“A pie o a caballo,
Bolívar es el padre”.
Blas Perozo Naveda (Falcón, 1943)
No son muchos los personajes de los que hablamos luego de 233 años de su nacimiento. De algunos nos referimos con pasión y admiración, de otros con odio y reproche, pero son pocas las figuras que siguen vigentes en el imaginario popular, en el rigor de las cátedras, en los eventos de carácter continental con cierto tono épico; cuando han pasado casi dos siglos de su muerte. Simón Bolívar, el caraqueño que describiera Gabriel García Márquez como “El General en su laberinto” llega a su fecha de nacimiento (24 de julio) con la vitalidad que tenía cuando bailaba toda la noche con su mujer predilecta. Contaba el Gabo García Márquez que Bolívar solía llevar a sus campañas militares las partituras de sus piezas preferidas, para que la orquesta de la ocasión las ejecutara en su honor y para su deleite. El baile era su principal arma de seducción.
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad, un nombre al mejor estilo mantuano, para un niño católico, educado por maestros insignes: Simón Rodríguez en 1795, y Andrés Bello en 1798. Era un devorador de libros, amante de la música, un flaco de aspecto melancólico con habilidad para embridar los caballos y salir al galope tendido. Fue un hombre con coraje para la guerra, con un gran corazón para la libertad. Además, fue un dechado de resiliencia, de aguante en las duras campañas, en las interminables cabalgatas por tierras sudamericanas.
El psiquiatra y literato Francisco Herrera Luque (Caracas, 1927-1991) estudió con rigor toda su vida y obra, y nos dejó una lúcida visión sobre el caraqueño universal, este respetado autor afirmaba:
“Siempre he pensado que si de Bolívar se hace un Dios como muchos han querido,
entonces es inalcanzable y a los héroes hay que aproximarlos a la gente”.
José Ignacio Cabrujas en una entrevista realizada en 1995 por Jorge Olavarría, describe a Bolívar como “Un hombre sin la capacidad de perdonar, nunca concedió un indulto. Aunque no por eso podemos llamarlo despiadado, quizá porque en esas circunstancias en las que vivió, entre guerras y traiciones; él no podía perdonar”.
El dramaturgo José Antonio Rial lo elevó al Olimpo de los héroes con su obra “Bolívar” caracterizado por Roberto Moll de forma magistral, con la compañía de teatro Rajatabla.
Alí Primera retrata en su canto al Bolívar venerado por el pueblo, el que permanece en las hornacinas de las casitas humildes de Falcón, de los Andes venezolanos, donde le colocan velas como a una deidad:
“Bolívar bolivariano
no es un pensamiento muerto,
ni mucho menos un santo
para prenderle una vela”.
Pablo Neruda en su celebérrimo poema lo llama padre:
“Bolívar, capitán, se divisa tu rostro.
Otra vez entre pólvora y humo tu espada está naciendo.
Otra vez tu bandera con sangre se ha bordado.”
El escritor colombiano William Ospina, luego de investigar por años sobre el caudillo latinoamericano, concluye:
“Era capaz de perder los estribos cuando era derrotado a las cartas e incapaz de conformarse con pequeñas victorias”.
Bolívar fue tocado por la gloria y la catástrofe por igual, casi de forma pendular vivió triunfos y dramas amargos. Nació en cuna de oro, y murió sin bienes de fortuna. Nació en una familia de abolengo pero quedó huérfano a los 9 años, encargándose de su crianza una nodriza, a la que llamaban La Negra Hipólita, a quien años después describiera en sus cartas como su auténtica madre:
“Mira negra Hipólita
échame ese cuento
que a El Libertador le diste
de tus senos el alimento”.
(Eduardo López, 2003)
Se casó en Madrid con una de las mujeres más bellas de Europa, María Teresa del Toro, y a los 8 meses enviudó, ella murió al contraer fiebre amarilla. Conoció a los mejores soldados del continente, Antonio José de Sucre y Francisco de Miranda, pero tuvo que soportar sus muertes sin verlos alcanzar sus metas más preciadas: la libertad y la unión de la Gran Colombia. El escritor tolimense Ospina, afirma:
“Bolívar se convenció de que todo lo que amaba era tocado por la muerte y que no había nacido para ser feliz.”
Poco antes de morir en Santa Marta, Simón Bolívar tenía 47 años de edad aunque parecía un sexagenario, su cabello era ralo y gris, su cara un montón de huesos, sus ojos marchitos y cegatos, ya no se podía sostener en pie. Esperaba un barco que lo llevase a Europa buscando su sanación, y así dejar la tierra que había rechazado su proyecto de unidad continental, y que desde hacía años, lo trataba como a un proscrito. García Márquez en su novela publicada en 1989 narra el final de Bolívar rodeado de pocos amigos:
“Lo estremeció la revelación deslumbrante de que la loca carrera entre sus males y sus sueños llegaba en aquel instante a la meta final. El resto eran las tinieblas.”
Bolívar tuvo un romance de finales de vida con Manuela Sáenz, una fogosa quiteña, fueron ocho años de ardientes encuentros, de siestas eróticas, de cuidados casi maternales por parte de la esposa del inglés James Thorne. Ella lo salvó de ser pasado por las espadas de los conjurados en dos ocasiones, la más temeraria fue la del 25 de septiembre de 1828 en Bogotá. Como testimonio de ese amor entre La Coronela y El General, nos quedan sus cartas febriles:
“Sus ojos me conquistaron, y me rendí sin luchar”.
Manuela murió a los 56 años de edad fulminada por la difteria, en su exilio al norte del Perú, 26 años después del deceso de su amante Simón; en ese momento se encontraba absolutamente sola y en la pobreza. Fue enterrada en una fosa común, sin honores.
Serenata Guayanesa le cantó a El Libertador con sus voces polifónicas, hicieron el tema “Este niño Don Simón” letra de Manuel Felipe Rugeles, y se convirtió en un clásico de las canciones infantiles:
“El niño Simón Bolívar
tocaba alegre tambor
en un patio de granados
que siempre estaban en flor.
Montó después a caballo
dicen que en potro veloz
por campos de San Mateo
era el jinete mejor”.
Con la música de Iván Pérez Rossi el tema sonó en muchos países de Latinoamérica, es casi obligado en los actos culturales de las escuelas venezolanas. Su último verso reza:
“A caballo anda en la historia
este niño Don Simón,
como anduvo por América
cuando era El Libertador.”
El personaje Bolívar sigue vivo, goza de una inmensa iconografía mundial, le han escrito canciones, han realizado filmes, cortos, documentales. Muchas ciudades o departamentos llevan su nombre, al igual que barcos, aviones, estadios, plazas, copas, y centenares de libros. A pesar de opiniones como las del alemán Karl Marx en su artículo de 1858, de sus apreciaciones con poco tino sobre Bolívar, y de algunas crónicas que lo describen como un canalla con vocación de emperador, su pensamiento sigue impulsando el espíritu de unidad de los pueblos latinoamericanos. La carta que dirigió a su maestro Simón Rodríguez en 1824, es su mejor descripción, su mejor manifiesto de cara a la historia vivida:
“Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso”.
En esa afirmación radica la razón de su vigencia, lo acertado de su visión de estadista, su grandeza innegable y manifiesta. En definitiva: él es el padre.
León Magno Montiel – @leonmagnom