“La razón primordial de toda su dignidad,
radica en que es madre del Mesías,
co-redentora y reina universal”
Leonardo Boff (Brasil, 1938)
La tradición marabina nos enseña que el último sábado del mes de octubre, la Virgen Chiquinquirá desciende de su trono para encontrarse con su pueblo. En una ceremonia muy concurrida, el retablo de la Virgen Morena desciende por el tobogán, entre una lluvia de flores y cánticos, la recibe el párroco de la Basílica y la entrega al director de la legión centenaria Servidores Marianos, los hombres de blanco. Ellos son los encargados de llevarla en hombros por las calles y plazas de la ciudad, por los pueblos de agua en navegación de cabotaje. Ese día se activan los gaiteros para cantarle, los feligreses hacen sus promesas, un enjambre de medios cubre y transmite la ceremonia. En algunas ocasiones ha llovido copiosamente, sin embargo, la plazoleta de la Basílica se ve abarrotada de gente, todos empapados, estoicos. Así, los devotos siguen la ceremonia, escuchan los ecos de la homilía hasta el final, en medio del nocturnal.
Hace algunos años, mientras transmitía para televisión la ceremonia de la bajada, uno de los creyentes presente, me dijo: “La Chinita está feliz con la lluvia, porque ella llegó a este puerto a través del lago, entre aguaceros torrenciales que azotaban la ensenada lacustre, con vientos alisios que peinaban el atlántico colombiano y entraban por el golfo. Ella vino a preservar las aguas”.
Buscando sobre sus orígenes, consigo lo que avezados cronistas relatan: una mañana de noviembre una lavandera humilde llegó muy temprano a las orillas del Lago Coquivacoa para comenzar su faena. En medio de su rutina divisó una pequeña tabla flotando cerca de la orilla, la había empujado la marea nocturna, quizá era el producto de algún naufragio. Era un rectángulo en madera de caoba, perfecto, como un escaque. En ese siglo XVIII, el lago era una gran confluencia de ríos diáfanos, con aguas dulces, que penetraba el sol para hacerlas luminosas. Nuestra ciudad, era un puerto apetecido por corsarios, piratas saqueadores, marinos soñadores. La tímida anciana, de nombre María Cárdenas, al finalizar su faena se llevó la tablita a su modesta casa, construida con piedra de ojo, caña y mampostería, ubicada en el centro del barrio El Saladillo. La colocó sobre una tinaja de agua, que estaba al lado de un pequeño aljibe. Algunos días después la vio llenarse de luz, fue el 18 de noviembre del año 1709. Ese prodigio dio nombre a la primera avenida de Maracaibo: El Milagro. Eso marcó el camino espiritual de sus habitantes, de sus hijos y de la diáspora zuliana en el mundo, que la alaba con gaitas y la llama: Chinca, Chinita o Chiquinquirá. Ricardo Aguirre con Cardenales del Éxito, interpretó el clásico que describe su milagro en la temporada 1966:
“Lavando una viejecita
a orillas de nuestro lago
ella tuvo un gran hallazgo
pues se encontró una tablita.
Terminada la faena
a su casa la llevó
la tinajita tapó
para salvarla de la arena”
(Bracho y Mavares, 1966)
Los compositores gaiteros celebran cada año esa magna fecha, los conjuntos cantan los clásicos en su honor, que durante décadas han atesorado en su repertorio. Ese día vuelve a sonar la poesía de Luis Ferrer, se escuchan los versos de su tema “Chiquinquireña”, gaita que consideró sagrada, grabada por Enrique Gotera en la temporada 1978:
“No pierdo las esperanzas
de vivir siempre a tu lado
y cual tierno enamorado
adorarte ciegamente.
Se me antoja de repente
de que me siento celoso
y al ver rebozar tu gozo
se me pasa nuevamente.
