“Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias.
Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores,
pero inspiraba además otro menos frecuente: la devoción”
Gabriel García Márquez (Aracataca 1927 – México 2014)
El 26 de agosto de 1914, Bruselas era una ciudad sitiada por el ejército alemán, los obuses lanzaban su pólvora de muerte en medio del escenario calamitoso de la Primera Guerra Mundial. En ese ambiente bélico, de urgencias y gritos de moribundos, nació Julio Cortázar a las 3:00 de la tarde. Su padre era diplomático, un nativo argentino de raigambre vasca, y su madre era una argentina raigal de padres franceses y abuelos alemanes. Julio se hizo un ciudadano del mundo y su destino estaría marcado por el amor a las letras y al jazz.
Han pasado 100 años desde su nacimiento, el más célebre representante del Boom Latinoamericano de alma rioplatense, autor de “Rayuela”, novela que dio el gran impulso a las nuevas letras latinoamericanas desde 1963. En palabras de Walter Ego, “En Rayuela se esencializa todo el boom de la novela latinoamericana: es parejamente fundación y epifanía, espejo y centro”.
Un rasgo importante de su vida es que se convirtió en defensor y promotor de la causa revolucionaria cubana, y años más tarde, también lo hizo con la Nicaragua sandinista. Mantuvo, a lo largo de su vida, un compromiso político activo, sobre todo en defensa de los derechos humanos. Formó parte del Tribunal Russell que en 1973 que juzgó en Roma los crímenes llevados a cabo por las dictaduras latinoamericanas. Su obra “El libro de Manuel” es un testimonio de su militancia.
Cortázar es un genio del cuento, de los más importantes del siglo XX, maestro de la crónica y el ensayo breve, traductor de Edgar Allan Poe, autor de la novela más experimental, con gran éxito entre los lectores por cinco décadas: desde los hippies de los 60, hasta los nativos digitales del siglo XXI.
Como admirador agradecido por su aporte y como lector que lo reverencia, celebro el siglo de vigencia de Julio Cortázar seleccionando diez de sus frases, las que para mí representan su mayor enseñanza, el mayor disfrute estético, y su mejor regalo a nuestra civilización:
1.- “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano”.
(Tomada de su novela “Rayuela”, publicada en 1963)
2.- “Me das risa, pobre. Tus determinaciones trágicas, esa manera de andar golpeando las puertas como una actriz de tournées de provincia”.
(Tomada de “Final de Juego”, publicado en 1956)
3.- “La sensación contradictoria del encierro en plena selva de máquinas pensadas para correr”.
(Tomada del cuento “La autopista del sur” del libro “Todos los fuegos el fuego”, de 1966)
4.- “El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada.”
(Tomada de la antología “Ceremonias”, colección publicada en 1968)
5.- “Mientras la ciudad y su amante continúen negando la superficie espumosa del tiempo, para buscarse en aguas profundas”.
(Tomada de “Papeles inesperados”, obra póstuma de 2009)
6.- “No me des tregua, no me perdones nunca. Hostígame en la sangre”.
(Tomada de “Salvo el crepúsculo”, poemario publicado en 1984)
7.- “Empiece por romper los espejos de su casa, deje caer los brazos, mire vagamente la pared, olvídese. Cante una sola nota, escuche por dentro”.
(Tomada de “Historias de cronopios y famas”, publicado en 1962)
8.- “Mantenga el abrazo, pero no se quede dormido, el sueño bien podrá experimentarse despierto”.
(Tomado de “Instrucciones para amar”, de 1968)
9.- “Cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire”.
(Tomado de “Historias de cronopios y famas”, 1962)
10.- “Te amo por ceja, por cabello, te debato en corredores blanquísimos donde se juegan las fuentes de la luz”.
(Tomado del poema “El último round”, publicado en 1968)
Con estas diez frases celebro la obra cortazariana y la centuria del nacimiento del autor, siento que ellas irrigan las raíces de su memoria, y nos nutren del rocío que se produjo en la mirada de sus viejos lectores, los que por millones atesoran con celo sus 28 libros.
El 12 de febrero de 1984 se apagó su vida en París, ciudad donde Julio residió desde 1951, se fue víctima de una rara patología en la sangre y por las depresiones que le provocaron las ausencias de sus seres amados. Su genio aún no lo ha podido extinguir el tiempo transcurrido, estas tres décadas sin el gigante de ojos separados, que solía jugar al cíclope con su amada Carol Dunlop. Así lo describió Carlos Fuentes: “Por eso eran tan largos los ojos de Cortázar: miraban la realidad paralela, a la vuelta de la esquina”.
Fue un hombre que amó la literatura y el jazz por igual, el arte todo, como él mismo lo expresó: “Sigo palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes”, y esos héroes de las palabras eran Kafka, Borges, Poe, Camus y su propia sombra.
Su primera esposa, Aurora Bernárdez, es su albacea. Ellos estuvieron casados de 1953 a 1967; Aurora lo cuidó en sus últimos días, desde que él le confesó que estaba harto de su cuerpo a causa del malestar que le provocaba la agresiva leucemia y la abulia que padecía. Tuvo para él los cuidados de un niño enorme, hasta que falleció el frío 12 de febrero, tenía 69 años; lo enterraron junto a Carol, su tercera esposa, la fotógrafa estadounidense con la que escribió a cuatro manos “Los autonautas de la cosmopista” en 1982. Sus cenizas yacen en el cementerio de Montparnasse.
Su obsesión por el jazz la resume la anécdota que relató Gabriel García Márquez en una de sus crónicas de viaje, luego ir en tren de París a Praga: “A la hora de dormir, a Carlos Fuentes se le ocurrió preguntarle a Cortázar cómo, en qué momento y por iniciativa de quién se había introducido el piano en la orquesta de jazz. La pregunta era casual y no pretendía conocer nada más que una fecha y un nombre, pero la respuesta fue una cátedra deslumbrante que se prolonga hasta el amanecer, entre enormes vasos de cerveza y salchichas con papas heladas”.
Cortázar tocaba algunas notas con la trompeta y dedicó varios cuentos a la música, entre otros “El perseguidor” de 1967, uno de los más célebres relatos, dedicado a su ídolo Charlie Parker “The bird”. Sus héroes en ese ámbito sonoro eran Thelonious Monk, Jhon Coltrane, Louis Armstrong y el pájaro de Kansas: Parker. Al hablar sobre sus obras jazzísticas, decía: “Mis dioses están en la tierra, y no en el cielo: estos músicos son mis dioses”.
Julio entendió la musicalidad de las palabras, sus ritmos, descifró los armónicos del jazz, sus tiempos, hacía música al hablar, él era un instrumento único. Fue un artista que creó un universo, que siguen visitando millares de lectores cada día, los cómplices y celebrantes de sus cien años.