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Cuando estudié solfeo en el Conservatorio “José Luis Paz”, a principios del decenio de los años ochenta, pensaba que la música sería mi oficio, mi único mundo laboral y creativo. Era un muchacho que entraba alucinado a un mundo de sonidos perfectos bajo la égida del maestro Oscar Faccio (padre). Nunca dudé de mi amor por la música, desde entonces la considero la creación más importante del hombre, el único lenguaje que comunica en un instante a toda la humanidad.
Sin embargo, nunca pensé que pudiera ver a un músico dirigiendo una orquesta constituida por 150 instrumentistas ejecutando obras de Gustav Mahler, de Beethoven y la obertura de 1812 de Tchaikovski en la Maracaibo cuna de la gaita, de los vallenatos en autobuses desbordados y de reguetoneros buscando “La Orquídea” en una plaza de toros repleta de niñas histéricas. Y menos previsible aún, que lo realizara ante 12.000 espectadores, delirantes por la presencia del director de orquesta Gustavo Dudamel.
Ese momento lo vivimos el 29 de enero de 2010 en el estadio “Luis Aparicio”, viendo hileras interminables de gente, bajo el sol severo de las 3 de la tarde, esperando entrar para colmar las tribunas del templo beisbolero. Gente de diversos grupos etarios, con vestimentas variopintas, unidos únicamente por el amor a la música, expresando su apoyo entusiasta a la Orquesta “Simón Bolívar”.
Ese estadio encierra el recuerdo de Alí Primera. Allí el gran cantor falconiano realizó “La Canción Bolivariana” en 1983 con un éxito atronador, a pesar del sabotaje que pretendieron hacerle grupos de poder y medios dominantes de la época. En esa ocasión nos visitaron cantores de toda América y de muchos rincones de Venezuela para actuar ante una gradería repleta de la gente que amaba la música de Alí Rafael, que eran sus seguidores genuinos. Allí conocí a Lilia Vera, hermosa cantora, voz de Venezuela.
La jornada musical de ese 29 de enero 2010 que rememoro ahora, comenzó con la actuación de los adolescentes que conforman la agrupación Los Zagalines del Padre Vílchez. Al presentarlos al lado de Andreína Socorro, destacamos su carácter de escuela de gaiteros del municipio de San Francisco, que funciona como un granero de talentos desde 1971, una creación del Padre Vílchez 18 años después de su arribo a esa parroquia.
Luego entraron a escena los laureados integrantes del Quinto Criollo que celebraban 35 años de trayectoria, con Amada Campbell a la cabeza, y quienes interpretaron danzas zulianas y la gaita de Renato Aguirre “Aquel Zuliano”, obra que recientemente cumplió 31 años de su publicación en el álbum “100 años de gaita”, en 1980.
La gente abarrotó las gradas del “Luis Aparicio El Grande”, entregando ayudas para la nación hermana Haití a la entrada. Esos donativos fueron el principal leitmotiv del evento. Se recolectaron cerca de diez toneladas de alimentos y vituallas que fueron enviadas a Puerto Príncipe, la capital haitiana arrasada por el terremoto de 7.1 grados de intensidad, el 12 de enero de ese año.
Llamamos al escenario al consejero de la Embajada de Haití en Venezuela, el señor Lesley David, quien con palabras sencillas y en tono sereno agradeció la solidaridad y generosidad de los marabinos.
Luego comenzó su actuación Vocal Song, ganadores de un disco de platino. Los recibió el público con una gran ovación. Ellos se pasearon por temas éxitos de sus tres álbumes, todos ejecutados sin acompañamiento instrumental, sin pista, sólo con sus voces y talentos infinitos. La antesala zuliana la cerró Huáscar Barradas con su grupo Maracaibo. Simultáneamente, entraron los Servidores Marianos con la réplica de la Virgen de Chiquinquirá, mientras los asistentes entonaban su himno “Gloria a ti casta Señora”. Minutos después, las notas de la canción “Venezuela”, llenaron el cielo zuliano y así todo quedó preparado para la entrada en escena del genio Dudamel.
Comenzaron a sentarse ante su atril los jóvenes músicos de la sección de cuerdas, luego los de viento-madera, más tarde entró la sección de viento-metal y finalmente la percusión; todos ataviados con la chaqueta de nuestro tricolor patrio. En las gradas los maracuchos eufóricos realizaban la ola, cual juego del día de La Chinita. Fue una noche de luna llena en la ciudad lacustre, donde la euforia explotó cuando se produjo la entrada del director de la Orquesta Juvenil de Venezuela: Gustavo Adolfo Dudamel, joven barquisimetano que había cumplido 29 años de edad tres días antes, el director titular de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles, que ha dirigido en las principales capitales de Europa y ha recibido los más prestigiosos galardones como batuta consagrado, catalogado como “el hombre que rejuvenece la música clásica”.
El concierto duró cerca de 90 minutos y culminó con el mosaico de mambos de Pérez Prado con coreografía de los músicos incluida. La ovación se convirtió en el coro de “otra… otra”, y el joven maestro marcó el compás de 3 por 4 para dar inicio al “Alma Llanera”, para el cierre memorable.
Fuimos testigos de un gran gesto de solidaridad con una nación hermana en crisis, de una imponente exhibición de talento musical en una ciudad que hemos soñado muchas veces, afecta al hecho artístico trascendente, digna capital del arte. Ojalá los políticos que dirigen circunstancialmente el Zulia, aprendan que somos mucho más que un rebaño que delira por el vallenato y el reguetón, que definitivamente impulsen nuestras formas musicales en las escuelas, en los grandes eventos y medios de comunicación.
Ojalá estas autoridades dejen atrás la falsa cultura de “La Orquídea de Venevisión” suspendan los escandalosos patrocinios para ese espectáculo insustancial, un vodevil provinciano y burlesco, que como ciudad nos hace risibles y vacuos ante el mundo.