Dilecta, hermosa y divina
preciosa madre de Dios
como yo te quiero a vos
nadie te quiere mi China”
(La Gran Montonera, 1978)
Otro compositor que tiene una conexión especial con la Virgen y sus misterios divinos es Ricardo Hernández, quien nació el 2 de noviembre de 1950 en el sector Tierra Negra de Maracaibo. Es un músico natural, cantante que se formó como arreglista. Además es un fervoroso chiquinquireño, que le ha compuesto muchas gaitas a la Chinata, consideradas joyas musicales por sus colegas. Durante su período como integrante del Grupo Guaco en los años 70 y 80, se hizo presente cada temporada con su poesía sencilla, rimada en octosílabos. Muchos solistas amigos han retomado sus gaitas, nacidas de la promesa de cantarle cada año a la patrona, como señal de gratitud por su bondad y generosidad:
“El pueblo se ha estremecido con la noticia
que apareció una tablita,
su luz ilumina el cielo y se escucha un canto:
melodía divina.
Así fue como sucedió, como pasó
Chinca fue la que nuestra historia transformó
y de amor toda nuestra vida la llenó”
(Hernández, 1981)
Esa gaita la interpretó su compadre Gustavo Aguado León, líder del Grupo Guaco, cuando comenzaban a transitar su tercera etapa evolutiva el proyecto guaquero. En 1980 se habían marchado de la agrupación Ricardo Portillo, Simón García y José Luis García quienes fungieron como líderes en la etapa anterior. Entonces Ricardo Hernández tomó el comando de los arreglos y la composición de los temas más importantes en esa emblemática divisa musical:
“Cantándole a Chiquinquirá
a mi Virgen maracaibera
el pueblo es quien la venera
cuidando su templo está”
Producto de estos tres largos siglos de fe y religiosidad popular, hemos logrado apuntalar una respetable cosecha artística, que ha unido con su belleza a la feligresía. Tal como lo plasmó Renato Alonso Aguirre González en su composición “La prenda de un pueblo” en 1980, que cantó su sobrino Miguel Aguirre con la Universidad de la Gaita. Fue en el álbum “100 años de gaita”. Ese hermoso LP venía ilustrado con fotografías en sepia del puerto de Maracaibo, mostraba piraguas, un pequeño bajel y canoas entre las dársenas, fondeados en las aguas mansas del lago. A lo lejos se ve el viejo Mercado Principal con sus cúpulas de fierros coloridos, semejando una estación de trenes. La experiencia mística de Renato Aguirre, como asiduo visitante del templo de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, así la expresó:
“Camino al templo sagrado
donde habita la leyenda
vengo a contemplar la prenda
que hace siglos nos unió
mirarla me cautivó
como otras veces lo he hecho
agitándose mi pecho
contento de inspiración.
Como lo hizo aquel
quiero cantar hoy
a tu imagen fiel
tu vasallo soy
para dar en prosas
mi sentimiento de amor
lleno de calor porque la sé amar
le quiero cantar”
(Aguirre, 1980)
Desde la aparición de la Virgen en 1709, según relatan las crónicas escritas por el Hermano Lasallista Nectario María, ella ha sido símbolo de amor y unión. Debemos celebrar la fe que ha despertado en el pueblo del occidente la Virgen Guajira, como la llamó Jairo Gil, madre mestiza con el niño Dios en sus brazos. A sus lados aparecen San Antonio y San Andrés. Fue coronada por decreto del Vaticano el 18 de noviembre de 1942. Esa reliquia, es un poderoso factor de identidad regional.
Además, es la patrona de nuestra Guardia Nacional Bolivariana, componente militar creado en 1937 por el presidente Eleazar López Contreras. Desde entonces, sus oficiales van cada año hasta su templo para ofrendarle flores. Asisten a la eucaristía solemne cada 18 de noviembre, juntos los soldados, fieles y comandantes.
Esta advocación de María no pertenece a ninguna parcialidad política, aunque hayan querido secuestrarla, administrarla a su antojo, los gobernantes de la derecha que en el pasado dirigieron al Zulia, y que, lamentablemente contaron con el silencio cómplice de algunos jerarcas de iglesia católica local. El pueblo en su dimensión más variopinta la venera, y debemos respetar esa pluralidad, ese culto ferveroso de todos sus hijos, sin distingo alguno, mucho menos aún, el partidista.
