han llenado a Venezuela de la más pura esencia de nuestro ser lacustre.
Ojalá veamos lo apremiante que se nos hace difundir el arte de nuestros talentos nacionales y latinoamericanos, que logremos cantar en nuestras plazas, aulas escolares, en nuestros hogares, y así expandir el legado musical que nació en esta extensa entrada de mar con forma de seno maternal llamada Mar Caribe.