“Que el verso sea como una llave
que abra mil puertas”
Vicente Huidobro (Chile 1893-1948)
Cuando Eduardo Galeano entró el Palacio Legislativo de Montevideo ese domingo 17 de Mayo para despedirse de su amigo Mario Benedetti que era velado en el “Salón de los Pasos Perdidos” luego de vivir 88 años y dejar 80 libros publicados, declaró a los reporteros presentes: “La muerte de Mario es una liberación, él construía puentes de alegría”.
Ese hombre diminuto que había nacido el 14 de septiembre de 1920 en el vado isabelino de Paso de los Toros, ya no necesitaría marcapaso, ni píldoras, ni la bombita para su asma, ahora más vivo, más universal, estará presente en las agendas escolares, en los claustros universitarios, en la bancas de los parques acompañando a los pretendientes, montado en los trenes repletos de lectores en tránsito:
“Fueron jóvenes los viejos
pero la vida se ha ido
desgranando en el espejo
serán viejos los jóvenes
pero no lo divulgaremos
que hasta las paredes oyen”.
Mario Benedetti es el poeta predilecto de los jóvenes latinoamericanos, cosa que se comprueba al revisar los blogs, redes sociales, las publicaciones de estudiantes universitarios. Uno puede cerciorarse de cómo lo valoran, lo adoran y hacen suyos sus versos los estudiantes. El pasado 14 de septiembre cuando se cumplieron 92 años de su natalicio, los mensajes de texto (SMS), reseñas en medios digitales y los trinos en la red twitter, se hicieron “trending topic”, es decir, una tendencia líder en esa red social, con sus hashtags o etiquetas respectivas, que formaron cadenas interminables.
Eso está en contraposición con algunos catedráticos que lo ven como un autor de canciones populares, restándole importancia a su obra total e inmensa. Afortunadamente, el escritor chileno Antonio Skármeta en su novela sobre Pablo Neruda y su cartero cómplice escribió: “La poesía es de quien la necesita”, obra que fue llevada al cine con éxito, en el filme “Il Postino” en 1994.
De literatura el que más sabe es el lector, el que entra a una librería y paga por un libro que luego devora en su noche, que relee en la soledad y lo comparte con alguien a quien valora. Por tanto la grandeza de Benedetti como poeta no está en discusión. De no ser así, la literatura sería un concierto de sordos, el baile de náufragos.
Cuando se anunció la muerte del Mario, el poeta Hugo Figueroa Brett me dijo: “Sus poemas son como valsecitos, ¿a quién no le gustan los valsecitos?”.
Al revisar la larga vida de Benedetti, surgen hechos que lo caracterizan como un ser especial, de múltiples particularidades, comenzando por sus cinco nombres: Mario, Orlando, Hardy, Hamlet, Brenno. Sus dos apellidos: Benedetti de su padre boticario y Farrugia de su madre modista. Estudió en el Colegio Alemán, allí aprendió la lengua teutona y eso le permitió a sus oídos entender y hablar el italiano, francés, inglés, portugués, y ganarse la vida como traductor y taquígrafo. En el filme de Eliseo Subiela “El lado obscuro del corazón” de1992, hay una escena donde el poeta uruguayo aparece trajeado de almirante de la marina, recitando un poema en alemán a una meretriz posada en la barra del bar.
Logró una vida conyugal de 60 años, inextinguible unión con su Luz, continuada felicidad junto a Luz López Alegre. Se casaron el 23 de marzo de 1946 y nada logró separarlos, a pesar que durante una década Mario vivió en España el forzoso exilio a causa de la persecución política de la dictadura en su país; y ella se quedó en Montevideo cuidando de su madre y su suegra. Luz murió en el año 2006, luego de padecer Alzheimer. Mario pidió ser sepultado a su lado en el Cementerio del Museo, y así se cumplió en ese frío mayo del 2009, preámbulo del invierno austral.
La popularidad de Benedetti se agigantó con los conciertos y grabaciones realizados al lado de su paisano Daniel Viglietti y del catalán Joan Manuel Serrat, con quien produjo el memorable álbum: “El sur también existe” en 1986:
“Pero aquí abajo
cerca de las raíces
es donde la memoria
ningún recuerdo omite”.
En el Colegio Gonzaga, en los años 70, el padre jesuita Chorrote nos leía sin pausas los cuentos benedettianos, con sus temáticas de oficinas. Allí nació mi interés por su obra, por su libro de nostalgias y añoranzas “La casa y el ladrillo” de Editorial Siglo XXI (1977) que comienza con el epígrafe de Bertold Brecht “Me parezco al que siempre llevaba el ladrillo consigo para mostrar al mundo como era su casa.” Por su posición política de izquierda, estuvo amenazado por las satrapías sureñas, eso lo llevó a vivir el exilio en Buenos Aires, Lima, La Habana, Madrid, a ser poeta de la nostalgia por la patria, ansioso de regresar a su mundo montevideano, el que delineó en su obra. En una entrevista en los años 90 llegó a afirmar: “Uruguay es la única oficina en el mundo que alcanzó la categoría de república”.
Cuando conocí Montevideo en el año 2004, luego de hacer la travesía por el Río de la Plata en el buque-bus desde Puerto Madero, me impresionó la sencillez de la ciudad, su estructura clásica y modesta, el perfecto ordenamiento de sus edificios marmóreos frente al estuario ferroso, sus cafeterías vendiendo “chivitos”, unos típicos sánduches de carne, acompañados con el vino de Canelones, con mate caliente en su rambla, en una atmósfera oriental alegre, propiciada por las canciones de Rubén Rada. Era notorio el empeño de la guía en el ómnibus turístico en indicar dónde estaba la casa del poeta nacional Benedetti, apellido cuyo significado en italiano es “bendecido”. Nos señaló el Bar Las Misiones que él frecuentaba, la Plaza Matriz y la calle Sarandí que recorrió tantas veces, sitios que aparecen descritos en su obra narrativa.
Su novela “La Tregua” publicada en 1960, relata la vida sórdida de la clase media sureña, muestra a un empleado público viudo, a punto de jubilarse en medio de su laberinto urbano, enamorado de una mujer 30 años menor que él. Esta obra fue llevada al cine con éxito, protagonizada por Héctor Alteiro en 1974, logrando la primera nominación argentina al Premio Oscar como “mejor película extranjera”.
Los libros de Benedetti se venden por miles en toda Iberoamérica, han sido traducidos algunos a 20 idiomas, Benedetti tiene la popularidad y la aceptación de un superastro, con una sonrisa de eterna juventud en las fotografías que aparecen en sus tapas. Lo vemos en postales, grafitis, afiches, declamado en introitos de canciones, citado en películas; y todo eso se traduce en grandeza y trascendencia como creador.
Así como los canadienses tienen a su Leonard Cohen, los españoles a su Antonio Machado, los suramericanos tenemos a un vigoroso Mario Benedetti, hito planetario de la letras latinoamericanas, que apenas cumplió 92 añitos, un autor de pura sustancia montevideana que se hizo universal.
“Mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé como
ni sé con qué pretexto
por fin me necesites”.
Twitter: @leonmagnom