Neguito Borjas en un tema que escribió para el sonero Oscar D´León y que finalmente grabó él mismo, nos plantea:
“Con mis hermanos gaiteros
yo también quiero cantar
el golpe más popular
más alegre y más pascuero
cantarte una gaita quiero
Virgen de Chiquinquirá”
(Borjas, 1988)
Los zulianos le hemos cantado a la Chinita desde el singular voceo marabino, empleando con pundonor nuestra variante dialectal, que ha sido vehículo ideal para serenatearla, poetizarla:
“Patrona maracaibera
que con nosotros estáis
y que a tu pueblo le dais
un entusiasmo divino;
te pido por el destino
de la hermosa juventud,
acompáñamelos tú,
por los mejores caminos”
(Virgen Guaquera, 1986)
Esa gaita es del año 1986, su letra le pertenece a Heriberto Molina Vílchez y la música a Sundín Galué. La grabó Guaco con la colaboración de los artistas en boga de Sonográfica: Ilan Chester, Evio Di Marzo, Yordano, Franco de Vita, Colina, Alberto Schllesinger y Francisco Pacheco. Su primer verso dice:
“En los toques por doquiera
a nosotros te sumáis
siempre nos acompañáis
sois una China guaquera”
(Molina y Galué, 1986)
El vocablo “agnostos” en griego significa “lo desconocido”. Los agnósticos no creen en Dios porque no consiguen razones científicas que prueben su existencia. Los amigos agnósticos en esta región, reconocen que “La bajada de la Virgen” es un acto que está dentro del ideario popular. A la vez, es una bella manifestación cultural-musical. Y aunque para ellos, siga sin tener explicación científica esa masiva expresión piadosa, de igual forma, no consiguen explicar los hechos divinos que se le asocian a la patrona del pueblo; la consideran parte del sentir zuliano. Quizá sea lo más cognoscible del universo católico, el sentido maternal que ella encierra. Para ellos es preferible ver “La Bajada de la Virgen”, a ser espectador de los eventos banales y vacuos que realizan los canales comerciales de cobertura nacional, durante los fastos de Feria.
El compositor más importante de la zulianidad, Rafael Rincón González, describe así “La Bajada de la Virgen”:
“Cuando bajan a la Virgen
el cielo viene con ella,
mi Maracaibo se llena
de música, alegría
Y toda la tierra mía
Del Saladillo de siempre
A todo el Zulia lo enciende
Mi gaita que es armonía.
Ya van a prender los fuegos
la placita está repleta
truenos en Las Quince Letras
y también cucaracheros”
(Rincón González, 2008)
Según el filósofo André Comte-Sponville: “La fe se refiere al porvenir, es una utopía metafísica, una esperanza que se ha de transformar en verdad para cada creyente. Es la esperanza de que algo benévolo va a suceder o se va a revelar”. El Padre Vílchez, experto en los misterios de la dimensión mariológica, y erudito del culto a María madre, afirmaba: “Un sentimiento maternal envuelve al mundo, es el amor que genera la madre celestial”. María es co-redentora con Jesús, porque comparten la misión salvífica. En nuestras costas, esa madre tiene “la tez tostada por el sol” y su nombre es de raigambre indígena: Chiquinquirá. Así lo han aprendido nuestros jóvenes que la ofrendan, así lo ha cantado el bardo:
“Yo vi a un joven muy inquieto
cuando la Virgen pasaba
que la gorra se quitaba
en señal de gran respeto.
Lo aplaudí y acepté el reto
y al aire lancé sincero
mi fe, mi verso, el sombrero
y todo mi amor completo”
(Gil, 2010)
En Colombia, la Virgen Chiquinquirá también tiene miles de devotos, en su templo es venerada por el pueblo del departamento de Boyacá y por millares de turistas y peregrinos. En Perú, tiene devotos, en la antigua ciudad incaica Caraz, ubicada cerca de la costa pacífica. En algún momento el pueblo zuliano, junto al boyacense y el caracino, deben realizar una gran celebración sudamericana en su honor, que la revista como la soberana mediadora de todas las gracias en estas tierras.
Ver ALBUM “Bajada de la Virgen” AQUÍ
Twitter: @leonmagnom
Correo electrónico: leonmagno@saborgaitero.com